Hans Holbein: Sir Thomas Wyatt el joven, 1540-42
Una exposición convertida en cuento. La isla del tesoro de la Fundación Juan March de Madrid convertida en otra isla: la de las intuiciones, las ideas fantásticas, las distancias cero. La de Agustín Fernández Mallo. El escritor recorre cinco siglos de arte británico, unas 180 obras, en busca de tesoros, de Holbein a Hockney pasando por Turner. El ruido de fondo lo pone otro grupo inglés: Radiohead.
Estoy muy interesado en el retrato. Quiero ahora detenerme en esto. El rostro estático es, quizá, lo que más se presta a la emersión de lo monstruoso. Hay algo totalmente misterioso en los retratos porque alguien nos mira desde un lienzo -o una fotografía, da igual-, y parece que lo que nos propone es un eterno retorno a su mirada, una fijación del tipo: "mira, este fui, soy y seré". Pero no creo que sea tan sencillo. Lo que en realidad propone el retrato es una continua reinterpretación de la mirada del retratado. El retrato, como las traducciones de un idioma a otro en una obra literaria, cada 15 o 20 años hay que revisarlo, cambia. Es una masa de panadero, o mejor, un merengue que un pastelero va batiendo, y sube y baja en una tempestad para la mirada. Algo así como lo que Artaud dejó dicho: "El rostro humano es una fuerza vacía, un espacio de muerte [...], esto significa que el semblante humano no ha hallado aún su cara [...], es cierto que el rostro humano habla y respira desde hace miles de años, pero nos sigue dando la impresión de que aún no ha empezado a decir lo que es y lo que sabe".
Con ese talante fui viendo las salas, especialmente atento a las obras de Holbein y de Hockney; no en vano, la expo las presenta como extremos de un arco temporal y conceptual, dos polos igualmente magnéticos. La obra elegida de Holbein es Sir Thomas Wyatt el joven, pintada entre los años 1540-1542, en la que el retratado aparece de estricto perfil, una imagen sumamente pulcra, de intenciones realistas, atravesada por una de esas barbas lampiñas que me dan mucha grima, de varón a medio hacer, inacabado. Nunca había visto esa obra. La de Hockney no puede ser más opuesta, Retrato de Nick Wilder, del año 1966. Ésta sí la conocía. Nick Wilder posa en la piscina, el agua a la altura del pecho, como si estuviera siendo tragado por un desagüe que no vemos. Al fondo, una casa pragmática, de esas como californianas. Ya poco antes de irme, en la última sala, me di cuenta de que el número de retratos comisariados era más o menos el mismo que el de escenas de carácter paisajístico. Cosas de los ingleses: perversiones bajo aparentes equilibrios.
David Hockney: Retrato de Nicholas Wilder, 1966
Se me apareció entonces una gran idea, una idea luminosa, que espero poder explicar de modo que se entienda: en la época en la que Holbein pintara aquel retrato, los retratos no eran retratos, sino paisajes. En efecto, esos rostros tienen el aire y la intención de revelar toda una "verdadera naturaleza", un reino natural al completo, son retratos-jardín, retratos-bosque, retratos-lago, retratos-merienda, retratos-posición social. El cuadro, Sir Thomas Wyatt el joven, llega al colmo de esta idea al presentársenos de perfil, no nos mira, de modo que es imposible reconocer en él lo único que caracteriza a un ser humano, la mirada, como si su rostro equivaliera a un mapa, una región, una isla, un objeto, como todas esas personas que te miran con gafas de sol y que durante unos instantes dejan de parecer humanos. Por el contrario, en la época en la Hockney pinta Retrato de Nick Wilder, los retratos sí son ya retratos y los paisajes, paisajes, la mezcla de ambas naturalezas ya se ha extinguido. La dilución, deshecha, hace que cada cosa regrese a su natural polo. Entiendo que ese proceso pueda parecer más bien frío o racionalista, pero todo lo contrario, una vez se piensa con verdadera penetración resulta tremendamente bello y sugerente.
Joseph Mallord William Turner:Sunset (?Sunrise), 1840
Llegué a la puerta empapado hasta los huesos; casi estaban cerrando. Me dijeron que era mejor no entrar, no tendría más de 10 minutos. Repliqué que me daba igual, que ya la había visto, sólo quería comprobar un par de detalles. El tipo se atusó el bigote y en tono de desconfianza espetó: "anda, entra". Tomé como método empezar por el cuadro de Holbein, a continuación pasar ante todos los demás, en orden cronológico y, con rapidez, sin analizar demasiado, guiado por intuiciones meramente oculares, terminar en el de Hockney; como si fueran fotogramas de una película. Y así lo hice. Cuando llegué a éste último me paralizó darme cuenta de que el hombre retratado por Holbein y el retratado por Hockney son, de frente y perfil, la misma persona.