Presentación multipantalla de Tanks
Hasta el próximo 14 de febrero podemos ver en el Barbican de Londres The World of Charles and Ray Eames, una panorámica sobre la pareja de diseñadores norteamericanos que, más allá de nostalgias, reivindica la vigencia de su legado a través de una ambiciosa mezcla de rigor documentalista y espectáculo audiovisual.
Los Eames, o Ray Kayser (1912-1988) y Charles Eames (1907-1978), encarnan como nadie el momento en el que Estados Unidos desplazó a Europa como centro del mundo, y la arquitectura y el diseño contemporáneos superaban la satisfacción de las necesidades básicas para entregarse a la plenitud consumista. Eames es plural, apellido de pareja. Así los trata la muestra. Enmarcado, vemos uno de los escasos indicios de una vida anterior: una carta en la que el recién divorciado Charles anunciaba a Ray sus planes de matrimonio, zona cero del mito Eames. Con membrete de la Cranbrook Academy of Art (Michigan) y sin fecha -aunque sabemos que corresponde a la primavera del año 1941-, declara: "Tengo (casi) 34 años, estoy soltero (otra vez) y en bancarrota". En unos meses se mudarían a Los Ángeles para cambiar la historia del diseño y la arquitectura del siglo XX.
Apoyada en una ordenación vagamente cronológica, la exposición es pródiga en fetiches, que se articulan a través de una narrativa tan amable como astuta. Al inicio, podemos observar a unos diseñadores obsesionados con la ergonomía y la transferencia entre lo industrial y lo doméstico: en apenas dos años, las piezas de contrachapado de madera que fabricaban como fuselaje de aviones se transformaron en entablillados para inmovilizar fracturas -en plena Segunda Guerra Mundial, el ejército era un cliente formidable- y de ahí devinieron en sillas. Al lado, sobre la pared, se despliega una matriz de portadas de Arts & Architecture diseñadas por Ray Eames. Son semillas del porvenir que comparten formas abstractas, empáticas curvas jazzísticas. A medida que uno avanza, el trabajo de los Eames se vuelve más y más envolvente en su intento por explicar el mundo en su complejidad, pero nunca pierde su vertiente lúdica. Cuando, al enfilar las últimas salas, aparece una colección de máscaras japonesas, resulta complicado separarlas de las propias creaciones del dúo, como si su trabajo se hubiera disuelto en lo popular. Una fusión que fructificó en 1949, cuando los Eames se mudaron a una casa de su autoría.
Buen amigo del matrimonio, John Entenza pensaba que Arts & Architecture, la revista que dirigía, debía predicar las ventajas del emparejamiento entre industria y vivienda moderna, y emprendió tras la guerra un ambicioso programa de construcciones ejemplares: las Case Study Houses. La casa Eames (número 8 del plan) puede resultar, en una primera impresión, decepcionante; un contenedor genérico que constata el aparente afeitado de la radicalidad en pro de la estética que tanto se ha reprochado a la modernidad norteamericana: desde la estructura vista a los paneles industriales en fachada que citan la paleta primaria del neoplasticismo. Sin embargo, una visión atenta corrige esta impronta. No hay manifiesto o heroicidad o violencia, sino apuesta por la fragilidad en unos pilares que se confunden con las carpinterías y por un uso creativo del color: aunque se pasa por el obligado azul y rojo de la vanguardia holandesa, el amarillo se sustituye por el dorado.
Think, en el Pabellón de IBM en la Feria Mundial de Nueva York de 1964
Pero lo que los Eames nos enseñan realmente, lo que aparece en las fotos de su vivienda -o en las de Entenza, su vecino junto al Pacífico, o en la que diseñaron para Billy Wilder, no construida pero sí bien documentada en la muestra- no es un proyecto de arquitectura, sino de vida. Para ellos, determinadas líneas no existieron; todo era susceptible de mezcla y podía ser filmado, fotografiado y, en consonancia, ampliado o reducido, como la residencia de Pacific Palisades, que se transformaría más tarde en estantería -la Eames Storage Unit- o casa de muñecas. Sus imágenes domésticas, con Charlie Chaplin e Isamu Noguchi tomando el té o Wilder fumando bajo un techo de candilejas, o sus filmaciones como House: After Five Years of Living -una sucesión de pequeños detalles- hablan de una contemporaneidad relajada e inclusiva, en la que los recuerdos de un viaje por México conviven con cuadros de Hans Hofmann, el mentor de Ray durante su etapa aprendiz de pintora en la Nueva York de los treinta.Beatriz Colomina explica así el hechizo Eames: "La misma vida se ve como un continuo anuncio de sí misma [...], en la que cada ciudadano actúa como si estuviera a punto de ser filmado". El dúo confundió su narrativa personal con su desarrollo profesional: en su relato está su sustancia. Como si esas filmaciones caseras hubieran sido parte del experimento, desde finales de los 50 los diseñadores ampliaron su enfoque y se centraron en desarrollar complejísimas presentaciones audiovisuales. Las sinfonías multipantalla de Glimpses of the USA, realizada para la Exposición Nacional Americana de Moscú, en 1959, o Think, para el pabellón de la IBM en la Feria Mundial de Nueva York, de 1964, nos sacuden con una inesperada sensación de inocencia. ¿Qué sentiría un ciudadano de a pie al ser asaltado por esa sobrecarga sensorial?
Es entonces, en pleno ataque sinestésico, cuando se hace patente la figura de los Eames no como individuos talentosos, sino como proyecto global, sin formatos menores. La suma de cartas, proyectos expositivos, planos, detalles, maquetas, juegos infantiles, diagramas, notas, ballenas de papier-mâché o carros de diapositivas trabajando en simultaneidad ("click-click") logra en Londres algo inaudito: reavivar el propio anhelo de una modernidad sincera.