Utopian Bubble, 2011
Entramos en la realidad distorsionada de Chema Cobo. Pónganse unas gafas 3D para poder acceder a lo que el pintor ve e imagina.
¿Qué relación puede haber entre esos elementos? Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, nació en 1832, el año en que murió Bentham, teórico del Utilitarismo e inventor del panóptico. El conejo es en el cuento de Carroll el introductor del sinsentido en un universo cotidiano y amable; nonsense es un término que aparece con frecuencia en la pintura de Cobo, al igual que otros conceptos e imágenes tomados de Carroll. Bentham soñó con una sociedad igualitaria -entre otras cosas defendió los derechos de las mujeres y de los animales; Alicia y el conejo- pero sus ideas son el germen de una sociedad de la vigilancia en la que la libertad está siempre condicionada y en la que todos nos convertimos en policías. Tanta cámara, tanta pantalla y tantas imágenes -reflexiona el artista- no nos acercan a la realidad, ni nos permiten asir el ahora. Todo está surcado por interferencias, distorsionado, entrecortado, velado. Así es como Cobo representa lo que ve y lo que imagina. La pintura, un medio que tan bien domina, aparece contaminada por la tecnología, pero las distorsiones visuales son también efecto de la alucinación. Esos hongos...
El título de la exposición, Blow, tiene connotaciones fotográficas y eróticas. La Alicia de Chema Cobo es una niña-mujer esquiva que habita un espacio catódico o virtual. Las palabras Call Now (Llame ahora), en uno de los cuadros, introducen otro ruido, el del vicio del consumo y el consumo del "vicio". Los cuadros están realizados para el espacio y su disposición perfectamente planificada para que sean leídos como una "película" pictórica. No es una lectura lineal pero sí hay una profunda coherencia en ella. La densidad de significados se podría resumir en un deseo de demostrar la dificultad para mirar que provoca la sociedad del espectáculo.
El recorrido se abre con un umbral, un pasillo de pronunciada fuga de perspectiva anulada por unos signos de puntuación en primer plano que corresponden a las líneas de arranque de la obra de Carroll. El juego con los planos es constante: los "retratos" nos acercan exageradamente a los rostros -cabezas cortadas, como la de Bentham- y, cuando el artista nos marca una distancia más amplia nos priva de los agarraderos de la lógica espacial. Al igual que nos resulta complicado manejar las distancias visuales, la proximidad emocional es también paradójica. Apenas hay nada carnal o "caliente" en la exposición; las formas son pétreas o vítreas. Se esfuma cualquier posibilidad, imaginaria, de tocarlas, como parecen sugerir esos dedos que penetran en falso en la carne y que hacen alusión al episodio evangélico de Santo Tomás. Antes de llegar, a la salida, a ese ojo repelente en 3D, habremos visto otros muchos cerrados o ciegos. Es que "Vivir a ciegas es la única forma de verlo claro".