El recién nacido (Museo de Bellas Artes de Rennes), 1645-1648
Aunque del todavía misterioso y poco conocido en sus detalles biográficos pintor lorenés Georges de La Tour (1593-1652) apenas se han reconocido como autógrafas unas cuarenta pinturas, este no muy abundante corpus de obras nos lo muestra como uno de los más fascinantes artistas franceses del siglo XVII y aun de toda Europa en la Edad Moderna, junto a maestros como Caravaggio, Velázquez, Vermeer o Rembrandt.El descubrimiento de La Tour como pintor de la talla a la que nos hemos referido fue un asunto de los historiadores de arte del siglo XX y tuvo sus hitos en las exposiciones monográficas en torno al artista que tuvieron lugar en París en 1972 y en 1997. En la primera, a cargo de Jacques Thuillier, se consolidó el corpus de obras del maestro, aquilatándose definitivamente en la segunda, comisariada por el entonces director del Louvre, Pierre Rosenberg. En esta muestra se exponían los originales de La Tour acompañados de sus variantes, de sus réplicas y de versiones, no de mano del maestro, pero que procedían de modelos originales suyos que, de momento, deben darse por perdidos. El "problema" La Tour quedaba entonces en buena medida resuelto en lo que se refería al corpus de su obra, aunque ello no sea nunca posible darlo por acabado en el movedizo terreno de la Historia del Arte. Quedaban y, en buena medida quedan, por aclarar otros asuntos referentes a las interpretación de su obra, tanto en lo que se refiere a su religiosidad, como al de la clientela de La Tour. ¿Para quién pintaba el maestro?¿Cuáles eran sus sentimientos religiosos? ¿Por qué esta visión tan despojada de la realidad y del entorno?
Hemos de preguntarnos, por consiguiente, el porqué de esta extraordinaria exposición del Museo del Prado, ¿cómo justificar el esfuerzo de reunir 31 obras del maestro, es decir, prácticamente su obra completa?¿Y por qué todo esto en el Prado?
Tras la erudita exposición de Rosenberg en Paris en 1997, dirigida sobre todo al mundo de los especialistas, la de Madrid, comisariada por Dimitri Salmon y Andrés Úbeda de los Cobos, nos muestra un depurado canon de la evolución de La Tour, desde sus orígenes a su muerte, escogiendo lo mejor de su producción, ordenándolo, con acertado criterio, por orden cronológico.El pintor se centra en un estudio intenso de la mirada del personaje y de aquello que se escucha
De esta manera desde su juvenil, y ya muy inquietante, Riña de ciegos del Museo Getty de Los Ángeles, al desazonador, escueto y, al parecer, última pintura, San Juan Bautista el Prado nos muestra lo mejor de su producción.
La interpretación del mundo de La Tour se sitúa en el punto de vista del realismo y del de la exploración de los efectos luminosos, que tuvo su autor culminante en Michelangelo Caravaggio. De este artista se nutrieron de una u otra manera la mayor parte de los autores que optaron por este llamado naturalismo, muchos pintores españoles, italianos, flamencos y, en menor medida, franceses, configurando esos llamados "pintores de la realidad", otro de los grandes descubrimientos de la Historia del Arte del Siglo XX, que alcanzó su consagración en la mítica exposición, también parisina, de 1934, Los pintores de la realidad, comisariada por Charles Sterling.
San Jerónimo penitente (Museo de Grenoble) y Mujer espulgándose (Museo Lorrain), 1630
Pero también, y de ahí el interés supremo de su obra para el espectador actual, de sus contrarios, es decir, de la privación violenta de la vista, es decir, la ceguera, y de la música, chirriante e inarmónica, de la zanfona, o de la total ausencia de sonidos que caracteriza su silenciosa obra tardía.
En el cuadro citado del Getty nos presenta varios de estos temas: la música popular de los mendigos ambulantes, la ceguera, o, falsa ceguera, que es descubierta por uno de los contendientes al exprimir un limón sobre los ojos del falso invidente, mientras que su lazarillo, una mujer, pone los ojos en blanco, y los instrumentos de música utilizados prácticamente como armas. Nada puede resultar más inarmónico que este uso de los instrumentos y del más noble de los sentidos para un pintor, como es el de la vista.
