David Chipperfield. Foto: Ingrid von Kruse
El próximo 19 de mayo, David Chipperfield inaugura en Londres, su ciudad, la intervención en la Royal Academy. Instituciones y museos de repercusión internacional señalan a este arquitecto y su oficina como una de las más influyentes en el contexto contemporáneo. Retos que, sin embargo, se equilibran con un propósito personal que ha llevado al británico a poner en marcha una fundación para promover el desarrollo productivo y el bienestar social en la Ría de Arosa.
Con proyectos en lugares tan dispares como México, Japón o Inglaterra (donde inaugura el 19 de mayo su reforma en la londinense Royal Academy), también España (Madrid, Barcelona, Teruel y Valencia) cuenta con edificios de su firma. Su última obra en nuestro país no es, sin embargo, física. A finales de 2017, el arquitecto puso en marcha la Fundación RIA (Red de Innovación de Arosa), centrada en preservar y mejorar las condiciones socioeconómicas y naturales de un territorio que Chipperfield siente, cada vez más, como propio: "Es un reconocimiento del porqué durante los últimos 25 años hemos venido cada año desde una metrópoli como Londres -con sus ventajas, potencial y privilegios- a este lugar que, siendo aparentemente opuesto, tanto disfrutamos. Ni es turístico ni tiene asociaciones pintorescas o románticas, pero sus cualidades son únicas".
Pregunta.- ¿Entiende su fundación como una oportunidad para desarrollar facetas que no estén relacionadas directamente con el diseño?
Respuesta.- La arquitectura no debería ser la expresión egoísta del genio individual del arquitecto. Si lo es, lo que obtienes es la Ciudad de la Cultura en Santiago. Ese fue el inicio de una conversación con Alberto Núñez Feijoó, presidente de la Xunta, quien me preguntó hace un tiempo: "¿Qué podemos hacer con este edificio?". Le respondí que realmente no lo sabía, no tenía esa respuesta, pero que, sin embargo, tenía una idea clara: trabajar en la Ría de Arousa. Aquí existe una paradoja. Puede afirmarse que algunas de las ciudades de la zona son de las más feas que he visto en el mundo, pero se encuentran en la localización más bella. ¿Por qué? El planeamiento afecta al territorio. La razón por la que creé esta fundación es porque la singularidad de Galicia responde a la relación existente entre la naturaleza, la economía y la sociedad: un triángulo. Es decir, no es posible reflexionar sobre el entorno construido sin pensar en la naturaleza, que aquí no es tan solo un paraje natural, sino también economía, un modo de vida. Un paisaje cultural.
P.- ¿Cuáles son sus objetivos a largo plazo?
R.-Para mí, existen dos desafíos. Uno es local y se conecta con mi compromiso y cariño hacia este lugar, que elegí amar de motu proprio. El segundo planteamiento es ligeramente más teórico y tiene que ver con la relación triangular a la que me refería antes. En la sociedad contemporánea -no solo aquí sino, en cualquier parte-, la inteligencia colectiva, hasta ahora necesaria para conectar asuntos y adoptar decisiones certeras, se está volviendo cada vez más débil. Porque las personas que toman las decisiones apenas hablan entre sí; cada uno protege su independencia.
Trabajar en planeamiento urbanístico me interesa, pero no tiene demasiada lógica si no se conecta con el resto de aspectos. Porque, si no se protege la cultura económica que está relacionada con la naturaleza, ¿cómo se va a proteger a la sociedad? No se puede erigir una ciudad saludable si nadie va a vivir en ella porque los niños no tengan nada qué hacer cuando crezcan. Es necesario mantener a los jóvenes en este lugar y, para ello, tenemos que crear una economía próspera, a través de que actividades como la pesca y la agricultura les resulten cada vez más atrayentes.
