Margherita Manzelli: Le possibilità sono infinite, 1996
A comienzos de los noventa Patrizia Sandretto Re Rebaudengo inició en Turín una colección de arte actual y creó una Fundación en apoyo de las nuevas generaciones de artistas, los más afamados de las prácticas de hoy, especialmente de la fotografía, el vídeo, las proyecciones cinematográficas y las instalaciones. Esta colección, integrada ahora por más de 2.000 obras, se ha situado en la punta de lanza del coleccionismo internacional y se caracteriza por seguir una estrategia de producir proyectos de artistas jóvenes y facilitarles espacios donde exponer, no sólo adquirir obras por compra.Así ocurre en esta ocasión, en la que, en colaboración con la Fundación Banco Santander, la Colección Sandretto Re Rebaudengo ha seleccionado 113 obras de sus fondos, que se presentan ocupando los 2.800 metros de la Sala de exposiciones de la Ciudad Grupo Santander. Francesco Bonami, comisario de la muestra, ha concebido la exposición bajo el lema de Espíritu y Espacio, considerando que en una época tan tumultuosa como la nuestra, dominada por lenguajes individuales y en la que "el espacio vital y el espíritu de creer están en peligro de quedar fragmentados, esta exposición tiene como meta sugerir que el espíritu y el espacio pueden mantenerse unidos a través del arte, reforzándose mutuamente". Para estimular ese aliento de creación y esa fe en la vida y en el arte, Bonami ha elegido y ha montado las obras estableciendo entre ellas diálogos de esperanzas y expectativas, de sueños y pesadillas. El conjunto sitúa al espectador en una atmósfera reflexiva y apasionada, tensada por más preguntas que respuestas.
El criterio de selección seguido para esta muestra es el mismo que mantiene la Colección desde sus comienzos: la busca de obras singulares. El arco temporal de las piezas traídas a Madrid abarca desde 1973 (fecha de la realización más "antigua", una foto en blanco y negro, Sin título, de Charles Ray, que documenta el dramatismo corporal de sus performances), hasta 2010, año en que se ha tejido en Bruselas el tapiz Still, de la californiana Pae White, pieza hermética e independiente en su trayectoria -a caballo del diseño, el grafismo y el arte-, pero representativa de su gusto por el "manierismo moderno". Esta grandiosa pieza textil ha sido adquirida por Patrizia Sandretto para esta exposición expresamente, para montarla en el frontispicio de la Sala de ingreso a la muestra, lugar que suele ocupar uno de los tapices barrocos del XVII de la Colección Banco Santander.
A pesar de la amplia cronología que abarca el conjunto de lo expuesto, la mayoría de las obras son realizaciones fechadas en los últimos quince años. A su vez, sus autores pertenecen a la generación "del cambio de centuria", nacidos casi todos en la década de los sesenta. La muestra se configura, así, como una panorámica muy amplia de dudas y conflictos, deseos, propuestas e ilusiones que presagian perfiles caracterizadores del todavía "indefinido" arte del siglo XXI.
Tres grandiosas vídeo-instalaciones configuran los espacios centrales en que culmina la exposición. De la indonesia Fiona Tan se presenta Saint Sebastian, una proyección en dos pantallas donde se desarrolla una lenta sucesión de "instantes de tiempo" sobre una ceremonia de disparo de flechas, que sirve de liturgia de iniciación a las jóvenes japonesas. A su vez, la filmación Zidane. A 21 Century Portrait, del inglés Douglas Gordon y el argelino Philippe Parreno, sobre un partido de fútbol jugado por Zinedine Zidane en Madrid en 2005, ofrece un singular y prolongado retrato de gestos y un torbellino de sentimientos del hombre urbano actual, entre la ternura y el cansancio, la comprensión y la agresión. Completan este triangulo de excelencias las ocho vídeo-proyecciones integrantes del célebre proyecto Electric Earth, del californiano Doug Aitken, cuyos complejos espacios visuales rodean al espectador a lo largo de cuatro salas, logrando que el tiempo abandone sus formas y se expanda o se repliegue, mientras figuras de afroamericanos dormitan en interiores modestos o se pierden en las calles más solitarias de Los Ángeles.
Esta misma urgencia del individuo contemporáneo por encontrar o construir unos valores que fundamenten su vida y su entorno constituye la inquietud medular que recorre la columna vertebral de esta exposición inolvidable. Lo encontramos en los incomparables retratos fotográficos tomados de las entregas fílmicas del histórico ciclo Cremaster, de Matthew Barney; y en la naturalidad y cercanía extremas de las efigies de Sharon Lockhart; y en la teatralidad densa, asfixiante, de los personajes de Yinka Shonibare. Esa misma inquietud lleva a los hermanos Chapman a recrear los goyescos Desastres de la guerra en esculturas como Cyber Iconic Man, presentando al espectador "un cierto tipo de horror y de convulsión burguesa". Es el mismo horror que desprenden los objetos de torturas femeninas que fotografía Zoe Leonard, o los cuerpos de mujeres anoréxicas de las pinturas de Manzelli… Es también el horror asombroso del sonido del que Janet Cardiff dota a sus maquetas de salas de cine, y es, en fin, el surrealista horror poético, casi invisible, de las instalaciones de Maurizio Cattelan, con su vuelta al universo originario de la infancia… persiguiéndolo quizás cómo nueva frontera.