James A. M. Whistler: La siesta, 1884
Sí, otra vez impresionistas en Madrid. De nuevo el Museo Thyssen organiza una exposición de este movimiento que hoy parece gustar a todos a pesar de que, cuando nació, era difícil de entender, porque rompía con los convencionalismos que imponía la Academia. Hay anécdotas famosas que hablan de lo escandaloso que resultaba para algunos esta nueva forma de pintar. Sólo hay que recordar el enfrentamiento entre John Ruskin (1819-1900), uno de los críticos fundamentales de la época victoriana y abogado del prerrafaelismo, y James Abott McNeill Whistler (1834-1903). Esta disputa acabó en los tribunales porque Whistler, tan diestro en hacerse enemigos amablemente, tal y como indica el título de su célebre libro, demandó al crítico de arte por libelo ya que éste le había acusado de "arrojar un bote de pintura a la cara del público" con su Nocturno en negro y oro (1874); una pintura que se acercaba (peligrosamente) a la abstracción y por la que se atrevía, además, a pedir un precio desorbitado. Whistler ganó el juicio pero la cantidad que Ruskin tuvo que pagar fue simbólica y las costas se dividieron.Sin embargo, el impresionismo (y su estela) ahora se vende (carísimo en subastas) y también vende (entradas, aunque no sólo). Quizás por eso es uno de los favoritos en la programación de dos importantes instituciones madrileñas, el Museo Thyssen y la Fundación Mapfre; la primera mucho más maltrecha que la segunda si se hace caso de los números publicados recientemente y se tiene en cuenta su carácter público y los constantes y a veces inesperados recortes de presupuesto en pleno ejercicio económico que favorecen el déficit, como también sucede en otros grandes museos del llamado Paseo del arte.
La novedad de esta exposición es que es la primera vez que se presenta en Madrid una muestra extensiva de lo que se ha denominado Impresionismo americano, si es que alguna vez éste existió, como se pregunta Richard Brettell en el interesante texto de introducción del catálogo. Whistler podría ser un ejemplo: era americano, o más precisamente estadounidense, sí, pero, al final, se hizo europeo. Brettell lleva más allá la cuestión y se interroga sobre si en realidad puede decirse que el impresionismo fue un movimiento y si éste era propiamente francés, como la historiografía tradicional se ha empeñado en afirmar. Lo que resulta indudable cuando se recorren las salas de la muestra, debido al acertado montaje de Paloma Alarcó, conservadora jefe del museo, y a pesar de las dificultades del espacio, es el diálogo que existió entre algunos de los llamados impresionistas franceses y algunos pintores americanos.
Detalle de Dennis Miller pintando a Corot, de J. Singer Sargent. 1888
Una parte importante de Impresionismo americano se concentra en cómo esta nueva forma de pintar fue asimilada en Estados Unidos y se estableció como uno de los estilos dominantes, con la intención de construir un paisaje moderno del país que se alejara del regionalismo pintoresquista. Resultan interesantes las vistas urbanas y de parques de William Merritt Chase (1849-1916) y Childe Hassam (1859-1935), en las que podría intuirse esa perspectiva forzada que venía de los grabados japoneses. La exposición se cierra con un misterioso y magnético retrato de la muy poco conocida Cecilia Beaux (1845-1942), que contrasta con la luminosidad exagerada de Frank W. Benson (1862-1951), haciendo que vuelva a surgir la duda sobre si existió en realidad un impresionismo americano o sobre qué se habla cuando se habla de impresionismo.