La risa de las flores es un título tan sugerente que correríamos a ver la exposición sin saber de qué va. La expresión procede de uno de los haikus de primavera de Matsuo Bashô (1644-1694) que, siguiendo el ciclo de la naturaleza, desembocan en los haikus otoñales, cuando el poeta anticipa: “También mi nombre / se lo llevará el viento / como a las hojas”.
Con la misma simbología implícita, los occidentales hablamos de “naturalezas muertas” para referirnos al bodegón en pintura y, en general, a la representación de flores. Quizás, más que ningún otro género, alude a nuestra vanitas y evidencia que lo bello esconde lo siniestro. Reflexiones más que oportunas en estos tiempos de incertidumbre, cuando contemplamos más que nunca la naturaleza como espejo de nuestra búsqueda interior.
Menene Gras, directora de Cultura y Exposiciones de Casa Asia y comisaria de esta exposición, desgrana a través de quince artistas asiáticos y españoles viajeros por Asia diversas posibilidades de la representación de la naturaleza muerta, plasmada en varios medios: vídeo, instalación, fotografía, pintura y dibujo. En el fondo, todas contienen un relato cultural y/o biográfico. Viajes de ida y vuelta, desde la flor a la planta, su lugar en el espacio urbano, el jardín y hasta el paisaje, los imaginarios de estos artistas confluyen en su asimilación de las tradiciones occidentales y orientales.
Como ocurre con el Homenaje a Monet de Han Sungpil, la versión de la Monalisa de Lee Lee Nam, el maravilloso ciclo de vida de las flores de Azuma Kamoto y los campos manchegos de azafrán de Mana Salehi. Así como en el estudio de la combinación de arquitectura y jardín en la superpoblada Tokio de Nicolás Combarro y Wawi Navarroza, los cuadernos de acuarelas de Manuel V. Alonso, el exquisito biombo de Mari Ito, el elegante tríptico de Javier Garcerá y las Cien flores de Asia de Marisa González.
Además, esta exposición tiene lugar en el Invernadero de los Bonsáis y el Patio del Tilo del Real Jardín Botánico, un espacio dedicado habitualmente a exposiciones científicas de los botánicos pero desconocido para los aficionados al arte, situado por encima del Pabellón Villanueva. Y precisamente, en el costado derecho de este pabellón, también por iniciativa de Casa Asia, se ha construido el primer jardín zen japonés en el Botánico: como muestra de una jardinería entendida como “el arte de asentar las rocas” sobre la arena rastrillada con precisión geométrica.
Con el patrocinio del Cabildo de La Palma, desde donde se han traído toneladas de lava de la última y trágica erupción del volcán, y otras empresas, sería una lástima que este gran esfuerzo fuera efímero pues, como afirma la comisaria, el jardín zen es “expresión de una sociedad humana que construye una imagen de sí misma en un mundo de identidades movedizas y migrantes, reivindicando lo que está más allá de su carácter efímero para trascender su impermanencia”.