A través de la Fundación queremos afrontar ciertos problemas, como son la gran cantidad de casas vacías que hay en algunos cascos urbanos, la excesiva dependencia del coche o defectos del planeamiento, como el que generan las áreas industriales en los puertos. En este punto, el papel del arquitecto se desplaza de alguien que diseña ventanas y fachadas a quien determina qué es lo importante para la comunidad: el espacio público, el aspecto y la cohesión de las calles, las actividades y el comercio y, después, la arquitectura son los parámetros que determinan su identidad, no los aspectos superficiales. Necesitamos centrarnos en los fundamentos de las cosas.
P.- Con el tiempo, su trabajo se ha aproximado cada vez más al clasicismo. ¿Esos fundamentos responden también al lenguaje?Los arquitectos tenemos ideas de carácter artístico pero no somos artistas"
R.- En último término, el lenguaje es algo que no se puede evitar. En una escala relativamente pequeña, como la de esta casa, tal vez sea posible. Pero, conforme nos acercamos a la gran escala, se vuelve más importante proyectar una imagen representativa. El Movimiento Moderno, en su oposición al lenguaje, mostró ciertas limitaciones. Hacer algo puro y abstracto podía ser realmente emocionante, pero la gente no sabía muy bien cómo relacionarse con ello. El lenguaje moderno ha obtenido gran parte de su energía al separarse de la tradición, pero perdió impulso una vez superó ese estadio. Existe la necesidad de leer la arquitectura, de entenderla. No se trata solamente de tener una experiencia en su interior, sino también desde el exterior, como sucede, por ejemplo, en la galería James Simon, de la Isla de los Museos de Berlín, o en el museo de Marbach (Alemania). Más que aproximarnos al clasicismo, hemos querido exagerar el espacio existente entre lo público y lo privado. Los espacios más ricos de la arquitectura son aquellos en los que se produce el tránsito entre la calle y el edificio, la relación entre interior y exterior.
P.- En sus inicios le calificaron de "agresivamente moderno". De ahí a ese interés por la tradición hay un largo trecho…
R.- En cierta medida, no es tan diferente. La arquitectura es quizá la más humanista de las artes, en caso de que la arquitectura sea un arte. Porque no existe de manera independiente a la sociedad.
P.- ¿No cree que la arquitectura sea un arte?
R.- En absoluto. Los arquitectos tenemos ideas de carácter artístico pero no somos artistas. El artista no tiene responsabilidades, sólo consigo mismo; el arquitecto sí, tanto con quienes realizan los encargos como con los que van a disfrutarlos.
Auditorio de la Royal Academy of Arts, Londres
Tradición y vanguardia
P.- ¿Cuál debería ser, entonces, el papel de la experimentación en arquitectura?R.- Es una buena pregunta. Tiene que existir cierta experimentación, no creo que podamos apoyarnos únicamente en la tradición; pero es necesario admitir que nuestra disciplina ya no se encuentra a la vanguardia de las innovaciones sociales de calado. Las casas de Le Corbusier de la década de 1920 eran monumentos a la modernidad, aunque se construían con ladrillos. Más que innovación real, eran promesas de innovación.
» Una ciudad como Londres muestra cómo los desarrollos de las últimas dos décadas han sido profundamente retrógrados. En la de 1960 sí que se logró innovar con proyectos de vivienda social como Robin Hood Gardens o el Barbican Centre, pero ya no se llevan a cabo planteamientos así, sino arquitecturas perezosas, sin riesgo ni perspectiva social. Hemos cambiado el concepto de innovación por algo bastante más débil. Creo que las generaciones más jóvenes, alejadas de esa arquitectura de la especulación, se están volviendo más responsables. Aunque realicen proyectos más pequeños, se hacen preguntas más profundas.
P.- Como director de la Bienal de Venecia del año 2012 eligió el lema Common Ground, que daba soporte a ideas como la colaboración y el pensamiento compartido. ¿Pretendía así subrayar la importancia de esos aspectos sociales?
