Double Bind, de Juan Muñoz, 2001. ©Attilio Maranzano
El espacio milanés de HangarBicocca presenta Double Bind, la mítica pieza que Juan Muñoz realizó justo antes de morir. Es la primera vez que se monta este trabajo tras su presentación en la Tate Modern en 2001
No ha vuelto a dar España un artista como Juan Muñoz, un referente intelectual de primer orden. Se le atribuye la recuperación de la figura humana en la escultura de los años ochenta y su adaptación a diferentes esquemas narrativos. La figura fue para él el medio con el que tejer una espesa trama de dislocaciones espaciales orientada a provocar confrontaciones esquivas, miradas oblicuas, movimientos que de tan inciertos demandaban en nosotros lentitud y cautela. "Nada es lo que parece", decía infatigablemente Muñoz contradiciendo el famoso axioma minimalista, pues todo solía ser lo contrario de lo que se veía. Y, claro, no tardó en revisar el modo en que los minimalistas concebían la relación entre espectador, obra y espacio, tan nítida, tan pulcra. Muñoz fracturó esa centralidad con astucia perversa recuperando el inmenso legado del Barroco para crear un nuevo marco para la escultura. Y lo hizo desde una insobornable personalidad estética, pues no dudó en recurrir a la figura humana y a lo teatral para configurar su universo, y ya se sabe que ambas soluciones habían sido violentamente denostadas por el programa moderno, que las mantenía ocultas en el ostracismo.
The Wasteland, 1986. ©Attilio Maranzano
De la mano de Vicente Todolí, la exposición Double Bind & Around ocupa desde hoy el inmenso espacio de Hangar Bicocca en Milan, centro del que Todolí es Director Artístico. La muestra gira en torno a la pieza de la Sala de las Turbinas, pero quiere ser más, pues reúne un conjunto de trabajos que recogen con acierto muchas de las ideas sobre las que Muñoz construyó su trabajo. Todolí ha dejado un gran espacio diáfano (no es partidario de construir arquitecturas en la gran nave de Pirelli para no menoscabar el fenomenal impacto que produce). Además, debemos recordar que adjudicarnos la licencia de pasear libremente por los dominios de Juan Muñoz pronto se revelará inútil, pues esto no es sino una sucesión inagotable de umbrales que nos obligan a pararnos, a cuestionarnos si debemos entrar en según qué lugares, pues no en todos estamos invitados. Mediante su singular manejo de la luz y de las sombras, de las miradas que se cruzan entre las figuras, de las cortinas que no son cortinas sino telas pintadas de cortinas, y de los dibujos a tiza sobre piel de gabardina negra que lejos de ser planos bidimensionales aventuran nuevas estancias, Muñoz controla el espacio y el tiempo de la experiencia a su antojo.Recibe al espectador la mítica The Wasteland, el pequeño ventrílocuo al que debemos llegar atravesando un suelo con patrones geométricos. El muñeco nos atrae, queremos escuchar su tenue hilo de voz, pero tenemos por medio una extensión de incertidumbre, un desierto difícilmente franqueable. Estamos en las antípodas del punto de fuga clásico que favorece una mirada reposada, pues ésta es sistemática y permanentemente sesgada. Avanzamos hacia el costado derecho del espacio, donde hay un grupo de cuatro figuras casi idénticas. Se ríen entre ellas sin haberse escuchado porque aunque parezcan divertidas en apacible reunión no son más que un sordo conjunto de soledades. Se recortan frente a las citadas cortinas que no lo son pues son telas dibujadas, y Muñoz nos hace aquí participes del modo en que la ilusión se impone sobre cualquier otro sentido de la percepción. Alzamos la vista y vemos figuras colgantes que cortan el aire como un rayo. Una figura yacente parece reírse del sufrimiento de otra que cuelga, o tal vez celebre nuestro propio desasosiego ante esa escena y el modo en que Muñoz nos obliga a contemplarla. Mientras tanto, ya se advierte el sonido de los ascensores.
