O Grivo (Marcos Moreira y Nelson Soares): Sound Machine, 2009
La exposición muestra la obra de 29 artistas cuyas prácticas comparten con la investigación científica motivaciones, búsquedas y horizontes imposibles. Desafíos y expectativas para el espectador que deberá enfrentarse al esfuerzo o riesgo propios tanto del arte como de la ciencia.
Esta muestra, preparada con dedicación por Virginia Torrente y Andrés Mengs, abarca diferentes actitudes ante lo científico: desde el estudio riguroso de teorías o la experimentación metódica a la parodia. Muy a menudo los artistas adoptan un punto de vista marcadamente subjetivo, y muchos utilizan los principios o elementos de la física y de la mecánica como herramientas artísticas y con propósitos fundamentalmente artísticos. Magnetismo, fenómenos acústicos y lumínicos, dinámica del aire, fuerza de la gravedad, estados de la materia, ignición, trabajo de campo... encontraremos todos estos dominios de la investigación en las obras presentadas, todas bastante recientes y algunas, casi un tercio, encargadas o adaptadas para la ocasión.
La segunda virtud sería la presencia de artistas bastante jóvenes o no demasiado conocidos. Y con una variedad de propuestas que nos acerca a muchas maneras de concebir, de trabajar, de materializar. No es posible mencionar todo, pues son 29 los seleccionados y no hay verdaderamente nada desdeñable. Sólo cabe reprochar a Jorge Peris el descuido -aunque sea intencionado- con que ha justificado y filmado su vídeo sobre el Salar de Uyuni. Mejor, y hasta más científico, es el que hizo Gabriel Díaz en el mismo lugar. Y a los comisarios que no hayan incluido algunas miradas más negativas sobre lo científico y lo tecnológico; queda para otra ocasión. Quizá también que el montaje no respete del todo los "capítulos" establecidos en el catálogo y el folleto; el espectador pierde así la concentración en cada ámbito -laboratorio, campo, robótica, aeronáutica- aunque gana con algunos diálogos inesperados entre artistas. Hay algunas coincidencias que revelan intereses compartidos.
Así, los seductores juegos de luces de Luis Bisbe y Raphäel Zarka, junto a los que, además, se muestra el absurdo intento de Carlos Bunga para recomponer una bombilla rota. Animación objetual en Ben Woodeson y Guillem Bayo. Dibujos con partículas magnéticas en Gusmão y Paiva y Milton Marques. Flotación en Neuenschwander/Guimarães y Lyn Hagan. Autómatas musicales en Julio Adán, Albierto Tadiello y O Grivo. Aventura espacial en Paloma Polo, Jan Tichy y Kiluanji Kia Henda. Ciencia ficción en David Clarkson y Karlos Gil. Modelos escultóricos de tesis científicas en Ramos Balsa y Björn Dahlem.
De estas ecuaciones artísticas se deduce cuál es la tercera gran virtud de la exposición: la elevada -en comparación con lo que estamos acostumbrados a ver en las colectivas- proporción de artistas españoles. Aproximadamente una tercera parte. Es evidente que estos encuentros favorecen el intercambio y nos ponen en contexto. Es ya un clamor en el mundo del arte: tiene que haber más artistas españoles en las programaciones de los museos y centros de arte en nuestro país. No es proteccionismo sino apertura: si la cultura es hoy global en algún lugar tienen que ponerse en circulación las obras.