Sin título #41, 2013
La propuesta de David Bestué en la galería Estrany-de la Mota, la primera exposición del artista tras disolverse el dúo Bestué-Vives, reivindica una dimensión simbólica: el espíritu de la escultura
Esta es la primera exposición individual de David Bestué (Barcelona, 1980) después de diez años de colaboración con Marc Vives. Bestué-Vives, Vives-Bestué, pareja artística que hasta ahora había presentado su obra en común, de manera que acabaron por crear una especie de identidad conjunta. Por esta razón, después de que hace aproximadamente un año los artistas decidieran seguir su trayectoria por separado, la presente exposición inspiraba una particular expectativa.
Y, sorpresa, sorpresa... la muestra ha representado algo inesperado. Si bien se pueden detectar aspectos ya presentes en el itinerario Bestué-Vives, la producción reciente del primero, no es otra cosa que una reflexión sobre la escultura, un trabajo que recupera los temas eternos de este lenguaje, eso sí, con una nueva sensibilidad.
La reflexión que plantea el artista posee múltiples derivaciones, pero existe una pieza particularmente didáctica y que ilumina uno de los múltiples aspectos sobre los que versa la exposición. Se trata de una fotografía que el título describe como: "Bola de oro oculta bajo una capa de plata, de cobre, de hierro, de plata, de plástico, de mármol, de ladrillo, de madera y de hormigón abandonada en un lugar indeterminado de España". Efectivamente,
en un paisaje desolado se observa un cubo de hormigón, una suerte de desecho, como algo abandonado... Y, sin embargo, si debemos creer al artista, en su interior, bajo múltiples capas, hay un corazón -mejor, un alma- noble: el oro. ¿No hace pensar esta descripción en la tradición neoplatónica que ha pensado la escultura como la búsqueda de un ideal escondido en el bloque mineral?
¿No existe una alusión -consciente o inconsciente-, a las meditaciones de Miguel Ángel, según las cuales en el interior de la materia habita una forma oculta que el escultor ha de liberar?
La exposición, que aglutina esculturas, objetos y fotografías, posee un título muy significativo: Piedras y poetas. Aunque la propuesta de David Bestué posee derivaciones diversas, con este título está reivindicando una dimensión simbólica la escultura.
Esta dimensión -la bola de oro a la que antes aludíamos- es el espíritu de la escultura. Y si ésta nos afecta, si es capaz de comunicarnos algo, es porque la escultura contiene en su interior una tensión que, aunque no sea visible, percibimos.
Falta por saber la naturaleza exacta de este espíritu que habita el interior de los objetos y materiales. En este sentido, entre las obras de Bestué, las más significativas son aquellas en las que el artista se apropia de objetos
kitsch y los manipula incorporando elementos intrusos o raros, como un condón en el interior de una figurilla de yeso que representa una pareja de enamorados o, igualmente llena de excrementos, una imagen de buda adquirida en un
chino... ¿Estética gamberra? Acaso se trate de un gesto lúdico, pero hay algo más. Los tratados de alquimia advierten la relación y proximidad entre el material noble, el oro, y los excrementos, lo elevado y lo bajo. Las heces simbolizan la fuerza sagrada -el oro- que ha de enriquecer y regenerar la tierra para que ésta fructifique...
En todo caso algo inquietante habita en el interior de la escultura y los objetos. Este es el mundo que explora Bestué.