Frida Kahlo, vida, obra y mito
El pequeño ciervo, 1946. Col. Dr. Carolyn Farb
El 9 de junio se inaugura en la Tate Modern la que será la exposición del verano en Londres: ochenta obras de Frida Kahlo abandonan México, muchas de ellas por vez primera, para venir a Europa en una gran muestra. Kevin Power nos ayuda a acercarnos a la carismática artista.
Indudablemente nos encontramos con los elementos necesarios para construir el mito. Su obra dibuja estos acontecimientos, rellenándolos con otras preocupaciones emocionales e intelectuales y dándoles un filo creativo que sirve quizá de terapia pero sobre todo responde a los lenguajes vanguardistas de la época en los cuales pretendía encontrar su particular lugar. Breton se esforzó por incluirla dentro de su grupo privilegiado de surrealistas pero la obra resiste y no se presta tan alegremente a esta simple categorización. Se tuerce hacia otro lado más complejo y enraizado en su propia cultura. Kahlo sabía lo que estaba pasando en los círculos de la vanguardia europea pero sus raíces se encontraban en lo popular. Se veía como autodidacta e ingenua: "Prefiero sentarme en el suelo en el mercado de Toluca para vender tortillas. No quiero tener nada que ver con estas putas artistas parisienses". Se trata de una actitud romántica y la verdad es más compleja ya que Kahlo es una artista más sofisticada de lo que sugieren sus propias palabras.
La obra de Kahlo es más bien una síntesis de lo personal y de lo político, con una producción sorprendentemente corta de no más de 150 pinturas. Sin embargo abarca una amplia gama de posibilidades que van desde obras que expresan una aguda introspección (Las dos Fridas, 1939, Mi nacimiento, 1932) hasta cartografías sofisticadas de la nueva democracia mexicana y su búsqueda de una identidad nacional (Cuatro Habitantes de México D.F., 1938), desde un simbolismo complejo repleto de signos y emblemas hasta obras de una ambición extraordinaria que tratan sobre la historia global humana y la metafísica (Moisés, 1945, El pequeño ciervo, 1946). No hay que sorprenderse de que buena parte de la crítica reciente suela centrarse en lecturas feministas. Sin embargo, más significativo es el hecho de que su obra tiene un papel clave en la formulación de un lenguaje artístico que cuestiona los valores neo-coloniales, como también constituye alegorías de la situación problemática de la cultura y de la sociedad tercermundista, y a la vez un cuestionamiento de la naturaleza eurocéntrica de las categorías y clasificaciones de la práctica artística. En cierto sentido, toda su producción es política: desde naturalezas muertas que simbolizan una expresión de orgullo hacia lo mexicano (Frutas de la Tierra, 1938), hasta obras que delinean las relaciones entre México y Estados Unidos, o una serie en la que su cuerpo sirve de espejo a las promesas y sueños rotos de la revolución mexicana.
Kahlo plasma en su persona y en su obra el mito de lo híbrido, una mezcla de bohemia trágica, de la virgen de Guadalupe y de la heroína revolucionaria. Nos propone una obra que exige la libertad creativa y la subversión de las esperanzas sociales frente al comportamiento femenino. ¡Que más se puede pedir!