Árbol en otoño, 1983
En algún punto entre 2005 y 2008, la trayectoria de Antonio Ballester Moreno (1977) se arrojó por un barranco. El teórico del anarquismo plástico, creyente del "háztelo tu mismo" punk y de la práctica fuera del circo espectacular transitó desde el terreno de la video-instalación ideológica al de una pintura sencilla cercana a las artes populares y a lo artesanal, abrazando una técnica para la que no se había preparado especialmente. Desaprendió y así volvió coherente el discurso anterior.Desde entonces no es raro ver cómo se (des)califica su trabajo, con esa ligereza propia de nuestra época, de naïf. Por eso esta exposición nos resulta de especial interés. En ella el artista (otra vez con humor) da un doble salto mortal afirmándose como artista conceptual que usa la pintura del modo más elemental y reivindicando la infancia y la soltura mental como emplazamiento del arte.
Lo que aquí exhibe es ni más ni menos que una selección de dibujos suyos de cuando tenía entre cuatro y diez años. El porqué dista mucho de ser dar a conocer la precocidad del artista, sus dotes como niño prodigio de la pintura. Estos dibujos no presentan a un niño superdotado. Son trabajos manuales de técnica normal que sí llaman la atención por tener como temas oficios como el de pastor, agricultor o bandolero. El exponerlos y venderlos como unas obras más de artista proviene de reivindicar no sólo un valor idéntico al de los objetos propiamente "artísticos", sino sobre todo de su pureza, de su falta de pretensión, de su experiencia de la lucidez y el gozo, aspiraciones máximas de la pintura del Antonio adulto. Con ello, el madrileño lleva hasta sus últimas consecuencias la carga de profundidad conceptual que tiene su trabajo más reciente y su reivindicación del arte como la realización de un presente común.