Georges La Tour planteó un auténtico tratado de las posibilidades de la vista, la mirada y el ojo humano por medio de la confrontación entre el tema de la vista/ceguera, y el de la música ejecutada siempre a través de instrumentos populares. La exposición del Prado muestra numerosos ejemplos de ello a través del tema del "músico ciego" en las versiones de Nantes, Bergues y la del propio Prado.
La mirada también puede ser la especialmente intensa del lector y la del intelectual. En el caso de La Tour se trata del intelectual y sabio cristiano a través de la iconografía de San Jerónimo, tan abundante en nuestro autor, y de la que realiza una auténtica creación en cuadros generalmente de pequeño formato que nos muestran al santo concentrado en la lectura en una actitud que se se refuerza a través de la utilización de lentes, cuya presencia alcanza un enorme protagonismo en estas pinturas, entre las que destaca el recientemente descubierto ejemplar del Museo del Prado.
La exposición permite confrontar a La Tour con los "pintores de la realidad" que fueron los españoles del siglo XVII
El tema del mirar es igualmente el de la mirada tramposa. Siguiendo a Caravaggio y su Echadora de cartas (Louvre) o Jugadores tramposos del Museo Kimbell en Fort Worth, el francés realiza tres obras fundamentales en torno al tema de los engaños y trampas en el juego que resuelve a través de un intensísimo juego de miradas entre los protagonistas. Las tres pinturas, conservadas en el Metropolitan de Nueva York, en el Kimbell de Fort Worth y en el Louvre, señalan, además, el momento de mayor intensidad colorística de la obra de La Tour, y constituyen uno de los puntos culminantes de la exposición del Prado.La mirada, por fín, puede ser también la del melancólico o la del soñador cristiano. Esta última aparece en el maravilloso Aparición del ángel a San José de Nantes, donde el santo duerme plácidamente, pero alcanza la mayor intensidad posible en sus espléndidas 'magdalenas' de Los Ángeles o Washington. En ambos combina el tema de la mirada melancólica, con el la de la mirada reflejada en el espejo, que nos conduce a la "vanitas" o reflexión ante la fugacidad de la vida, y al de la iluminación dramática a través de velas, otro de los asuntos recurrentes en su producción.
La exposición de La Tour en el Prado se justifica no solo por la posesión en nuestro museo de dos obras maestras del artista, sino por la posibilidad de confrontación de su pintura con la de esos otros "pintores de la realidad" que son tantos artistas españoles del siglo XVII, como Velázquez o Zurbarán, con los que en otro tiempo fue confundido. El ensayo de Andrés Úbeda de los Cobos en el catalogo de la exposición estudia de manera excelente este tema, que hasta el momento se desechaba en una frase, y plantea el último asunto que queremos suscitar tras la visita a esta apasionante muestra.
En una producción como la de la pintura francesa del siglo XVII dominada convencionalmente por el gusto clasicista, intelectual y romano de Poussin, Claudio de Lorena o Simon Vouet, la obra de La Tour, su realismo y su interés por los problemas de la luz, el claroscuro y por una interpretación tan poco convencional de la realidad, es en buena medida, una excepción. Ello explica lo tardío y sorprendente de su descubrimiento. Uno de sus modelos, Caravaggio, ese Anticristo de la pintura como se dijo de él en su época, nunca dejó de estar ahí, como decisiva contrafigura del clasicismo. En el siglo XX, en realidad, Caravaggio no fue tanto "descubierto", como nuevamente "valorado". El pintor lorenés necesitó, para su actual valoración, ser en buena y gran medida "descubierto" por Longhi y tantos otros. La exposición del Prado, además de gozar a La Tour en toda su plenitud, nos permite algo sólo posible en esta pinacoteca: confrontarlo con esos "pintores de la realidad" que fueron los españoles del siglo XVII.
Los estudios acerca de la "escuela española" de pintura del siglo del Barroco cada vez cuestionan más su caracterización como "realista"; los franceses, con su pasión por La Tour, han puesto en duda el hecho de que la pintura de Francia en esta época, sea producto solo del clasicismo o del "Gran Gusto" cortesano de Luis XIV. Se trata de polémicas apasionantes que la visión de La Tour en el Prado, tan cerca de Velázquez, vuelven a estimular. Pero de este tema, escribiremos en otra ocasión.