R.- Intenté recordar a todo el mundo que [los arquitectos] somos socialmente responsables. Pese a que nuestra sociedad de consumo nos incita a ser cada vez más competitivos, somos una comunidad y compartimos más cosas de las que parece. Competimos entre nosotros, casi como si fuésemos frascos de perfume: "Esto es un Zaha, esto es un Herzog & de Meuron…". Tratamos de encontrar un lugar en el mercado y de asegurarnos de que somos distintos al resto pero, cuando nos sentamos por la noche, después de un concurso, en el bar de un hotel, hablamos de lo mismo: nuestro personal, los clientes, etcétera. Estamos del mismo lado. Así que, quizá, con la Biennale lo que quise decir fue: "Deja tu arma en la puerta y enséñanos en qué nos parecemos y cuáles son nuestras preocupaciones comunes".
También quise cambiar el hecho de que el certamen fuera algo así como una feria de muestras en la que todos escogen a su arquitecto favorito, en lugar de disfrutar de la arquitectura. Creo que con este lema, relativamente fuerte, ofrecí a los arquitectos una excusa para presentarse de una manera distinta.
R.- Nunca hemos tenido demasiadas oportunidades, aunque no creo que nadie las tenga a día de hoy en Inglaterra para trabajar en arquitectura pública. El panorama del Brexit resulta un tanto deprimente. Londres se encuentra en una mala posición y no estoy seguro de cuál es nuestro futuro como oficina allí. Se trata de una relación difícil con una ciudad que está dominada por la arquitectura de la especulación. La Royal Academy es, por supuesto, un gran proyecto, aunque su escala es más bien pequeña. Se compone de muchas actuaciones menores, pero es responsable y sutil. Transcurrido un plazo de unos cinco años, tras la novedad, nadie se percatará de lo que hemos hecho allí.
P.- ¿Qué supondrá para la institución?
R.- Sin ninguna duda, ampliará la oferta. En primer lugar, aparecerá una nueva entrada al norte del conjunto para poder acceder no únicamente a través del patio y de Piccadilly, como sucedía hasta ahora, sino también desde Bond Street, es decir, directamente desde la calle al museo. También aparecerá por primera vez un auditorio y se podrán ver los talleres, los espacios de aprendizaje. Creo, en suma, que la Royal Academy se va a convertir en un lugar más dinámico. En cierta medida, es como si hubiésemos levantado una piedra y descubierto un montón de tesoros que permanecían hasta ahora en la oscuridad.
P.- Es el último de una larga lista de museos en su trayectoria, desde Shanghai a México. ¿En qué han cambiado estos centros?
R.- Los museos han adoptado por obligación, y también voluntariamente, mayores responsabilidades sociales. Primero, por un deseo honesto de llegar a un público más amplio, lo que conduce al segundo motivo, más práctico: el éxito se mide en el número de visitantes y justifica la necesidad de más fondos, más dinero. En esa preocupación por estar más conectados, los museos han dejado de ser lugares en los que solo se admira belleza para convertirse en espacios que incitan a la comprensión. El caso específico de los centros de arte contemporáneo es muy interesante. Ya no se trata de colgar obras de una pared, sino de debatir sobre conceptos e ideas, en su mayoría de corte social. Son instituciones cada vez más dinámicas, que organizan continuamente eventos, performances… Los entiendo como puntos de encuentro. Al habernos vuelto menos religiosos, quizá el papel de las iglesias como lugar de iluminación lo hayan adoptado hoy los museos.
P.- Como en muchos otros de sus proyectos, aquí trabaja sobre un edificio preexistente. ¿De qué forma coexisten el arquitecto de obra nueva y el que dialoga con el pasado?
