Pintura de paso, 2012
Sin embargo, la sólida trayectoria de Campano, iniciada hace 35 años, se ha basado formalmente en la fotografía en blanco y negro, algo que al principio era lo predominante entre los fotógrafos profesionales y aquellos a los que Campano admiraba, y que con el paso de los años se ha convertido en un sello de identidad y una manera de certificar cierto entendimiento singular del oficio. En su caso, la del fotógrafo paseante, permanentemente armado de su cámara y que encuentra en el fluir del día y el deambular por la ciudad los discretos y directos motivos de sus tomas. Las imágenes del artista se caracterizan por la intensidad del negro y sus muchos tonos, más sólidos que opacos; también, por la organización y estructura geométrica, que cuando no es proporcionada por el lugar o el encuadre, lo hace por la contraposición de negros, blancos y grises. Por último, está su preferencia por recoger lo que la luz construye con las formas.
Vista de la exposición
De entre los colores, el más frecuente, aunque pudiese parecer mentira, es el negro: negro de las sombras arrojadas por los objetos contra las paredes, negro de los huecos y bandas excavados en los muros, incluso el negro brillante de las pinturas industriales. Negros que recuerdan a Motherwell y a Matisse y a José Guerrero. También el rojo, los carmines, bermellones, rubíes y corintos. Muchas tierras, desde los anaranjados pálidos y los delicados ocres hasta los canelos y castaños profundos. Algunos evocan, también, las primeras pinturas geométricas de su hermano, Miguel Ángel Campano, que fotografió tantas veces, y en las que creo ver algo de íntimo homenaje en la edad madura. Verdes, amarillos y blancos cruzados que componen un Lichtenstein.
No quiero decir ni de lejos que Campano copie a los maestros, sino que sus visiones son equiparables a las de los pintores mayores. Aunque las suyas sean pinturas casuales, su ojo es igualmente un ojo maestro.