Intervención de la artista en el Museo Serralves

Un proyecto específico de la artista californiana Trisha Donnelly pone en valor la singularidad de la Villa de Serralves de Oporto, donde juega a dilatar el tiempo con luces y sonidos para situar al espectador en la frágil zona de la ensoñación.

Debe estarle agradecida la ciudad de Oporto al aristócrata Carlos Alberto Cabral, segundo Conde de Vizela, un industrial que en la segunda década del siglo pasado decidió levantar en unos terrenos del barrio de Boavista el que hoy se considera uno de los lugares más emblemáticos de Portugal, la Casa de Serralves. Diseñada por un arquitecto francés llamado Charles Siclis -que intervino también en el edificio de la Gran Vía madrileña que en su día albergó los Almacenes Madrid París y donde hoy encontramos la tienda Primark- la casa es un buen ejemplo del estilo Art Decó que predominó en la época, y está rodeada de exuberantes jardines que abrazan también ese otro hito arquitectónico que es el Museo Serralves, a cuyo cargo está la programación de la Casa.



La intervención que presenta este verano la artista californiana Trisha Donnelly está supervisada por la directora del museo, Suzanne Cotter, buena conocedora del trabajo de la artista. La obra de Donnelly (San Francisco, 1974) se aloja en un hermetismo que la artista cuida con celo. No le interesa dar demasiadas pistas sobre sus posibles interpretaciones, y eso deja al receptor de sus trabajos algo indefenso. La opacidad que manifiestan sus montajes se da también aquí en la Casa Serralves, pero es bien distinto trabajar en un white cube al uso que tratar de activar un espacio tan singular como este.



Lo que ha hecho Donnelly es deslizar un leve sistema de puntuaciones en determinados lugares que apelan a la construcción perceptiva de la experiencia individual. Las exposiciones de Donnelly son difíciles de explicar. Pierden fuelle en el boca a boca y se ahogan en la verborrea de los textos institucionales. Hay que vivirlas. Producen un ritmo quebrado de alteraciones, reactivan impresiones que creíamos dormidas, alimentan reacciones sinestésicas o animan respuestas sensoriales en diferido. Juega la artista a dilatar los tiempos de la percepción, así que no conviene querer comprenderlo todo de inmediato, quizá porque la experiencia que producen sus trabajos se encuentra en un estadio todavía previo a cualquier ensoñación lingüística.



Tal vez lo más conocido de Trisha Donnelly, y lo que produce mayor entusiasmo, sea su producción escultórica, en la que utiliza mármoles que pule con precisión para crear fallas y pliegues de una nitidez extraordinaria. Son piezas bellísimas que funcionan de manera autónoma a través de sus vínculos con la luz y con los espacios que las acogen. Pero no hay esculturas en la Casa Serralves, y Donnelly ha optado por una presentación más compleja, con fotografías, vídeos, piezas de audio, dibujos y decisiones puntuales en el ámbito de la iluminación que reconfiguran los recorridos habituales por el interior del edificio.



En el vestíbulo vemos la pieza de mayor relevancia, una proyección sobre una tela que bloquea la entrada al espacio central. La imagen representa una abstracción ilegible. Nos acompaña la estridencia de una música más o menos reconocible. Es Bach, pero es el Bach reinterpretado por la compositora Wendy Carlos (que antes fue Walter Carlos), que condensa en sus célebres usos del sintetizador lo que haría toda una orquesta. Es una música que oímos a diferente intensidad en todo el recorrido, sea frente a pequeñas proyecciones de imágenes corruptas, frente a fotografías invertidas que producen el lógico deslizamiento semántico o frente a puertas deliberadamente entreabiertas por los que transita un milagroso hilo de luz.



@Javier_Hontoria