Arctic Plate, 14, 2003

Sala Alcalá, 31. C/Alcalá, 31. Madrid. Hasta el 4 de agosto.





Por fin tenemos en Madrid a Darren Almond (Wigan, Gran Bretaña, 1971), un muy interesante artista con una línea creativa perfectamente definida que se desarrolla, como podemos comprobar aquí, en medios diversos. Sin embargo, debe su fama, sobre todo, a las fotografías nocturnas que realiza desde 2000 a la luz de la luna, tituladas Fullmoon, con exposiciones de 15 o más minutos. Esa gran parcela de su producción artística actualiza un subgénero paisajístico que forma parte de la tradición pictorialista: en el tránsito entre los siglos XIX y XX, fotógrafos como Peter Henry Emerson, Edward Steichen y Alvin Langdon Coburn comenzaron a sacar partido de la extraña luminosidad que se obtiene en las largas exposiciones nocturnas; en fechas más recientes, las mejoras en las cámaras y en las películas han permitido a maestros como Hiroshi Sugimoto, Bill Henson, Ori Gersht o Chrystel Lebas producir imágenes bellísimas en las que, como en las de Almond, se infiltran el silencio y el sueño.



Esta selección, a cargo de Santiago Olmo y Lorena Martínez de Corral, que sigue demasiado de cerca la reciente exposición de sus últimas obras en la galería Max Hetzler de Berlín, incluye sólo una de las series de fotografías nocturnas, Arctic Plates, dándonos una visión más "fría", en términos estéticos, del artista. Su título, Atmos, se refiere a un tipo de reloj que se alimenta de los cambios de temperatura y presión en el ambiente, utilizado o representado por Almond en diversas esculturas y pinturas. Tenemos aquí un muestrario de "relojes", de elementos que reflejan el paso del tiempo: las estaciones, los días, los minutos. Este es, como es sabido, el tema que da esa coherencia interna en su producción a la que aludía antes: la duración. Todo pasa, titula (entre heraclitano y budista) la videoinstalación sobre un aljibe indio del siglo VII, en el que las lluvias estacionales marcan el ritmo vital. Si lo pensamos, hay en todo su trabajo una presencia de los tiempos naturales: evidente en las impresionantes piedras del crómlech de Stennes, en la isla de Orkney, que fotografía con dimensiones monumentales, y más sutil en las máquinas como el reloj Atmos o el hipnótico Rauschenberg's Mantle Piece, que se mueve con la luz.



El transcurso temporal y el desplazamiento espacial confluyen en la obra de Almond a través de la idea de viaje. Se ha desplazado a los confines más remotos para realizar sus proyectos y en sus obras reaparecen elementos relacionados con las estaciones ferroviarias, en particular los relojes y las placas; la que se exhibe ahora reproduce un fragmento de un poema de Nan Shepherd. Por otra parte, los dibujos Vertical Plots and Doppler Dots son similares a los "retratos" del cielo estrellado que hizo , en rotación y en traslación, durante la travesía oceánica que le llevaba a Nueva York en 2000, para su primera exposición.



El artista se muestra capaz de manipular ese flujo supuestamente fijo y homogéneo del tiempo: lo encapsula en sus fotografías nocturnas, lo modula en sus esculturas cinéticas y lo demuestra caprichoso en sus pinturas de relojes desorientados. Si bien es cierto que éstos se integran bien en el discurso de Almond no son sus mejores obras: es un tipo de pintura plana e impersonal que casa mal con la intensidad perceptual y emocional de otros trabajos suyos. No me parece acertado que la exposición haya insistido tanto en ellos, limitando el espacio disponible para hacernos conocer mejor otros trabajos anteriores (el Da2 repasó en 2006 esta faceta).