Artista viendo universo de Arte, 2008
Más que una gran exposición, que lo es y mucho, esta muestra de Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, Cádiz, 1948) en el CAAC de Sevilla es un acontecimiento excepcional que rubrica un acuerdo magnánimo a celebrar por todos los andaluces. Tras varios años de conversaciones, el pintor ha decidido donar de manera desinteresada su legado artístico al museo, un vasto conjunto que se aproxima a los mil registros e incluye también la casa-estudio de Tarifa. El centro, por su parte, se compromete a conservar, estudiar, difundir y mantener unida esta herencia recibida, que reúne una selección de aquellos trabajos que el autor ha ido guardando desde los 60 del siglo XX hasta hoy (la primera obra es un óleo sobre tabla que hizo con dieciséis años). Una trayectoria de más de cuatro décadas que configura un itinerario extraordinario de su propia vida vista desde dentro y contada en primera persona. De hecho, el artista concentra en esta colección íntima las piezas que ha considerado más significativas de su carrera, bien sea por su relevancia en relación con una época determinada o en otros casos por su valor sentimental, un aspecto esencial para aproximarnos a ellas ya que una inmensa mayoría están colmadas de claves autobiográficas e historias personales.Pérez Villalta podía haber elegido ser filósofo por la profundidad de su pensamiento, pero optó por convertirse en hacedor de imágenes antes que en simple narrador de teorías abstractas. Es un creador visual absoluto que considera el Arte la producción más genuina del hombre, una práctica misteriosa e inexplicable que genera emoción y hace trascender al ser humano. "La vida surge para tener consciencia de la belleza" reza a modo de emblema el enigmático texto de un extraño cuadro con forma de huevo colocado en el centro de la iglesia, el lugar donde se ubican sus realizaciones más místicas, aquellas que tienen que ver con lo religioso o la mitología.
Nada es anecdótico ni superficial en sus obras, cuya densidad va superponiendo significados para reflexionar constantemente sobre la existencia y el sentido trascendental del arte, adscrito por convicción a los preceptos de un modelo estético idealista que se argumenta por sí mismo y es puramente autónomo (ars gratia artis), contraponiéndose a los conceptos realistas y académicos que se basan en la imitación de la Naturaleza (mimesis). Su quehacer es pura inventiva, no copia cánones establecidos ni sigue pautas de ningún tipo, aunque toma referencias de la expresión de cualquier tiempo y lugar no de manera ecléctica ni aleatoria, sino estudiando en profundidad su sentido verdadero y especialmente su carácter simbólico.
Los 250 trabajos que conforman Souvenir de la vida se distribuyen por secciones a lo largo de la zona monumental de la Cartuja, estableciendo un hermoso diálogo con el edificio que amalgama en muchos momentos contenedor y contenido como no lo había hecho antes ninguna otra exposición en este sitio. El culmen de esta integración lo encontramos en la capilla donde se encuentran los sepulcros de Pedro Enríquez y Catalina de Ribera, un lugar donde previamente nunca se había exhibido nada y ahora se han colgado tres austeras y concisas pinturas geométricas. Estas telas poco conocidas encajan de forma precisa en la abigarrada decoración de la estancia no sólo porque se ajustan con exactitud a los huecos existentes, sino porque su meditada temática sobre el tránsito y la muerte refuerza el carácter funerario de la sala.
El apartado dedicado a Andalucía también resulta magnífico. Sobre todo por el modo en el que Pérez Villalta observa cómo el mundo moderno fue incorporando durante los 70 y 80 elementos extemporáneos a la imagen tradicional y tópica de la región. Especialmente lúcida es su visión de la Costa del Sol y su catálogo de Arquitecturas encontradas, además de su serie inédita Viaje por Andalucía, una interpretación sui géneris que recrea -cuaderno de dibujo en ristre- la actitud de los exploradores románticos que recorrieron estas tierras en el siglo XIX. La preocupación por el lenguaje de la arquitectura es otro capítulo de sumo interés. Desde sus inicios siempre mostró predilección por los volúmenes tridimensionales, un código basado en la recreación del espacio al que ha acudido continuamente desde su juventud. Autorretrato por la mañana (1973) es buen ejemplo del personal uso que hace de la perspectiva, ajustada a criterios subjetivos antes que a fundamentos rigurosos que escenifiquen con exactitud los objetos en profundidad.
Durante el recorrido, concebido para el descubrimiento constante, vamos encontrando piezas de muy diversa índole: pinturas, acuarelas, dibujos, esculturas, muebles, azulejos, textiles, escenografías, joyas, maquetas arquitectónicas, proyecciones audiovisuales e incluso varias recopilaciones de objetos populares que nos hablan de sus filias, un sinfín de facetas diversas que demuestran que Pérez Villalta siempre se ha movido por la curiosidad y sin prejuicio, al margen de las modas o el gusto dominante, practicando una mirada descontaminada que denota predilección por el ornamento y la alegoría, sin duda los dos pilares más reconocibles de su extenso corpus creativo.