Image: Drones, el terror de lo invisible

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Exposiciones

Drones, el terror de lo invisible

Drones, vigilancia de masas y guerras invisibles

24 octubre, 2014 02:00

Laurent Grasso: On Air, 2009-2012

LABoral. Los Prados, 121. Gijón. Hasta el 21 de febrero.

El comisario Juha van ‘t Zelfde, nuevo director artístico de Lighthouse de Brighton (quienes coproducen esta exposición), propone una condensada colectiva a partir del poder destructivo y aterrador de los vehículos aéreos no tripulados (VANT) o drones, una de las armas más letales hoy por su capacidad de vigilancia y destrucción remota. Miles de personas han sido víctimas de ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias, lanzadas desde el cielo y a cientos o miles de kilómetros de distancia.

La sombra sin objeto; el pánico a lo que está pero no se ve; la ceguera y la invisibilidad; el teatro de la guerra psicológica (basada en tácticas que hay que llamar terroristas) contra los civiles, la vigilancia no vigilada; la máquina como arma perfecta (insensible, neutra, incansable); la muerte a distancia; el secreto y el descontrol por parte de la sociedad de quienes supuestamente la defienden... Son varios de los temas de esta lograda colectiva donde sobrevuela una actitud de máxima alerta y denuncia hacia la ambigüedad de esa frontera entre el guardián secreto y el control total mediante contra-información, humor y humanismo. De paso, además, propone una reflexión sobre el papel del contexto en la percepción.

La exposición arranca con profusa información sobre los lazos entre drones, alta tecnología, secreto militar y práctica de la violencia y la muerte impulsada en gran parte por potencias democráticas occidentales. La neoyorquina Martha Rosler notifica y reflexiona sobre los efectos de la guerra con drones así como sobre su desarrollo en tareas de vigilancia doméstica y policial. Como también lo hacen las obras de Lot Amorós en solitario o junto a Cristina Navarro y Alexandre Oli (grupo Aeracoop), donde se mezcla la alarma y ayuda social sobre el terreno de las instrucciones de autoprotección y proyectos que reivindican el uso del espacio aéreo como parte del espacio público. El irónico recuerdo a los experimentos con palomas fotógrafas de principios del siglo XX de Alicia Framis y el vídeo de un halcón equipado con una pequeña videocámara digital del francés Laurent Grasso coinciden en recordar la posibilidad anterior del animal domesticado para la vigilancia, pero quizá sólo logren acabar por hacer más terrorífico el poder del robot.

Vista de la exposición

Ello pese al cómico-patético vídeo del suizo Roman Signer con sus 59 helicópteros de juguete que por momentos parecen insectos o pájaros huyendo de un terrible peligro y se autodestruyen por agotamiento y colisiones en una habitación. Tanto las fotos y representaciones de la sombra de drones del inglés James Bridle como los calcos de misiles e imágenes intervenidas de aviones militares de la alemana Mariele Neudecker, nos advierten sobre las huellas y sombras de las armas de destrucción masiva ocultas.

Acaso las piezas más sugestivas son las que se mueven en un terreno de ambigüedad y sutileza similar al que los otros artistas denuncian en la estrategia oficial del uso de drones, pero no serían igual de potentes sin el contexto objetivo que ofrecen las otras. La instalación y vídeos de la alemana Hito Steyerl en torno a la videovigilancia diaria y el camuflaje, el mural en homenaje a la visibilidad de la destrucción de Gaza usando el sistema dazzle de ocultamiento naval de la primera mitad del siglo XX de los holandeses Metahaven. O las dos soberbias instalaciones audio-visuales del dúo ítalo-británico Terminal Beach en torno la fugacidad de lo visible, y esas enigmáticas, autónomas, casi orgánicas máquinas colgantes de hacer espuma del británico Roger Hiorns, que tan sobrecogedoramente recuerdan que están ahí, en el aire, que antes o después seremos conscientes de su poder destructivo, de su nocividad psicológica para aquellos a los que supuestamente protege y de su inmoralidad.