Vista de la exposición

Galería Alarcón Criado. Velarde, 9. Sevilla. Hasta el 13 de julio. De 1.400 a 7.200 euros.





Un aspecto fundamental a considerar en la obra de Simon Zabell (Málaga, 1970) es observar cómo su pintura se ha ido nutriendo a lo largo de los años, y de manera continuada, de ideas extraídas de otras disciplinas como la literatura, el cine o la música. Este trasvase de intereses traza puentes entre realidades expresivas diferentes para indagar argumentos que acaban constituyendo la materia principal de sus cuadros, comenzó con sendos proyectos basados en los libros de Alain Robbe-Grillet (La Jalousie, 2006; La Casa de Hong Kong, 2007), continuó con las teorías fílmicas de Pier Paolo Pasolini (Rema, 2008) o los fotogramas de Ozu (Akibiyori, 2009) y, desde 2010, se ha centrado, primero, en las composiciones musicales de la familia real hawaiana (El cielo sobre Honolulu, 2011) luego de un desconocido autor de este mismo archipiélago (The Life and Times of Ernest Ka'ai, 2012) y actualmente de Olivier Messiaen.



Para su estreno en la galería Alarcón Criado reúne precisamente este punto de tránsito entre sus dos últimas series, un diálogo que parte de conceptos similares -ambos trabajos se conciben a partir de partituras instrumentales-, pero cuya consecución formal es absolutamente distinta. En Of Canyons and Stars (2013) el artista ha utilizado un láser para grabar de manera reiterada y superpuesta, en muchos casos hasta horadar la tela, las notas de una pieza orquestal de Messiaen realizada por encargo para conmemorar el bicentenario de la Declaración de Independencia de Estados Unidos. El resultado son doce lienzos monocromos que interpretan de forma visual un paisaje sonoro, obra musical que a su vez estaba inspirada en la contemplación de la naturaleza y ahora es deconstruida en sentido inverso. El otro grupo traduce al medio plástico (ya sea pintura o escultura) las rememoraciones del modesto compositor Ernest Ka'ai. Para ello, Zabell opta por una especie de código subjetivo sobre trama que recurre a sutiles estructuras de color para generar -a modo de lenguaje secreto un misterioso ritmo evanescente-, sensaciones cromáticas que asemejan el efecto óptico que se produce al descomponer la luz por síntesis aditiva.