Ese macho cabrío presidiendo un aquelarre, ese combate a garrotazos, ese perro a punto de hundirse y esos viejos grotescos comiendo sopa siguen señalando el inicio del viaje. Las Pinturas negras de Goya, como dijo André Malraux, marcan el inicio del mundo contemporáneo, y también abren el recorrido por las salas del Museo del Prado dedicadas al siglo XIX, que han sido totalmente reordenadas para incluir piezas nunca vistas y una mayor presencia de mujeres artistas y de pintura de temática social.
En el otro extremo, el recorrido culmina ahora, entre otras obras, con La boloñesa, el cuadro de María Blanchard que hace unas semanas reabrió el debate —más en la prensa que en los museos— sobre cuál debe ser el límite temporal entre el Prado y el Reina Sofía.
“Una de las poquísimas cosas positivas que nos ha dejado la pandemia es que nos ha permitido acelerar algunos procesos y uno de los que teníamos en mente era la reordenación de la colección permanente, que estaba prevista para dentro de un tiempo”, ha afirmado el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, este martes durante la presentación de los cambios ante la prensa. En los últimos meses se han ido remozando otras salas y abriéndolas al público, como las del siglo XVIII, “pero la intervención más ambiciosa es la que afecta a las del siglo XIX”, asegura el director.
La renovación pretende mostrar el arte de esa centuria de una manera más atractiva y más interesante. “Un siglo XIX más variopinto, que incluye nuevas geografías, nuevas temáticas y nuevos soportes artísticos hasta ahora menos o nulamente representados en el anterior montaje”, explica Falomir. Así, se incluye más pintura social, que experimentó un boom a finales del siglo; pintura de Filipinas —“el único país asiático que tiene una tradición pictórica occidental”—, grabados, medallas y numerosas miniaturas, así como una visión más internacional y cosmopolita que contextualiza mejor el arte que se hacía en España en aquella época. También se exponen más obras de mujeres artistas, una flagrante carencia histórica por la que el museo ha recibido no pocas críticas.
Los números evidencian todos estos cambios: ahora, en las 15 salas dedicadas al arte del siglo XIX, con un total de 1.600 metros cuadrados y ubicadas en el ala sur del edificio Villanueva, hay 130 artistas representados (57 más que antes), de una única mujer se pasa a trece, y donde antes había solo 10 artistas extranjeros ahora hay 37.
El nuevo recorrido
Tras las Pinturas negras, una sala de transición muestra a Fernando VII con manto real, y a continuación el visitante se adentra en la sala que reúne obras realizados durante las primeras décadas del siglo. Aquí, los imponentes 2 y 3 de mayo de Goya se muestran ahora enfrentados a La muerte de Viriato de José de Madrazo, una obra que sigue el canon neoclasicista.
“A veces explicamos la historia del arte de una manera excesivamente didáctica y lineal, como si fuera una sucesión de estilos artísticos, cuando a menudo lo que se da es un fenómeno completamente distinto: la persistencia de estilos artísticos diferentes y a veces contradictorios”, señala Falomir. “Es muy ilustrativo ver cómo, por un lado, Goya celebra la independencia frente a los franceses con un lenguaje moderno, mientras que, por otro, Madrazo celebra al primer héroe de la independencia de España, Viriato, en un lenguaje clásico”.
En esta sala hay otras novedades: el retrato ecuestre del general Palafox —“uno de los mejores retratos ecuestres de la historia de la pintura española”, según el conservador Javier Portús— se ha cambiado de pared, otorgándole mayor visibilidad, y junto al 2 y 3 de mayo de Goya se exhiben dos grabados sobre papel de su serie Los desastres de la guerra, que por su delicadeza irán rotando cada trimestre con otras de las 82 estampas que la componen.
En la nueva disposición de la colección tiene mucha importancia también la presencia de bocetos previos —en su mayoría se trata en realidad de cuadros perfectamente acabados, solo que en pequeño formato— de obras mayores y casi nunca vistos, y en esta sala encontramos el primero de ellos, del mencionado La muerte de Viriato de Madrazo, junto al original.
El movimiento neoclásico supuso, durante las últimas décadas del siglo XVIII y primeras del XIX, la revitalización del arte europeo y, aunque las colecciones del Prado de este periodo cuentan principalmente con obras españolas, se incluyen ejemplos de artistas europeos destacados como Thomas Lawrence, británico, Pierre Guérin, francés, o Gottlieb Schick, alemán, en la sala 63.
El triunfo del Neoclasicismo en España abarca el primer tercio del siglo XIX y se puede contemplar en la sala 62 a través de obras de algunos de los autores más destacados de su tiempo como José Aparicio, Juan Antonio Ribera o José de Madrazo. En esta misma sala hay una vitrina con 40 miniaturas, cinco de ellas obra de mujer, entre las que destaca La amabilidad, una aguada sobre marfil de Marcela de Valencia adquirida por el Museo Nacional del Prado en abril de este mismo año.
