En la última edición de ARCO participaron 211 galerías, 71 de ellas españolas y 17 portuguesas, país en el que la feria tiene instalado su satélite desde 2017. Y entre los nombres lusos, dos de las galerías más potentes son Cristina Guerra y Pedro Cera, que acude a la feria desde 1999 y acaba de dar el salto definitivo a Madrid con un nuevo espacio en su 25 aniversario.
La expansión sorprende, pues mantiene su sede en Lisboa, pero no es un hecho aislado y se suma a otros nombres de galerías internacionales –la alemana carlier | gebauer, la colombiana La Cometa o la cubana El Apartamento– que también han dado el paso. El mercado español, a nadie se le escapa, no es el más boyante, pero es también una manera de acercarse a los coleccionistas latinos con casa en Madrid y de fichar a nombres españoles.
Cera ya trabajaba con Antonio Ballester Moreno y cuenta con una nómina de autores de amplia trayectoria como Berlinde De Bruyckere, Tobias Rehberger o David Claerbout (Kortijk, Bélgica, 1969), que ha sido el encargado de inaugurar el espacio de la calle Barceló con un vídeo recién salido del horno, Birdcage (2023), y una obra anterior, The Close (2022). Los dos, como ya se presupone de Claerbout, son películas de cuidadísima factura en las que se cruza lo real y lo construido (trabaja con imágenes encontradas y con creaciones en 3D), el movimiento y la quietud, la memoria y la fragmentación en un totum revolutum en el que no es fácil distinguir lo real de lo inventado.
Dos niños se convierten en los protagonistas improvisados de una película en la que, intencionadamente, no ocurre nada
En el primero de los vídeos –sin sonido, aunque se contamine del de la pieza de la planta baja–, el comienzo es pura calma: unas relajantes vistas de los jardines de una bucólica casa de campo en la que los insectos vuelan de flor en flor, los nenúfares flotan en el estanque y un sauce llorón se refleja en sus aguas. Pura fachada. Una fuerte explosión y un cambio cromático hace que todo salte por los aires, incluidos dos pajarillos de aspecto casi disecado, en los que quizá el filme se deleite demasiado.
Pero uno de los aspectos más interesantes de Claerbout, al que el público español recordará por su individual en el MNAC de Barcelona (Olympia..., 2017) o por la del CGAC de Santiago de Compostela en 2003, es su propio proceso creativo, que deja a la vista en esta exposición: formado en la especialidad de pintura, apoya todos sus proyectos audiovisuales en fotogramas dibujados como los de Birdcage, de factura entre puntillista e impresionista. De ellos dice Claerbout que le sirven para reconectar lo virtual (sus vídeos) con lo táctil, lo material (el papel).
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Es más rotunda su película The Close (2022), en la planta baja de la galería, con la que rinde un cierto homenaje al cine mudo, la textura del blanco y negro y la estética de la Street Photography de los años 20. Dos niños se convierten aquí en los protagonistas improvisados de una película en la que, intencionadamente, no ocurre nada, pues son fruto de instantáneas sin autor. Combina esas imágenes con reconstrucciones en 3D que se deleitan en la figura de uno de los chicos e incorpora sonido, algo que no es habitual en muchos de sus trabajos, una pieza coral del compositor estonio Arvo Pärt acomodada con precisión a las imágenes.