Postura, 2012
La tercera individual de Jacobo Castellano en la galería Fúcares de Madrid no ha perdido el caudal poético, la cercanía y la contundencia de los materiales que caracterizan sus obra. Más bien al contrario. He aquí una de las mejores muestras de este artista.
Algo en ellas surge de recuerdos de materialidades y de la clase de sensaciones que asociamos a perplejidades y abismos, probablemente desde la infancia. Pongamos el olor de acumulaciones de comida escolar, pegamentos, engrudos, el roce anticipado, que da grima ya, de metal oxidado, yeso descuajado, filo de papel, madera en astillas, trozos grandes de cristal o lo que sirva como ejemplo a cada cual. Ese poco de leche que se ha quedado largo rato al fondo de un vaso ahí afuera. Incomodidad, asco, risa nerviosa, risa total.
Aquí, la mayor parte son esculturas o sumas de objetos (tocones de madera, restos de tallas, pan de oro, papel maché, zapatos, espejos, garfios...) ensamblados de tal modo que resultan modestos en su naturalidad, aunque se trate de completos devaneos creativos. Dan la impresión de haber sido tirados al suelo como muertos en una cuneta o sujetados con esfuerzo a las paredes. De pesadez y fragilidad.
Precisamente, su materialidad (y materialismo) de cosas inservibles reorganizadas da lugar a objetos que no son ni ornamentales ni funcionales, y articulan desde cero nuevos organismos, cuerpos simbólicos. Tienen esa cualidad de traspasar los poderes de lo físico a lo poético. También encontramos fotos intervenidas y collages, majestuosos en su equilibrio entre una armonía compositiva que conduce a la contemplación y la curiosidad descubridora, y lo informe y desmañado, inacabado y en precario equilibrio. Y acaso tal clase de funambulismo entre esos dos aparentes extremos, sea una de las señas distintivas de este artista.
Otra, sin duda, es su mezcla de los tiempos pasado y presente, que aquí se pone de manifiesto también en cuanto a la órbita de referencias estilísticas y culturales en que se mueve su trabajo. Así, por una parte, como felizmente desvela el texto de Juan Francisco Rueda a propósito de esta muestra, algo lleva a sus obras, especialmente a las recientes, hasta cierta tradición negra española que va desde el Barroco al informalismo pasando por Goya y Gutiérrez Solana y no lejano a aspectos del esperpento de Valle o del negro alucine cuasi surrealista de Buñuel, Dalí, Lorca o Berlanga... Pero como Jacobo Castellano es un treintañero occidental (de Jaén, aunque vive en Madrid hace años) tal impacto vivencial está construido asimismo de aspectos del arte global. Y, más allá de parentescos con arte y creadores, la gran virtud de Castellano consiste en la construcción de un mundo propio que gira en torno a sí y a las vivencias y memorias de su autor, y que se construye en coordenadas identificables por comunes al resto.
El contexto que distingue esta exposición tiene más que ver con las observaciones del exterior de social que ha nutrido su vida y la de sus semejantes y conciudadanos. Reyes metidos en cajas de pino y castigados de cara a la pared, pasos de Semana Santa convertidos en pies flotantes o desnudados de imágenes y cirios hasta conformar una especie de ágora que está vacía y es un peso, zapatones, narices de payaso, bebedores, cuadros velados... Una plástica y un discurso desde lo particular y personal que anda la pequeña carretera de lo local hasta terminar saliendo a la gran autopista del arte actual. Un juego de consonancias, risas e irritantes extrañezas sobre lo que mantenemos en precario equilibrio. Visita guiada al malestar.