Otra vuelta de tuerca, 2016
Con la complicidad de Ricardo Piglia y su novela Blanco Luminoso, Chema López (Albacete, 1969) construye un laberinto de encuentros y tropiezos alrededor de la imagen y su relación con el texto. Imagen y texto se dan la mano en esta exposición y deambulan por unos pasadizos que llevan al espectador a situarse arriba y abajo, en un lado y otro, entre trampas, señuelos y divertimentos. Y atrapados en el laberinto, no habría forma de distinguir en qué momento imagen y texto se disocian o son una misma cosa.Chema López, artista hábil en el manejo de las negruras, inventa un crimen contra la imagen a través del texto o contra éste. Para ello, se arma también con las negruras de Piglia o Vajda, cuando no recurre a Nicholas Ray o a Ernst Gombrich. Y así, nos precipita en un escenario de sombras y dudas. En ese deambular a ciegas, nos topamos con un sólido conjunto de lienzos, papeles y pintura mural que actúan como espejos sobre los que imágenes diversas del cine y la literatura reverberan con ecos que llaman a más imágenes y textos.
Roland Barthes en la Retórica de la imagen se preguntaba si hay siempre un texto en una imagen o alrededor de ella, y decía que para encontrar imágenes sin palabras, era necesario remontarse a sociedades parcialmente analfabetas o, lo que es lo mismo, a una especie de estado pictográfico de la imagen. Considerando que no nos encontramos ante esa sociedad y tampoco en ese estado, cabría averiguar qué hace Chema López metiéndonos en ese lío.
Una de las obras expuestas es reveladora en ese sentido. Blanco nocturno (2016), consistente en un grafito sobre el muro, presenta dibujadas unas manos alzando un gesto inocente. Este gesto pompier da paso a un lenguaje de signos, que se traduce en la sombra chinesca de un conejo en el lienzo que lo acompaña. Aquí el artista echa mano de la chistera para advertirnos, como diría Barthes, que el número de lecturas de una lexía (de una misma imagen) varía según los individuos. Aún siendo así, Chema López también remarca en esta obra temblorosa que no hay imagen inocente, como tampoco una imagen literal en estado puro. Duplicaciones de puntos de vista y juegos de perspectiva, entradas y salidas del cuadro que van del cine a la fotografía y de ésta a la pintura y al dibujo, al muro, a lienzos y papeles, multiplican en estas obras las resonancias, tantas como niveles de profundidad diversos surgen en un abrir y cerrar de ojos, aún cuando todo sucede despacio y a plena luz del día, como vemos en Transición: ¿por qué las mata? Te lo diré luego (2016). En esta pieza, mientras la niña protagonista de la película de Ladislao Vajda en el Cebo (1958), como Caperucita, se adentra en un tupido bosque, se muestran otros sucesos que no perteneciendo a la imagen de la ficción, se adhieren al relato por ser arte y parte de la historia escondida.
De nuevo los tropos de Chema López se escoden en las paredes y detrás de los lienzos para detener la mirada y pensar con ella lo que vemos y dónde lo vemos, siendo conscientes o ignorando, siendo libres o imitando. Asuntos éstos que aparecen, también, en dos grandes piezas, Crime & design y Otra vuelta de tuerca, ante las que no puede haber duda de lo que percibimos porque lo reconocemos como aprendido Así se van sucediendo las pistas de Chema López en una asombrosa exposición -premiada por la Consejería de Cultura en Abierto Valencia-, en la que pudo haber un crimen que no vemos ante imágenes polisémicas que se solapan y acaban encubriéndose y finalmente nos sumergen en un pozo sin fondo en la obra La verdad y los ciegos.