De las emociones crepusculares de El gran coto y Dos hombres observando la luna a la percusión sublime de El caminante sobre el mar de nubes. Del misterio pleno de la infinitud en Monje junto al mar al patetismo lírico de El mar de hielo. Del simbolismo político de El cazador en el bosque a la fiebre onírica de Cruz en la montaña. La obra de Caspar David Friedrich se afirma como una de las experiencias más trascendentes de la pintura del siglo XIX, entre lo místico y lo hipnótico, lo irreal y lo eterno, lo concreto y lo indefinible.
El 5 de septiembre de 1774, hace 250 años, nació en la pequeña ciudad de Greifswald, a orillas del mar Báltico, el gran pintor del romanticismo alemán, que a partir de su contacto con la naturaleza y el paisaje exploró nuevas formas para indagar en las trastiendas de la realidad y en las esferas secretas de lo visible.
Una efeméride que Alemania está celebrando con un programa de actividades que incluye conferencias, conciertos, visitas guiadas, cursos de pintura y cuatro grandes proyectos expositivos: en Hamburgo, Caspar David Friedrich. Arte para una nueva era (clausurada en abril); en Berlín, Caspar David Friedrich. Paisajes infinitos (clausurada en agosto); en Dresde, Donde todo empezó (dos muestras, en el Albertinum y el Kupferstich-Kabinett, que arrancaron el 24 de agosto y permanecerán instaladas hasta el 5 de enero y el 17 de noviembre, respectivamente); y en Weimar, Caspar David Friedrich, Goethe y el Romanticismo en Weimar, a partir del 22 de noviembre.
De familia luterana, Friedrich vive en la infancia experiencias traumáticas: las muertes de su madre y su hermana Elisabeth y también la de su hermano Johann Christoffer, que acudió a salvarlo cuando Caspar David se hundía en el hielo. De este suceso cabe encontrar huellas y resonancias en sus cuadros.
A los 20 años ingresa en la Academia de Copenhague, una época de la que se conserva poca obra suya, y en 1799, después de pasar por su localidad natal, se traslada a Dresde, donde expone por primera vez unos dibujos.
En la primera década del XIX se va configurando su lenguaje. Napoleón es el protagonista del momento y en Friedrich crece un sentimiento antifrancés que se asocia a otros códigos políticos y religiosos que se trasladan a sus composiciones. A partir de 1810 comienza su mejor etapa, con obras como Monje junto al mar y Abadía en el robledal. En 1816 es nombrado miembro de la Academia de Dresde.
Dos años después contrae matrimonio con Caroline Bommer, y pinta El caminante sobre el mar de nubes, su escena más célebre, la imagen que concreta, define y proyecta el romanticismo alemán. Una figura humana de espaldas, sobre una cima montañosa, enfrentada a un paisaje inabarcable, sublime, terrible, absoluto, de una belleza primigenia y eterna, incalculable. Un paisaje de nubes espesas y formaciones rocosas, sin horizonte y probablemente sin principio físico, ya que es un paisaje mental. El hombre abismado en una sugestión contemplativa de pureza e infinitud, abrumado por la carga, la culpa y la pequeñez y sin embargo entregado a la inaudita posibilidad de una revelación, un indulto o una esperanza. Naturaleza y alma asociadas e interrogativas en la definitiva ecuación del misterio.
Son los años de la Restauración de Metternich, de la Europa posnapoleónica diseñada en el Congreso de Viena. Friedrich tiene hijos, hace nuevas amistades, conoce al futuro zar Nicolás I, que le comprará cuadros, es nombrado profesor extraordinario de la Academia de Dresde pero se le niega la cátedra de pintura paisajística (quizá por motivos políticos).
A partir de la segunda mitad de los años 20 su salud se va deteriorando y se entrega a una vida poco abierta al exterior y marcada por algunos tormentos interiores. En 1835 sufre un ataque de apoplejía. Muere en 1840 y es enterrado en el cementerio de la Trinidad de Dresde. Su obra cae en el olvido durante varias décadas. Será redescubierta a partir de una exposición celebrada en Berlín en 1906.
Friedrich consideraba que el arte debe estar vinculado a los conceptos de sublimación y elevación. Su obra está atravesada por una cadencia mística y una voluntad de conectar con lo absoluto. También incorpora motivos religiosos concretos como la cruz. El monje junto al mar y el viajero sobre el mar de nubes son expresiones de una vocación de comunión con la totalidad, con lo inexpresable de la creación. Naturaleza, muerte, presagio, ensueño, espiritualidad, conjetura, símbolos, contrastes y alegorías en escenas irreales que desarman o desafían las categorías perceptivas del espectador: Abadía en el robledal, Mañana en el Riesengebirge, Cruz en la montaña, Arcoíris en un paisaje de montañas…
Friedrich abogaba por mirar hacia dentro, por afrontar la creación pictórica “con el ojo del espíritu”, proyectando en el exterior los paisajes interiores del artista. Como afirma José Jiménez en Imágenes del hombre. Fundamentos de estética (Tecnos, 2017), “en ese clima abierto por el romanticismo y el idealismo filosófico en Alemania, las pinturas de Friedrich no tardarían en convertirse en ejemplos de la más intensa identificación con lo sublime artístico”. El “paso definitivo en la reformulación de lo sublime en un plano filosófico y conceptual” lo había dado Edmund Burke pocos años antes del nacimiento de Friedrich. Y lo sublime en la naturaleza, para Burke, tiene que ver con el asombro.
La poética de Friedrich se impregna de asombro, metafísica, calma, enigma y panteísmo, con modulaciones crepusculares que se van melancolizando con el paso de los años. Pero también en su obra hay experimentalismo e idealismo y una enunciación muy personal de conceptos como la utopía.
En la relación entre pintura y naturaleza hay un antes y un después del alemán. Así lo puso de manifiesto la exposición de la Kunsthalle de Hamburgo. La de Berlín (en la Alte Nationalgalerie) reveló su evolución como artista a través de 60 pinturas y más de 50 dibujos.
Respecto a las muestras visitables actualmente en Dresde, la del Albertinum presenta una colección de paisajes que revelan los temas que le preocupaban (la naturaleza, la religión, la política…), junto a pinturas de artistas en los que se inspiró y de contemporáneos, mientras que la del Kupferstich-Kabinett se centra en el proceso creativo que hay detrás de sus dibujos.
El Metropolitan Museum of Art de Nueva York presentará en 2025 la primera gran retrospectiva sobre el artista en Estados Unidos, Caspar David Friedrich. El alma de la naturaleza, del 8 de febrero al 11 de mayo, integrada por 75 obras y organizada en colaboración con la Alte Nationalgalerie del Staatliche Museen zu Berlin, el Staatliche Kunstsammlungen Dresden y la Hamburger Kunsthalle.