Zush, más allá de lo anecdótico
En la exposición retrospectiva del Reina Sofía todas estas cualidades brillan de manera especial. Hay que felicitar a todos los implicados en ella, pero especialmente a su comisario, José-Miguel Ullán (constante valedor de Zush), que ha acertado plenamente tanto en el concepto como en la selección de obras, y al diseñador del montaje, Enric Ruiz-Geli, que ha transformado por completo las salas, sumiéndolas en la penumbra e iluminando de forma espectacular las obras. El recorrido que, se nos informa, es un "mapa" del cuerpo del artista, en el que se penetra por la cabeza, nos va presentando las creaciones de Zush (dibujos, esculturas, maravillosos libros, proyecciones, proyectos en ordenador) y se cierra en una "casa", un habitáculo en el que ha permanecido durante algunos días, a la vista del público, trabajando. El objetivo de esta presencia física del artista en la exposición es romper con la concepción del museo como algo muerto, insuflarle vida. Algo muy en consonancia con el anhelo de Zush de llevar el arte a todas partes (es uno de los primeros y de los mejores creadores españoles en mostrar su obra en internet) y de hacernos a todos artistas, como explicaba en la entrevista publicada hace dos semanas en EL CULTURAL. Pero quizá su estancia, tan reveladora y tan opuesta a los estrellatos artísticos, no era del todo necesaria. Porque la vida está ya en la obra de Zush. Hay en sus dibujos una circulación de fluidos, un circuito eléctrico, destellos en las miradas, sexo; pulsiones e intelecto; ciencia y magia. El cuerpo en toda su esplendorosa complejidad, con todas sus contradicciones: físico y mental. Y, a pesar de las apariencias monstruosas, lo que persigue Zush es la armonía, vía aceptación de lo oscuro, de lo incómodo. La campanada, título de la exposición, nos convoca para una experiencia diferente de apreciación artística.