Kris Martin: Obussen II, 2010
Centrándose en obras con innovación formal y compromiso político, la 12ª Bienal de Estambul explora la compleja relación entre el arte y la política. La obra del artista cubano-americano Félix González-Torres (1957-1996), sirve de principal motivo de inspiración para la Bienal y representa un claro ejemplo de este tipo de práctica artística.
La Bienal de Estambul de las últimas ediciones se ha forjado un interesante perfil político que la ha convertido en referencia ineludible en el circuito internacional. Hoffmann y Pedrosa no renuncian a un arte de contenido social pero este ha de ir siempre de la mano de cierto rigor estético, algo que, instaurado como norma, puede resultar algo delicado. Todo gira en torno a la figura de Félix González- Torres, artista nacido en Cuba en 1957 y residente en Nueva York desde finales de los setenta, donde murió de SIDA en 1996. Su prematura muerte no le impidió dejar uno de los legados más concluyentes de las últimas décadas. Su obra está profundamente ligada a su deriva vital. Llegó a EEUU desde el sur, se declaró abiertamente homosexual y reaccionó sistemática y descaradamente a los cánones anglosajones del modo más hiriente: haciéndose pasar por uno de ellos. Se acogió a la árida estética minimalista y en ella insufló la voz del otro, hasta entonces mezquinamente silenciada. Volcó en sus formas primarias el caudal ingente de su experiencia personal y con ella dinamitó también el espacio público. Desafió la linealidad perversa de la historia y, una vez socavada, redefinió los mapas.
Vista de los cubículos diseñados por Ryue Nishizawa
La estructura de la exposición es muy sobria, pues se quiere que el espectador encuentre de inmediato un lugar cómodo para la contemplación, pero tiene un ritmo ágil y muy sugerente con una "traza" realizada por Ryue Nishizawa, que es el cincuenta por ciento del aclamado estudio japonés SANAA.
Renata Lucas, un satélite de Untitled (Abstraction)
Hay cinco muestras colectivas que revisan otros tantos trabajos paradigmáticos de González-Torres, de los que toma prestados su título: Untitled (Abstraction), una pieza que versa sobre la subversión del canon modernista; Untitled (Ross), una reflexión lacerante sobre las incursiones de lo privado en lo público y, claro, a la inversa; Untitled (Passport), que se detiene ante el asunto de la identidad y sus posibles transformaciones; Untitled (History), que abunda en la reescritura de la historia, y, finalmente, Untitled (Dead by a gun), una enconada alusión a la violencia en EEUU. En torno a estas cinco colectivas, de alrededor de una docena de artistas cada una, se articulan cincuenta presentaciones individuales que funcionan como satélites y que amplían el eco poderoso de la obra del cubano. Si las muestras de grupo tienen lugar en espacios abiertos pintados de gris, las propuestas individuales se encuentran en cubículos cuadrangulares blancos de diferentes tamaños que se agrupan formando una enorme trama reticular. La disposición es clásica y precisa y no hay posibilidad de pérdida. En este sentido, los comisarios han logrado ceñirse al espíritu de González-Torres, cuyas obras nos cautivan por su ausencia de aristas, su austera serenidad y su epatante elegancia. Así es también el recorrido por la exposición.
Lygia Clark, con Dóra Maurer al fondo y Runo Lagomarsino arriba
Los problemas aparecen cuando nos adentramos en la naturaleza conceptual del legado de González-Torres. En el modo de abordar sus siempre espinosos asuntos, este hizo siempre gala de una perspicacia incisiva y sagaz. Fue un artista que dominaba los intersticios y sorteaba sin esfuerzo los lugares comunes. Y enfrentarse a la sutileza aplastante de González-Torres es el reto que Hoffmann y Pedrosa no han logrado superar. En este sentido, las exposiciones colectivas son en exceso literales y, aunque hay trabajos estupendos en muchas de ellas, por lo general fracasan en su intento de arrojar nueva luz sobre lo tratado. La colectiva Untitled (Abstraction) quiere reventar los modelos canónicos modernos, el pulcro esencialismo geométrico hecho por blancos machitos en los sesenta. Pero la mayoría de los artistas seleccionados no logran escapar de la reinterpretación de la trama ortogonal, y, a excepción del diálogo que tejen los Bichos de Lygia Clark y las geometrías plegadas de Dóra Maurer, la exposición sólo ofrece una monótona y redundante acumulación de retículas que flirtea peligrosamente con el homenaje. Es la perversión de los códigos modernos, una exposición que ya hemos visto. Con todo, creo que es la mejor de las 5 colectivas... Fuera de ella, entre los satélites, sí se encuentran aportaciones convincentes como el deslumbrante espacio de la veterana escultora turca Füsur Onur, geométrico pero vivido, o la rítmica combinatoria que propone Renata Lucas con sus paños de madera sobre el suelo.
Vista de la instalación de Füsur Onur
Untitled (Passport) parte del montón minimalista de papeles blancos de González- Torres que hacen las veces de un pasaporte a estrenar sobre el que se ha de plasmar la experiencia de una vida. Nada en la exposición, más bien discreta, resulta más revelador que la presencia en un espacio anexo de Rosângela Rennó, quien alude a la fotografía como marca, como registro tenso e irrebatible de lo vivido, siguiendo a Barthes, autor, por cierto, indispensable en la formación de González-Torres. Es un trabajo sutil en el que las imágenes se nos revelan a su particular ritmo. No ocurre lo mismo con la aportación de Lara Favaretto. En una exposición que versa sobre el viaje de la vida, un conjunto de maletas disperso por la sala resulta sencillamente decepcionante por mucho que se nos oculte premeditadamente su contenido.
Jonathas de Andrade: Ressaca Tropical, 2007
La cosa mejora en la otra nave, lo hace sobre todo en los solo presentations y no tanto en las colectivas, aunque las dos que aquí pueden verse, Untitled (History) y Untitled (Dead by gun), relativas respectivamente a la ruptura de la linealidad de la historia y a la violencia, funcionan muy bien juntas (no en vano, los célebres trabajos con fechas de González-Torres están trufados de episodios trágicos). Me gusta más la primera, pues la segunda es demasiado previsible. Los trabajos individuales de Jonathas de Andrade y Marwa Arsanios, brasileño y libanés, aluden a la memoria y nos recuerdan el inexorable declive de la arquitectura (moderna). Claire Fontaine, que tiene también trabajos en diferentes zonas, mantienen un nivel más que digno. Y también el singapurense Symrin Gill, con su gran políptico de fotografías que evocan geometrías en una casa desvencijada, aunque su trabajo bien podría estar más próximo a Untitled (Abstraction) y no tan profundamente enraizado en un contexto en el que, se nos dice, la historia lineal se corrompe. Hoffmann y Pedrosa anhelan que lo que entendemos por belleza vuelva a formar parte de los dominios de la estética contemporánea, un lugar deslizante en el que la política ya juega un rol predominante. Reclaman que la asunción de que este mundo se va decidida e inapelablemente a la mierda se encuentre al mismo nivel que el deleite visual. Pero no es fácil encontrar un equilibrio en las salas de este museo impecable, mitigada toda voluntad transformadora por la reconfortante cadencia con la que se resuelve el montaje.