Tras la sala dedicada al Romanticismo en la que se incluyen ejemplos de la recuperación de la tradición pictórica del Siglo de Oro, con Esquivel y Federico de Madrazo, y del influjo de Goya, en Alenza y Lucas, y la escultura romántica San Jerónimo en bronce de José Piquer, se avanza hacia la sala dedicada a Eduardo Rosales, uno de los más grandes nombres del arte español de todo el siglo XIX, que volvió su mirada desde el purismo académico hacia la lección realista del arte de Velázquez. En esta sala, se incorporan como novedades dos cuadros de Rosales, Blanca de Navarra entregada al captal de Buch, y La Reina doña Juana en los adarves del castillo de la Mota, esta última inacabada a su muerte; así como una obra firmada por su hija, Carlota Rosales.
En la sala 75, una gran galería abovedada, se exponen obras de gran formato dedicadas principalmente a episodios históricos y que en algunos casos pueden contemplarse junto a sus bocetos. Nada más acceder por su parte central, rodea al visitante el triángulo formado por los célebres El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, de Antonio Gisbert; La rendición de Bailén, de José Casado del Alisal; y Doña Juana la Loca, de Francisco Pradilla. En esta sala se puede contemplar la evolución estilística, igual que en la escultura, desde el purismo académico inicial al realismo y al naturalismo. En esta misma galería puede contemplarse una escultura realizada en cera policromada, un material poco habitual. Se trata del modelo del sepulcro de Colón que se encuentra en la Catedral de Sevilla, realizado por Arturo Mérida.
En la sala 62 B, Paul Baudry, Jean-Louis Ernest Meissonier, Rosa Bonheur y Franz von Lenbach representan el arte cosmopolita europeo. Junto a ellos, Martín Rico y Raimundo de Madrazo se desarrollaron profesionalmente en París, el centro artístico más importante de Europa, el primero a través del paisaje, y el segundo del retrato. Entrando en el tercer cuarto del siglo XIX, el visitante encuentra a Fortuny en la sala 63 B, pintor reconocido internacionalmente por su extraordinaria habilidad y relacionado aquí, a través de una de sus mejores copias, la del San Andrés de Ribera, y una de sus obras más destacadas, el Viejo desnudo al sol, con la tradición pictórica española. También se incorpora un busto suyo realizado por Prosper d'Épinay.
La evolución del paisaje del Romanticismo al Realismo llega de la mano de Carlos de Haes, Martín Rico, Luis Rigalt y Muñoz Degrain, entre otros, en la sala 63 A. Aquí se añaden dos nuevas obras: Recuerdos de Granada, de Degrain, y un cuadro del cántabro Agustín de Riancho que representa un paisaje cercano a su Entrambasmestas natal.
Una sala a la que el Prado ha concedido especial importancia es la que reúne 54 retratos y autorretratos de los principales artistas y, entre ellos, todos los que fueron directores del Prado en el siglo XIX, a modo de parnaso pictórico y escultórico español.
Tras el agotamiento de la pintura de historia y con el auge del naturalismo, la pintura social se convirtió en la manifestación más difundida del arte de la última década del siglo XIX. A la obra de Sorolla ¡Aún dicen que el pescado es caro! se une ahora en la sala 61 A, entre otras reivindicaciones sociales, Una huelga de obreros en Vizcaya de Cutanda, que interpreta las revueltas del sector de la siderurgia, con una reproducción del marco original de la obra que simula estar hecho con trozos de metal remachados, y Una sala del hospital durante la visita del médico en jefe, de Luis Jiménez Aranda. La medalla que recibió este cuadro en la Exposición Universal de París de 1889 supuso un aliciente para que la pintura social desbancara en los años siguientes a la pintura histórica como tema predilecto en el arte español. En esta misma sala pueden verse las obras de dos mujeres que se incorporaron públicamente a la práctica de la pintura, María Luisa de la Riva y Fernanda Francés, y una representación pintores nacidos en las islas filipinas, entre ellos Juan Luna y Novicio, presente con un cuadro que escenifica la muerte de Cleopatra y de las dos doncellas que se suicidaron con ella. La sala se completa con un grupo escultórico de Miguel Blay titulado Eclosión que representa a una pareja de enamorados.
En la última sala del recorrido, a las obras de Joaquín Sorolla, el artista español con mayor proyección en los años del cambio de siglo, al igual que Mariano Benlliure que lo fue en escultura, y de Aureliano de Beruete, se suma ahora una mayor presencia de la obra realizada en las primeras décadas del siglo participante de las corrientes simbolistas e impresionistas, con Regoyos, y modernistas con Hermen Anglada-Camarasa y una de sus discípulas, María Blanchard, que se incorpora así a la colección permanente del Prado.