Vista de (Chin up) First Fitting, 2016, y en el suelo, Egg Caul, 2016
Considerada como una de las grandes exponentes de la escultura contemporánea, Nairy Baghramian es objeto de una exhaustiva revisión en el SMAK de Gante hasta el 19 de febrero, en la que da la vuelta a todo su trabajo anterior. La muestra viajará después al prestigioso Walker Art Center.
El S.M.A.K. de Gante ha organizado, en coproducción con el Walker Art Center de Minneapolis, una de las exposiciones más amplias que se han montado en torno a la obra de Baghramian hasta la fecha. Ocupa la muestra toda la planta superior del museo y se nos presenta bajo una interesante aproximación curatorial. Si miramos cada una de las cartelas se nos informa de que todas las piezas son de 2016. Yo iba a Gante atraído por una supuesta exposición retrospectiva, y no salía de mi asombro cuando vi que todas las obras eran revisiones de otras anteriores, que la artista había vertido con astucia la escultura de dos décadas en una sola cápsula de tiempo, que había recuperado negativos de anteriores positivos y les había dado forma autónoma y plena, restituidos elementos que un día fueron retales y rechazados otros entonces preeminentes.
Flat spine, 2016
La primera sala, que es tal vez el espacio más singular del museo, se presenta totalmente vacía. Únicamente vemos, en su entrada, una suerte de fino y larguísimo puntal que une los dos muros cortos a diferente altura. Es asombroso el modo en que con un gesto tan leve puede la artista desmontar nuestras convenciones perceptivas, pues la sala está vacía, sí, pero nos perdemos totalmente en una perspectiva incómoda. Lejos de permitirnos asumir visualmente sus contornos, Baghramian nos los niega astutamente, alejándonos de un lugar que deberíamos interpretar fácilmente como nuestro, y lo hace a partir de un dispositivo que muchas veces ni siquiera vemos. Las resonancias al minimalismo son evidentes, pero la artista desliza sutilmente un argumento desestabilizador hacia la institución, reblandeciendo metafóricamente el poder legitimador del museo, que ha sido aquí volteado como si fuera un calcetín.En la siguiente sala, unas fotografías muestran humo procedente de chimeneas de fábricas. Evocan la intangibilidad de las ideas y son un buen vehículo para traernos desde el vacío de la sala anterior a una poderosa escultura de suelo que, nos cuentan, representa una columna vertebral que ha sido abierta en canal, como en un ejercicio de disección quirúrgica. En ella se enredan lo orgánico y lo industrial, con resinas recubiertas de aluminio como tuétanos de llameante color naranja. El montaje de esta sala, rotundo, es una iniciación a los citados vínculos que la obra de Baghramian trenza entre mente y cuerpo.
Relativo al volumen, la masa y la superficie, pero también ligado a una fuerte impronta escenográfica, el conjunto de trabajos agrupados bajo el título Stay Downers, se presentan como formas embrionarias. Mediante la transformación a las que las somete Baghramian, que desgaja algunas de estas piezas de conjuntos anteriores y las inserta en otros inéditos, alude a su propio movimiento silencioso, a un lento crecimiento tal vez inconsciente, animado por las resonancias a la tradición surrealista que reverberan en la sala.
Stay Downers, 2016
Es desde el piso de arriba, ya cuando acabamos la exposición, cuando nos damos cuenta de la dimensión de una pieza que se encuentra en el vestíbulo de entrada y cuya escala, inmensa, se nos hace inabordable al entrar. Headgear, 2016, mezcla elementos de aluminio punzantes (y algo inquietantes) con otros más blandos, como cintas y tejidos. Los aluminios tienen el potencial de transformar las formas. Son como bisturís, o como los instrumentos de un dentista. Entendemos así que Baghramian haya llamado a su exposición Deformación profesional, como asociando la escultura a otros registros y actividades profesionales.
@Javier_Hontoria