Paisaje, 1912

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 25 de febrero.

La exposición de María Blanchard en el Museo Reina Sofía, una de las artistas más importantes del siglo XX, es la más completa retrospectiva que se ha hecho nunca de su obra. Esconde no pocas sorpresas.

El Museo Reina Sofía dedica a María Blanchard (1881-1932) la más completa exposición retrospectiva que se ha hecho nunca de su obra, así como la edición de un voluminoso catálogo con ensayos imprescindibles para una nueva y más justa visión contemporánea de su pintura. La muestra ha sido precedida por otra, parcial y dedicada exclusivamente a su producción cubista, que pudo verse en la muestra de la Fundación Botín de Santander el pasado verano.



Nacida el mismo año que Picasso y fallecida cuarenta años antes que él, María Gutiérrez Blanchard, una de las artistas más importantes de la primera mitad del siglo XX, no ha gozado nunca de la "leyenda" del malagueño, que aúna románticamente su vida con su producción artística a niveles mitológicos. Por el contrario, parece acumular sobre sí las desgracias físicas y el rechazo de la sociedad, en la que únicamente encuentra acomodo entre sus iguales, los artistas, y que ha llevado hasta ahora y salvo excepciones las interpretaciones de su obra a una empalagosa mezcla de conmiseración y tópicos femeninos.



La cocinera, 1923 (detalle)

Ciertamente, la recuperación de su figura como una de las señeras de la vanguardia internacional se inició, como la de otras exiliadas de España por distintas razones, a mediados los años setenta del siglo XX, con una serie de exposiciones y publicaciones de la desaparecida Galería Gavar, dirigida por Mariano Espino en la calle Almagro de Madrid, a la que siguió una primera retrospectiva en el antiguo MEAC, comisariada, como estas muestras en la Botín y el Museo Reina Sofía, por María José Salazar, autora, también, del catálogo razonado de su obra en 2004. A principios de los 80 vieron la luz algunos textos importantes que sugerían una nueva visión de la artista por parte de los autores españoles, así el retrato que le dedicó Gabriel Ferrater en sus ensayos Sobre pintura, y que reproduce el catálogo.



La muestra, ubicada en la laberíntica tercera planta del museo, es una antológica con rigor académico, subdividida en tres secciones que siguen un orden cronológico y ciertas agrupaciones temáticas: se ocupan de la obra de formación, 1903-1913, de su producción cubista, con una etapa deslumbrante entre los años 1913 y 1920 y, por último, de las obras figurativas que realizó entre 1919 y su muerte. Es una exposición aparentemente sencilla, de fácil seguimiento y que esconde no pocas sorpresas a la vez que plantea más de un dilema.



Mujer a la madolina, 1916-17 (detalle)

El primero de ellos, y subyugante, es la presencia en la primera sala de la exposición, -y junto a piezas de clara influencia de los pintores noventayochistas o de Anglada Camarasa, que fue su profesor en París- de La comulgante, el cuadro que le valió "un éxito casi escandaloso", cuando se expuso en el Salon des Indépendents de 1921, y que es una de sus pinturas figurativas, ¡iniciada en 1914!, es decir, como una vía sentimental y conceptualmente opuesta a la fría racionalidad formal del cubismo que iba a seguir religiosamente en los seis años siguientes. Desde un principio Blanchard se muestra como una artista con fondo propio, por más que comprendiese perfectamente que el arte pasaba, como ella hacía, por las ideas generadas por Diego Rivera, Juan Gris y André Lothe, sus compañeros de aventura.



En sus obras cubistas, muchas de ellas de una exquisita factura, como ocurre, por ejemplo, con Composición cubista, de 1916, o Naturaleza muerta con relieve, del año siguiente, sobresalen la fuerza y el protagonismo del color, a la vez que hace un uso de las grandes superficies vacías como estructuradoras de la forma.



De sus obras figurativas, algo extrañas a nuestra sensibilidad contemporánea, lo que más me atrae es su capacidad de reinterpretación de modelos clásicos -Jean Fouquet, Edouard Manet-, lo que confirma la urgencia de un conocimiento profundo y científico de la materia mental de la que está hecha la gran pintura. También la densidad formal y expresiva de sus obras, que aprovechan todo lo aprendido en la experiencia cubista para hacer de la superficie pintada, amén de madres, mujeres desnudas, hombres tristes o niños, un campo visual ordenado y cambiante a un solo tiempo.