Grupo I, N°17. Caos primigenio, 1906-1907
El Museo Picasso Málaga descubre en España la obra singular de Hilma af Klint, la artista sueca que a comienzos del siglo XX se adentró en uno de los más sorprendentes caminos hacia el arte abstracto. Adelantada a su tiempo, creó una enigmática obra que quiso representar una realidad más allá de lo visible. Esta es la exposición más grande realizada hasta la fecha.
La exposición del Museo Picasso de Málaga es una ocasión excepcional para conocer a una artista que pintó para el futuro. Además, es la más amplia que se le ha dedicado hasta la fecha y se compone de 214 obras que reconstruyen su trayectoria. Nacida en Estocolmo en 1862, Hilma af Klint se formó en la Academia de Bellas Artes y en la década de 1890 ya disponía de un estudio junto con otras cuatro compañeras. Este grupo, Las Cinco, realizó sesiones de escritura y dibujo automático (también antes que los surrealistas), que en el caso de Hilma se producían en estado de trance. Ya desde su adolescencia se había interesado por el espiritismo y entonces entró en contacto con ciertos guías. Uno de ellos, Amaliel, le encargó que pintara un mensaje para la humanidad. Este es el origen de los llamados Cuadros para el Templo, que llevaría a cabo entre 1907 y 1913, con un vocabulario geométrico que utiliza los mismos símbolos (cruz, triángulo y esfera) que el místico Jakob Böhme añadía a sus escritos. Pero otros son completamente personales y aluden a una concepción dualística de la existencia, característica de su propia búsqueda espiritual. Hilma trabajaba en un aislamiento casi completo de las corrientes artísticas de su tiempo. No sabía idiomas y no podía viajar debido al cuidado que precisaba su anciana madre. La única influencia que podemos rastrear es la de Gustav Munch, que expuso en el mismo edificio donde Hilma tenía su estudio. Pero esa influencia no se plasma en las formas, sino en una misma actitud de atención a los procesos psicológicos en lugar de a la realidad exterior.
El encuentro en 1908 de la pintora con Rudolf Steiner, entonces Secretario de la Sociedad Teosófica y luego fundador de la Antroposofía, fue decisivo para su trayectoria. Steiner no pudo interpretar una obra cuyo significado era una incógnita también para su autora y por otro lado puso en cuestión la validez de una creación condicionada por los médium. Hilma entró en un proceso de crisis del que tardó en reponerse, pero finalmente acabó la ambiciosa serie ya iniciada y siguió con otras: Parsifal y Átomo.
En 1920 muere su madre y decide ingresar en la Sociedad Antroposófica. Viaja a Dornach (Suiza) y asiste a las conferencias de Steiner. Sus planteamientos plásticos son contrarios a la práctica de Hilma: frente a la geometrización propone formas orgánicas y evanescentes. Todo ello lleva a Hilma a cambiar el rumbo de su trabajo. Pinta una serie de acuarelas a lo que podríamos llamar una botánica astral y abandona definitivamente la abstracción geométrica.
Cuando falleció en 1944 dejó un ingente legado completamente inédito. Y la petición a sus herederos de no mostrarlo hasta pasados 20 años. En la gran exposición Lo espiritual en el arte abstracto, celebrada en 1986, se presentó por primera vez su obra ante el gran público. Desde entonces, no ha hecho sino producir admiración en cuantos la conocen.
Hilma af Klint, discreta y tenaz, dedicó su carrera artística a prepararnos para atravesar este conflicto. Su aportación radica en su atención a la dualidad: lo masculino y lo femenino cifran una tensión que de ser resuelta desencadenaría un enorme potencial.