Obra de Janis E. Müller
En 2010, con motivo de la llegada al CA2M de Sonic Youth, Etc.: Sensational Fix, apuntábamos aquí lo conveniente de servirse de la música Pop disidente para ahondar en otros contextos culturales y artísticos. Y, más sucintamente, buscar en lo que nos parecía uno de los sustratos que han alimentado al underground artístico y su energía desde finales de los 70: cierta colisión envuelta en ruido de una mística colectiva del rock contra la capacidad de tolerar de la sociedad de masas y de absorber por parte del mercado; cierto primitivismo tribal y religioso basado en el desorden; el crimen del símbolo subvertido; el encuentro con la disonancia y el flujo de la creación más allá de separaciones entre disciplinas artísticas, jerarquías culturales y divisiones comerciales o de la costumbre. Ese magma donde la música juvenil callejera e irreductible se fundía con el detritus marginal de la Historia del arte, la literatura y la música creadas por los últimos héroes de la modernidad en rechazar a la academia y, que, alborozada con una rabia antisistema heredada de aquélla que incendió el Mayo francés, acabaría desembocando en cuatro años de auge y caída de un movimiento y subcultura musical que hemos convenido en llamar el Punk.Así que hoy nos felicitamos, pues esta exposición ideada por David G. Torres se dedica justo a eso. El comisario propone una interesante continuación de la genealogía histórica propuesta por Greil Marcus en Rastros de carmín. Si el californiano explora el pasado invisible de una subversión, el comisario reconoce el impacto posterior que el punk como instante de la Historia del Pop ha tenido en las artes visuales hasta hoy mismo.
Esta extrapolación en futuro y en el campo de lo visual encuentra sentido a su búsqueda en obras de 60 artistas separadas en seis bloques temáticos. El recorrido teórico (el orden del montaje varía algo), comienza con un primer grupo que tiene como referencia directa al punk musical histórico y su elaboración estética. El homenaje a sus fuentes visuales acaba convirtiéndose en un remolino de feedback mordaz entre artistas, aún cuando quizá las obras más sugerentes sean las que permiten entender el tipo de influencia de la dialéctica punk destrucción-creación: desvíos hacia el feísmo y reproducción del vandalismo de Pepo Salazar y la polisémica Guitar Drag de Marclay junto con su homenaje paródico a cargo de Janis E. Müller.
Una de las obras de Antoni Hervàs en la exposición
Desde ahí brota otro caudal temático donde se contempla la evasión del sistema mediante la política y la cultura, la huella del anarquismo y el nihilismo. El antagonismo antisistema se traduce en el arte en ridiculización del mercado y de la relación entre dinero y dignidad, el détournement situacionista de lo económico como valor simbólico (Balaskas, el grupo Claire Fontaine), la anti-cultura, la anti-pintura (Audéoud), acciones en las que está en juego la propia integridad física (Rico) o el orden de la normalidad cotidiana y la reputación pública (Recarens), así como gestos de desafío a lo instituido (lo patriarcal, en el caso de Itziar Okariz orinando de pie en espacios públicos).
Joan Morey en la exposición del Punk
Y muy de seguido se llega a dos últimas secciones que tienen que ver con la celebración de la diferencia, la alteridad y la anomia en dos terrenos distintos de lo íntimo. Por un lado, una serie de obras gozosamente reunidas, muchas ya históricas, que inciden en la condición perturbada del sujeto en medio de la confrontación: lo cotidiano desviado hacia lo inquietante (Arnold), la pintura post-brut (Kippenberger, Pettibon), la subversión de los parámetros psico-sociales de lo infantil y lo adulto (Kelley, McCarthy).Por último, se acerca a artistas que ponen en primer plano la sexualidad y la cuestión de género en una reivindicación de la liberación de lo normativo y una denuncia a menudo cáustica de lo que representa como opresión: Valie Export enseñando el sexo y empuñando un arma, Geers o Stellmach con su mezcla de motivos políticos y eróticos, la instalación donde Joan Morey parece relacionar dominio y sumisión en las practicas sexuales BDSM y las prácticas artísticas, o la célebre foto de Tracey Emin con dinero entre las piernas identificando hacer arte y prostituirse.
La muestra acaba fiel a la imposibilidad de resumir el impacto vigente de un fogonazo estético-ético en cuya agitación llevaba marcada su propia derrota. Quizá por eso evite tocar la influencia en el arte del impulso a la autogestión y creatividad social, o el descubrimiento de la autenticidad en la aceptación de lo falso y lo contradictorio, herederas bien vivas del punk histórico. Como debe ser, fracasa en cualquier intento museizador de atender a los pedazos flotantes en el torrente disparado por ese momento musical. Y a la vez que triunfa, además de por el disfrute e ilustración que aporta un conjunto que esquiva la nostalgia, al expandir la mirada al arte contemporáneo a partir del análisis de uno de sus ingredientes esenciales: el mayor éxito aquí está en que traza una divisoria entre los artistas que con muy diversas y a menudo sigilosas escrituras se oponen de modo frontal a lo dado y proponen la salida de los armarios de la protesta, de la diferencia y de lo cotidiano escondido (o lo escondido bajo la alfombra de lo cotidiano), y los que no lo hacen. Si bien la exposición nos deja ante una duda: ¿todo artista hoy ha de ser necesariamente un punk o en cambio existen dos clases de artistas? ¿Alguien se anima a provocar esa pelea?