El año 2023 tendrá el rostro de Picasso y la luz de Sorolla. El calendario artístico ha quedado marcado por la celebración del 50ª aniversario y el centenario de ambos artistas, respectivamente. Sin embargo, el Museo del Prado no ha querido dejar pasar la oportunidad de homenajear al pintor español Eduardo Rosales (1836-1873), en el 150 aniversario de su fallecimiento.
Las obras del madrileño llevan colgadas en los pasillos de la pinacoteca desde que en 1857 el Prado adquiriera el Retrato de D. García Aznar, 5º Conde de Aragón. Desde entonces, el museo lleva décadas adquiriendo las obras del artista. “El Museo del Prado ha sido consciente de la necesidad de aumentar la colección de Rosales”, asegura Javier Barón, comisario de la exposición, hasta llegar a acoger “la mayor colección del pintor del mundo, no solo en pinturas, sino también en dibujos”.
Por su parte, Javier Solana, presidente del Real Patronato del Museo del Prado, afirma que la pinacoteca expone toda la colección de Rosales, un total de 26 obras, “en perfecto orden y en un estado de conservación excepcional”. En este sentido, tanto Solana como Barón pusieron de manifiesto el agradecimiento a Eva Perales, restauradora de la mayor parte de las obras del pintor y del museo desde hace 41 años.
La muestra Eduardo Rosales (1836-1873) en el Museo del Prado, que se podrá visitar hasta enero de 2024, recoge un conjunto de 17 obras del artista- 14 óleos y tres dibujos- en la sala número 60 del Edificio Villanueva, y completa las salas de la colección permanentes dedicadas al artista, como la 61B y la 101 dedicada también a la historia del museo.
Una exposición “pequeña, pero muy intensa”, recalca Solana, que demuestra el carácter polifacético del pintor. Y es que en las obras exhibidas se puede apreciar la capacidad del artista de amoldarse a géneros tan dispares como la pintura religiosa, con Estigmatización de Santa Catalina de Siena (1862) o la pintura literaria en Ofelia (1871), donde el pintor plasma a la perfección la poética de Shakespeare en el lienzo.
Destacan también algunas de las recientes incorporaciones a los fondos del Prado, expuestas por primera vez, como Muerte de la Cava (1860-61), donado por la Comisión del Siglo XIX de la Fundación Amigos del Museo del Prado, Paisaje (1872), que descubre una faceta poco conocida del artista a la que se dedicó en la última etapa de su vida, o el retrato de María Isabel Manuel de Villena, IX condesa de la Granja de Rocamora (1865), legado este año por Araceli Cabañas Agrela, que evidencia la excelente capacidad como retratista.
Eduardo Rosales ya era un habitual del Prado desde sus inicios como aprendiz en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando cuando se pasaba las horas muertas por las salas, copiando los cuadros de Van Dyck, Velázquez, Tiziano o Veronés. Su pintura, como su vida, estuvo marcada por la desdicha, la tuberculosis y también por Italia. Su estancia en Roma le acercó a la estética que practicaban por allá entonces unos jóvenes alemanes llamados Nazarenos. Tobías y el Ángel (1858-63), obra que forma parte de la muestra, es un buen ejemplo del acercamiento del pintor a esta corriente.
El pintor madrileño fue, junto con Mariano Fortuny, uno de los grandes modernistas del siglo XIX, y abrió caminos a la pintura española más allá de la normativa académica que predominaba en la época. Sin embargo, las vanguardias del siglo XX arrasaron con tal fuerza que su modernismo, y el de muchos otros, quedó rápidamente obsoleto y anticuado. Aún así, 150 años después de su muerte, todavía puede respirarse en su pintura un espíritu renovador noblemente clásico.