Una de las obras del artista en ARTIUM.
Turno de noche fue presentada por primera vez en La Capella, de Barcelona, en 2012. Entonces la obra comprendía también una foto de una cadena de montaje durante las horas de trabajo nocturno. Jiménez Landa definía entonces la pieza como una intervención que se sitúa "entre lo discreto y lo excesivo". Ahora, Turno de noche es la pieza que da título a la exposición de Fermín Jiménez Landa en Artium. La fotografía ha desaparecido, pero no la nota en la pared que anuncia esa obra que no se puede ver y que, supuestamente, sólopodrá contemplar el personal del museo.La descripción que hacía el autor, en 2012, de Turno de noche serviría para englobar ahora la totalidad de la exposición. Entre"discreto y lo excesivo", en una unión de contrarios no homogénea, se mueven sus propuestas. Piezas que señalan pequeñas cosas, que discretamente apuntan ideas, pero que lo hacen a través de un elemento expresivo muchas veces desproporcionado. Lo es cubrir, supuestamente, de estrellas fosforescentes un techo situado a casi cinco metros del suelo. Como lo es tejer por las paredes de la sala una intrincada red de tubos de cobre por los que circula agua a cuarenta grados. O enterrar, y desenterrar al cabo de un tiempo, ocho alfombras persas (hay una novena que permanece enterrada).
Afortunadamente, la exposición suministra al visitante la información suficiente para desentrañar cada una de las piezas y abrir su universo semántico. Una pequeña libreta, con textos explicativos, resulta suficiente para disparar las conexiones simbólicas que acapara cada objeto. La barra que uno encuentra a la entrada del espacio expositivo (La forma de la tierra), y que atraviesa la pared de tres de las salas, se revela no como lo que parece, recta, sino que tiene una curvatura similar a la de la superficie terrestre, recordándonos de este modo la contradicción entre lo que vemos y lo que sabemos. Algo parecido ocurre con las dos piezas colocadas al final de esa barra. Lacrimoso consiste en lo que la guía de sala llama "una constelación de aros de cebolla" dejados en el suelo al azar y que el artista quiere conectar con La forma de la tierra mediante la evocación de un conjunto de planetas; o con el mundo de lo romántico a través del efecto lacrimógeno de las cebollas. Junto a ella, Sin título es una foto extraída de una serie. "Era la obra rara de esa serie", señala la guía. Ahora, separada del resto de imágenes con las que compartía sentido.
Jiménez Landa centra su obra en la producción de pequeños cambios, acciones que se aproximan a lo inútil, pero que bastan para desplegar todo un abanico de conexiones simbólicas entre los objetos dispuestos en la sala y las ideas que pretende evocar. Ahí residen lo discreto (el pequeño cambio producido) y lo excesivo (el universo semántico). Pero también encontramos ese proceso a la inversa, como en Ecuestre: una serie de viejas mesas de comedor, de estilo clásico, gruesas patas torneadas y color oscuro. Las mesas están apiladas, apoyadas una sobre otra por sus tapas. Entre ellas hay unas cuantas canicas, que convierten lo que sería un apilamiento estable en un equilibrio fácilmente rompible. Las canicas evocan las que se solían tirar por el suelo contra la Policía a caballo en las manifestaciones de los años setenta. Bastaba algo tan infantil como un puñado de canicas, para hacer que se tambaleara todo el aparato represor del estado.
Igualmente desmedido parece el complejo proceso de entierro y desentierro de las ocho alfombras (más la novena que permanece bajo tierra en un lugar desconocido), como evocación de Crímenes imaginarios, de Patricia Highsmith, cuyo protagonista entierra un cadáver en el campo envuelto en una alfombra. Pero es ese juego constante entre significado y significante, ese juego desigual entre la producción del objeto y su finalidad simbólica, lo que mantiene constantemente en vilo a quien contempla las obras.