Repintar Miró, 2016 (detalle)
Como aquel que dice, hace sólo un par de días Ignasi Aballí (Barcelona, 1958) exponía en el Museo Reina Sofía. En realidad, fue el pasado invierno. A los que visitamos aquella exposición, conocemos al artista y le seguimos desde hace tiempo, no nos cabía la menor duda de que lo había dado todo: no sólo se trataba de una retrospectiva, sino de una auténtica revisión y relectura del propio trabajo que ocupaba las largas y complejas salas del museo. Pero estábamos equivocados. Era sólo el principio.La amplia exposición de Aballí en la Fundación Miró es la primera muestra en las antiguas salas que ocupaba la colección reconvertida ya en los espacios dedicados a las exposiciones temporales. El edificio de Sert y su ampliación es tan magnífico que, más allá de la facilidad de circulación entre los turistas que sólo van a ver a Miró, no hay pérdida alguna con el cambio. Pero aunque los turistas pasen de Miró, el hecho de estar ahí y ser la exposición comprometida con el beneficiario del Premio Joan Miró provoca un cierto empecinamiento, desde el texto de presentación de la muestra en la sala inicial, por relacionarlo con Ignasi Aballí o, más bien, al revés. Cuando es lo que menos importa: Miró era un gran artista como Ignasi Aballí también lo es.
A pesar de ello, uno de los momentos álgidos de la exposición está en una nueva propuesta justamente sobre las célebres esculturas de una silla con una caja cuadrada y una banqueta con un huevo amarillo de Miró, que Ignasi Aballí se ha dedicado a pintar de blanco para luego devolverles sus colores rojo, amarillo y negro, o al revés, en un par de vídeos en bucle en el que uno empuja al otro en dirección contraria: pintar es despintar y repintar y otra vez. Frente a ella, en un guiño irónico sobre el gesto o sobre esa insistencia en Miró, una pieza del 2002: Wrong Idea (idea equivocada), la definición de equivocación.Uno de los momentos álgidos está en la nueva propuesta sobre las esculturas de Miró
Despintar a Miró está en el centro del recorrido y parece hacer rebotar toda la exposición en torno a ella: la fijación con los colores y la reflexión que sobre ellos hace Ignasi Aballí, la referencia al no-hacer o a los esfuerzos en bucle, a la crisis de la pintura y la imposibilidad de representar con esa capa blanca que lo cubre todo, incluso al no-hacer ya que es una restauradora la que se dedica a pintar y repintar los mirós. Y también el bucle alude al tiempo como gasto o, sencillamente, al paso del tiempo.
Ventana (cielo-polvo), 2015 (detalle)
También el título de la muestra, Secuencia infinita, alude al cine y su temporalidad. Y el mismo recorrido de la exposición está pautado por una serie de pequeñas fotografías realizadas antes de la exposición, mientras se adaptaban las salas, y que parecen una vanitas: al fin y al cabo sólo es una exposición temporal, mañana le tocará a otro. A partir de ahí podemos escarbar y superponer capas y capas y hablar de Joyce y otras referencias de Aballí y del humor…
La exposición aparece comisariada por el propio artista y la conservadora de la Fundación, Martina Millà. Una fórmula extraña. Si bien se percibe un trabajo intenso buscando una lógica centrífuga en la muestra, en esa referencia a la "secuencia infinita" del título, la elección cuidadosa de las piezas y su disposición (incluso con giros irónicos), una vez más, se echa de menos un poco de ayuda. Aquí, como en el Reina Sofía, no hay textos que den las claves de entrada a un artista que, desde una aparente simplicidad o desde la pura superficie, crece y crece en capas.
@David_G_Torres