The Nature of Visual Illusion,, 1994-1997
A la altura de la estructura que funciona a modo de pasarela hacia la mitad del espacio, levantó una gran plataforma paralela al suelo y, por lo tanto, perpendicular a lo que podría ser el "altar mayor" de la Tate. La división permitía transitar la instalación en la zona de abajo y divisar la zona superior desde la pasarela, pues la propia pasarela la hacía inaccesible. Desde ella se veían dos ascensores que arrancaban en la parte de abajo y, atravesando la plataforma, llegaban casi hasta el techo. Subían y bajaban invariablemente.
En su lento transitar por la zona de abajo, en marcada penumbra, el visitante divisaba huecos cuadrangulares en el techo en las que se hacían visibles motivos arquitectónicos. Recordaban quizá a patios interiores, con sus ventanas, y diversas figuras en un prolijo catálogo de escorzos se afanaban en acciones extrañas. Se encogían y se agarraban, o simplemente observaban. Esta trama rara que alternaba espacios vacíos y ocupados también recordaba a los retablos barrocos, con sus energías oblicuas, sus arquitecturas interiores, sus deslizamientos y sus pliegues.
Many Times, 1999. ©Attilio Maranzano
La reedición de este trabajo en Hangar Bicocca no sólo es un acontecimiento sino también un alarde de fuerza del que hoy es posiblemente el único centro en el mundo capaz de afrontar semejantes retos por la dimensión de su espacio y por el respaldo económico que le ofrece Pirelli. Más de dos meses de producción y fases en la que se han empleado hasta cuarenta operarios dan fe de la magnitud del proyecto. Double Bind se encuentra aquí en el centro del espacio y todo se articula en torno (around, como reza el titulo de la exposición) a ella. Dos matices la diferencian de la pieza londinense. La división entre los dos niveles arranca en el exterior y, por tanto, lo natural es entrar por la parte inferior para que después salir y subir por unas escaleras a la parte superior. Además, hay algo que no conecta con el perfil barroco de la pieza de la Tate, y es que hay una marcada horizontalidad en el muro (o telón) de entrada, y, lejos de aludir a esa idea de lo ascendente tan barroca, afloran tal vez mayores analogías con lo paisajístico. Todolí cuenta que si la muerte no hubiera sorprendido a Juan Muñoz con tan solo 48 años, él mismo habría dado un giro a su producción. Le habían dejado de interesar, al parecer, los espacios museísticos, las exposiciones al uso. Le movían más los espacios industriales, marginales, desprovistos del aura del arte. Tal vez por eso Todolí haya decidido darle tanto protagonismo al propio espacio, y sorprende a ese respecto la luminosidad del lugar, calculadamente neutra, pues si hay algo característico en la obra de Muñoz es el encuentro de las luces y las sombras y la teatralidad que ese encuentro produce.Al fondo del espacio se encuentra lo que considero que es la mayor sorpresa de esta muestra. No debería serlo, pues todo gira en torno a Double Bind, pero, ya se sabe, tratándose de Juan Muñoz no conviene agarrarse a ideas preconcebidas. Many Times, la instalación que presentó en el Palacio de Velázquez de Madrid y que más tarde pasó, entre otros centros, por Copenhague y Chicago, se muestra aquí en un raro y bellísimo esplendor. Un grupo de 50 figuras masculinas de rasgos asiáticos vagan por el espacio conocido como "cubo" del centro milanés. Caminamos entre ellas y formamos parte de su raro quehacer. Miramos y somos mirados. Ese el horizonte que no debemos perder. Siempre nos están mirando. Una escalera helicoidal se eleva hacia el techo del espacio. Pertenece al antiguo hangar de Pirelli pero, con esa forma salomónica de alzarse bien podría haber sido diseñada por el propio Muñoz.