R.- Esta casa, donde estamos hablando, no es un edificio preexistente, pero está dentro de un lugar determinado que ya existía. Tampoco creo que la división adecuada sea trabajar en construcciones antiguas o en edificios nuevos. Las diferencias son mucho más sutiles. Si hiciera una gráfica, diría que, en nuestro caso, en un extremo podría estar la intervención en la Galería Nacional de Mies van der Rohe de Berlín y en el otro el proyecto Veles i Vents de Valencia. Entre medias, hay todo tipo de cosas. Si me he referido como un extremo a la galería de Mies es porque se trata de una obra existente en la que no estamos realizando ningún cambio significativo: lo estamos reparando. Pero hay un significado en esa restauración, y creo que es importante. A medida que te alejas de este extremo, nos encontraríamos con el Neues Museum y la James Simon Galerie, la Royal Academy, etcétera. En realidad, vamos desde la carencia de contexto a proyectos en los que el contexto lo es todo.
Intervención de David Chipperfield Sticks and stones en la Neue Nationalgalerie, Berlín, 2014
R.- Uno encuentra otro tipo de libertad. La pelea no es formal, sino intelectual. El proteger adecuadamente un edificio de Mies no implica imitarlo. Si queremos que Mies siga siendo Mies tenemos que afrontar el desafío de que los aspectos técnicos queden equilibrados por aspectos culturales. En algunos casos, como el cerramiento de vidrio, Mies es muy inocente, casi ingenuo. Así que intervenimos desde un punto de vista técnico para mejorar el rendimiento de este edificio. Pero, desde un punto de vista cultural, nuestra labor ha sido la de establecer un diálogo inteligente entre los técnicos y los expertos en conservación con el fin de llegar al sitio adecuado. Si lo conseguimos, quizá sea nuestro proyecto más importante en Berlín, en el que nadie nunca sabrá en realidad lo qué hemos hecho.
P.- Museos, viviendas de alto standing o tiendas para diseñadores, como Miyake o Valentino, son proyectos de cierta exclusividad. ¿Es la suya una arquitectura del lujo?Necesitamos gente que haga vivienda social relevante y lugares que nos hagan sentir mejor"
R.- En el mundo de la moda, las tiendas son parte de un proyecto publicitario que no se basa tanto en el número de prendas que vendes, sino en cómo ese espacio le da proyección a tu marca. Por ejemplo, si un anuncio en Vogue cuesta 100.000 libras, por decir una cantidad, el gastar el doble en una tienda no parece tan descabellado. Cuando se realizan las cuentas, es algo que, asombrosamente, funciona. Es extraño. Lo que sí está sucediendo, y cada vez más, es que los arquitectos nos estamos volviendo un lujo porque añadimos valor a lo que hacemos. Si no añadimos valor, carecemos de propósito en un mercado como éste. Solíamos trabajar para la sociedad, pero ahora trabajamos para el dinero, para el mercado. Y el mercado lo que quiere son plusvalías. Ocurre con las viviendas: si no se logran esas plusvalías, cada vez tendremos menos valor. Quizá sea esa la principal razón por la que los museos son un territorio tan importante para nosotros; porque somos capaces de añadirles valor, pero desde un enfoque profesional más satisfactorio.
P.- Encargos en todo el mundo, oficinas en cuatro países, prestigio y reconocimiento social. ¿Qué mas puede ofrecerle la arquitectura?
R.- Creo que todavía me quedan algunos desafíos por alcanzar. De las dos facetas de la arquitectura, hemos hablado al inicio de la experiencial, lo que afecta a la buena arquitectura; el hacer buenos edificios, en suma. La otra tarea tiene que ver con lograr ser socialmente relevante, contribuir a la sociedad. Siempre hemos querido compaginar estas dos facetas: la una lleva a la otra. Por eso, el trabajo en la Fundación RIA puede ser socialmente relevante. Pero, si solo me dedicase a este aspecto creo que me aburriría; y si hiciera únicamente edificios, también. Así que, de manera ideal, me gustaría mantener el equilibrio entre las dos situaciones. Y creo que los desafíos de la arquitectura en este momento son de carácter mucho más social. Necesitamos gente que haga vivienda social relevante. De la misma manera que necesitamos lugares que nos hagan sentir mejor.