Detalle de 10 a.m. es cuando vienes a mí, 2006
Como tantos otros, me declaro adicta a Bourgeois. La artista decía que "apaciguar al otro es hacerle dependiente". Sus imágenes hablan de la vida y la muerte, los traumas y el sexo, y llevan directamente a un estado radical de duelo y supervivencia en donde, de repente, surge el reconocimiento tranquilizador de pasadas experiencias traumáticas. A ese poder de propiciar la reconciliación con el trauma vivido, Louise Bourgeois (1911-2010) le llamaba el don de la sublimación que poseen los artistas. Puesto que sus temas son universales, hurgando en el tejido humano, cada cual halla sus imágenes, paralizantes.Dada la carga emocional embargada, cada exposición suya despierta grandes expectativas y alguna sospecha, ante la posibilidad de que el comisariado, es decir, la selección de obras, el montaje, etc., puedan llegar a escamotear la verdad de la artista. En esta ocasión, si cabe, me atrevería a afirmar que no sólo es la exposición con más obras (un centenar) de las que se han celebrado en España, sino también, la más equilibrada y cercana al proceso creativo de Bourgeois, como artista mujer y desde una mirada femenina.
Procedente del Moderna Museet de Estocolmo (conocido por su política feminista), y comisariada por Iris Müller-Westermann junto con el que fue su ayudante desde 1980 hasta su muerte, Jerry Gorovoy, se trata de una retrospectiva que abarca siete décadas desde los años 40, para conducirnos a través de temas como trauma, fragilidad, movimiento eterno, dar y tomar, y equilibrio, hasta la fase última, que pudo verse en la exposición de La Casa Encendida de Madrid en 2012. Sin incluir las instalaciones monumentales de Memoria y arquitectura en el Museo Reina Sofía en 1999 (que daban cuenta del apogeo de su éxito ya septuagenaria: retrospectiva en el MOMA en 1982, representante de Estados Unidos en la Bienal de Venecia en 1993 y en 2000, instalación inaugural en la Sala de Turbinas de la nueva Tate Modern), He estado en el infierno y he vuelto recoge piezas canónicas de cada etapa, series gráficas completas y, lo que es de destacar y casi increíble, hasta 35 obras que no se habían expuesto antes.
Arranca con La fugitiva, un pequeño cuadro de 1938 con una joven con maleta que atraviesa mares, sencillo y tierno autorretrato que testimonia su cambio de residencia a Nueva York junto a su marido, el historiador del arte Robert Goldwater, con quien tendrá tres hijos. Etapa doméstica, de búsqueda creativa y de zozobra (aquí, Femme-maison), que culminará en 1951, cuando muere su padre y Bourgeois, que ya había padecido una depresión en 1933, inicia una psicoanálisis que durará hasta 1985.Bourgeois se regocijaba de no haber sentido de joven la presión del éxito. Su trayectoria fue durante décadas una travesía en el desierto
Su ascendencia surrealista se deja notar en la excelente serie Él desapareció en un silencio (1947), la primera tentativa de combinar imagen y texto, que más de 30 años después, la convertirá casi en celebrity, con el escabroso relato de su infancia. Un aspecto, el de la importancia de relatos y palabras en su obra con que se pespuntea todo el recorrido hasta el final, con piezas de tanto calado como Las cinco palabras mágicas (2002) de la ya nonagenaria Bourgeois ("Quién, dónde, cuándo, dónde, por qué, qué") que subraya la persistencia de su analítica cartesiana. Y Merci Mercy (Gracias, misericordia, 1999) con que se enfatiza su humor y su predilección por los juegos de palabras y las repeticiones.
En la vejez, Bourgeois se regocijaba de no haber sentido de joven la presión del éxito. Su trayectoria fue durante algunas décadas una travesía en el desierto. Conoció a destacados surrealistas y se retrató con el grupo de expresionistas abstractos. Pero trabajó en soledad. Quizás la influencia más importante fue el primitivismo del que era especialista Goldwater, reflejado aquí en los personajes-totems. Hasta los 70 (como en su momento apuntó McEvilley), cuando con sus delantales de látex cubiertos de pechos se pasó a los materiales blandos entonces utilizados por otras artistas como Eva Hesse, Yayoi Kusama y Alina Szapocznikow, y llevó a cabo performances aplaudidas por las feministas.
Aunque Louise Bourgeois no se dedicó a la militancia feminista, sí declaró: "durante toda mi vida de escultora he intentado hacer que la mujer dejara de ser objeto para ser sujeto activo". La tensión entre masculinidad y feminidad caracteriza todo su trabajo. Como en el colgante Jano en flor (1968), con dos penes simétricos unidos por una vagina. Invirtiendo la teoría de las histéricas de Charcot, suspendió a un joven desnudo en su Arco de la histeria (1993).
Creando y destruyendo, y reconstruyendo otra vez, llevando la tensión y el equilibrio hasta el paroxismo, al final, Bourgeois volvió a remendar y a bordar (como hacía en el taller de tapicería familiar en su infancia) muñecos de trapo, relojes y citas de literatos franceses para hablar de nuestra fragilidad. Quizás la última gran artista del siglo XX, creó como los clásicos Picasso y Matisse, no un "logo", sino varios: la escalera, la espiral, la araña: aquí con una monumental en el patio del Museo Picasso de Málaga.
@_rociodelavilla