¿Cómo hablar de Picasso desde La Casa Encendida, cuya identidad y métodos de trabajo se apartan tan ostensiblemente de la figura del artista genio, blanco, viejo y casanova? Esta era la cuestión a la que se enfrentaban las directoras de la institución, tal y como ellas mismas cuentan (con otras palabras) tras recibir el encargo del comisario del Año Picasso, el añorado José Guirao. Dado que el artista firmó unos 16.000 cuadros, otros tantos dibujos y 700 esculturas, además de grabados y cerámicas, no es imposible, a pesar de tantas exposiciones realizadas, buscar una excusa para seleccionar un puñado de obras.
Pero la dificultad de exponer a Picasso en 2023 no es encontrar un ángulo original, sino uno que resulte pertinente en un momento en que el mundo del arte (como el resto, pero más) trabaja con planteamientos decoloniales, inclusivos y con perspectiva de género. Pero creo que, entre la comisaria de la muestra, Eva Franch y el propietario de la colección, Bernardo Ruiz Picasso (nieto del pintor), han concebido una exposición que resuelve la cuestión de forma sobresaliente, porque es una intensa experiencia estética y al tiempo un potente artefacto conceptual.
La “grieta” por la que atisbar una nueva visión, esto es, una revisión, de la obra picassiana estaba ahí desde siempre, aunque nadie había caído en ella. Picasso, según cuentan testimonios de la época, no titulaba sus cuadros. Un caso conocido es el de Las señoritas de Avignon. Cuando Picasso se lo enseñó a sus amigos, recién terminado, no tenía nombre y pasó una década cargando con el que le colgó el siempre ocurrente poeta Apollinaire: El burdel filosófico. Otro poeta, André Salmon, lo tituló después Las señoritas de la calle de Avinyó, una calle de Barcelona que inmediatamente se confundió con la ciudad francesa de Avignon y así hasta hoy.
Vamos a encontrarnos con 12 picassos nunca expuestos. Y vamos a verlos también de forma excepcional
El caso es, como decía, que Picasso no titulaba sus cuadros, pero hoy no hay ni uno solo que no tenga título. Se lo pusieron otras personas y nunca fue tan necesario como cuando se trataba de venderlos. Titular, nombrar, es una operación que no tiene nada de casual o inocente. Analizar los títulos y los tituladores o tituladoras podría dar lugar a una excelente investigación, pero en este caso se ha procedido en sentido contrario.
La exposición es el resultado de invitar a 50 artistas de veinte nacionalidades, pertenecientes a tres generaciones, a retitular otras tantas obras de Picasso. Se trata de obras de su periodo final, entre 1963 y 1973 y, esta es la primera sorpresa, vamos a encontrarnos con 12 nunca expuestas, lo que supone una ocasión excepcional de ver picassos. Y vamos a verlos también de forma excepcional.
La comisaria ha diseñado un montaje que contradice las convenciones del “cubo blanco” (ese espacio físico, pero también mental, en el que el arte moderno se muestra supuestamente en condiciones de insuperable visibilidad e inteligibilidad). En este caso, cada sala dispone de una zona de entrada en la que encontramos las cartelas convencionales con sus títulos habituales y, tras una suerte de umbral, pasamos a la zona de exposición.
Salas negras y en penumbra, en las que las obras de Picasso se iluminan con un haz de luz ajustado a sus dimensiones, de manera que colores y líneas resaltan como si dispusieran de retroiluminación. En la pared de enfrente, con medidas y posición similares, planchas de aluminio en las que podemos leer los nuevos títulos. Es decir, un ejemplo extremo de esa estrategia artística postmodernista, vieja pero aún nueva (o al revés), con la que el artista ya no es un productor de objetos sino de significados.
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Sin llegar a eso, lo que es patente es que el título condiciona el enfoque del espectador (más hoy que nunca, que miramos la cartela antes que la obra). También que retitulando nos retratamos, en prejuicios, sesgos y obsesiones.
Como antes comentaba, hay algunas obras notables. Por ejemplo, el imponente rostro naranja, rojo y amarillo que Tala Madani titula Personnage (again) de 1971. También la plancha de arcilla pintada con engobe, cuyo título confirma Antoni Muntadas: Desayuno sobre la hierba, según Manet. La polisemia del lenguaje cubista se revela ante cuadros como el antaño titulado Cabeza de hombre, que Esther Ferrer retitula Pareja de bailarines.
Pero para entender el alcance de la operación, veamos por ejemplo el Desnudo sentado de 1967, que Jill Magid titula Retrato de Jill Magid. La artista se refleja en el lienzo y se ve como pudo ser vista: “En la representación que hace de mí Pablo Picasso, soy un cuerpo lleno de orificios”. Otros cuadros inspiran performances o se titulan en lenguajes inventados.
Relectura por tanto de Picasso que, aunque sesuda, engancha, porque tiene algo de juego. De hecho, tiene algo de partida simultánea de un maestro con cincuenta adversarios.