Vicente Rojo, alas de papel
Dibujo para La luz en la ventana, de Alfonso Alegre Heitzmann, 2001
En 1968, el pintor, tipógrafo y diseñador Vicente Rojo -nacido en Barcelona en 1932, emigrado a México en 1947, para reunirse con su padre, exiliado republicano, de quien conmemoramos su setenta aniversario- tuvo la idea y se encargó de la edición de un libro memorable por su concepción y contenido: Octavio Paz. Marcel Duchamp, publicado por la editorial Era, de la que fue fundador, "el libro está armado como una caja-maleta (a la manera de M.D.) de la que salen varios elementos separados entre sí que forman una unidad", según lo describe Rojo en carta al poeta mexicano. Quienes tenemos la fortuna de poseer uno de los 3.000 ejemplares publicados podemos mantener la severa creencia de que tenemos una singular Boîte en valise, que al valor de las piezas de Duchamp añade el texto de Octavio Paz, "Marcel Duchamp o el castillo de la pureza" y los escritos del artista traducidos, nada más y nada menos, que por el también poeta Tomás Segovia.Obra compartida muestra en la Residencia de Estudiantes uno de estos ejemplares como introducción a la exposición de otros 16 libros de distintos poetas y escritores ilustrados por Vicente Rojo entre ese año 1968 y el pasado 2001. A Paz se suman José Emilio Pacheco, José Miguel Ullán, David Huerta, álvaro Mutis, Andrés Sánchez Robayna, Alberto Blanco, Fernando del Paso, Hugo Hiriart, Juan Villoro, Rafael-José Díaz y Alfonso Alegre Heitzman. Una auténtica fiesta de la impresión más inventiva y un extraordinario despliegue de ingenio por parte del editor, que coincide con un despliegue parejo de posibilidades plásticas de mano del ilustrador, que cambia y muda de estilos y maneras de acuerdo con las variantes de texto o merced a las exigencias del motivo literario. Lo íntimo del montaje estrecha la relación con un trabajo pensado para un disfrute recogido. Alas de papel para un vuelo quieto.
Extraña y extrañadamente sorprendentes son las pinturas y gouaches que, con el título general de Volcanes construidos, cuelgan en las paredes de la galería Juan Gris. Si los gouaches guardan varias de las cualidades cromáticas y cierta organización geométrica que recuerdan al mejor Rojo, las pinturas parecen retrotraernos a los años 50 del pasado siglo, con fórmulas explotadas y agotadas por el informalismo matérico hace ya décadas. Contemplándolas, unánimes en el uso de un gris terroso que recuerda las cenizas y ciertas afloraciones de un rojo apagado que se quiere lava, no podía dejar de pensar que, con el mismo motivo y parecidas formas, César Manrique realizó, en su tiempo y momento apropiados, piezas más ricas y exigentes.