Cuando Mary Ellen Mark (Pensilvania, 1940 - Manhattan, 2015) cogió por primera vez una cámara de fotos tenía 9 años. A su muerte, a los 55, la fotógrafa había conseguido amasar un archivo de dos millones de imágenes. Y casi todas ellas con una temática común: la mujer. Muy pronto dijo que quería ser la portavoz de los más débiles y “en una sociedad en la que se proclama el sueño americano, la mujer es la figura más desatendida”, considera Anne Morin, comisaria de Vida de mujeres, exposición que se puede ver en la Fundación Foto Colectania de Barcelona hasta el próximo 31 de julio.
Para esta temporal Morin ha seleccionado 93 trabajos, de un corpus inicial escogido a principios de los años 2000 por la propia fotógrafa, realizados entre 1977 y 2011. En ellas entramos en el mundo de los prostíbulos de Bombay, conocemos a madres drogadictas, a misioneras de la caridad de María Teresa de Calcuta, a pacientes de un psiquiátrico de Oregón y a jóvenes que sobreviven en las calles de Seattle. La razón principal de esta muestra es rescatar los archivos de fotógrafas que “cuando mueren tienden a irse a la deriva”, apunta. Aunque, sin duda, lo que llama la atención de este corpus crudo y desgarrador es “la dimensión humana” de sus imágenes. “Mary Ellen Mark no era una fotoperiodista que iba al terreno, sacaba una foto y se iba. Hacía un seguimiento y gestaba una relación, un vínculo con las personas que fotografiaba”, asegura Morin. Tiempo después regresaba. Por esta razón, muchos de sus protagonistas parecen retarnos mirándonos de frente, de tú a tú.
Una fotógrafa que desaparece detrás del objetivo
Su trayectoria, comenta Morin, tiene un desarrollo lógico. Mark empieza su enseñanza artística en Pensilvania y obtiene el título de fotoperiodismo en 1964. Tan solo un año más tarde le conceden la prestigiosa beca Fullbright que le permite vivir en Turquía todo un año. Y entre 1966 y 1967 decide trasladarse a Nueva York, ciudad en la que inmortaliza algunas manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam así como los movimientos de la liberación de la mujer y de los derechos LTGB. Sus trabajos son publicados en The New Yorker, Vanity Fair, Vogue o Life, “revistas que encargaban a fotoperiodistas proyectos con mucha ponderación y que requerían meses de trabajo”, asegura Morin.
Sus retratos de la Madre Teresa de Calcuta, de la trastienda de los circos indios y los prostíbulos de Bombay fueron fruto de varios años de trabajo en la India. Otro de los ejemplos con nombre propio es Tiny. En 1983 la fotógrafa viaja a Seattle, por encargo de la revista Life, para retratar la vida de los niños que abandonan a sus familias. Así, llegan a la calle Pike, lugar que descubren es el punto de encuentro de estos chavales que trapichean. Allí conoce a Tiny, una niña de 13 años drogadicta que se prostituye para poder sobrevivir. “Tiny ha sido mi amiga y un objetivo fotográfico desde entonces. Todavía tiene la extraña cualidad de mostrarse con total naturalidad e indiferencia ante la cámara”, escribió Mary Ellen Mark. Su unión fue tal que sigue fotografiándola durante muchos años y junto a su marido, Martin Bell, regresan para filmar Streetwise, película nominada a los Oscar.
Muchas de sus imágenes nos sitúan ante “un aspecto tan monstruoso de la realidad que parece una ficción”. A Mary Ellen Mark le interesa mostrar una realidad cruda, violenta y brutal que “enfoca desde un punto de vista puramente documental”. Su fotografía es directa y huye de las acrobacias visuales. No las necesita porque crea una proximidad con los retratados a través de la que la fotógrafa consigue desaparecer para abrazar su intimidad. De hecho, se le puede enmarcar en la tradición de la fotografía documental “con los preceptos marcados por Berenice Abbott y la escuela de Nueva York”.
Otro de esos proyectos largos es el del hospital psiquiátrico de Oregón, donde convive con las pacientes durante varias semanas con el objetivo de conocer su parte humana, olvidándose de su análisis clínico. Sin embargo, su primera visita al hospital tiene un origen bien distinto: acompañar y cubrir el rodaje de la película de Milos Forman Alguien voló sobre el nido del cuco. Y es que “Mary Ellen Mark trabaja en películas de grandes cineastas como Fellini (Amarcord), Iñárritu (Babel) o Coppola (Apocalipsis Now), proyectos que le permitían sostener sus trabajos personales”, recuerda Anne Morin.
Su gran corpus se nutre de esos grupúsculos que están al margen de la visibilidad, un tejido social que también interesó a la enigmática Vivian Maier. “Es fascinante de qué manera llega a un grado de proximidad con estos seres que viven en un grado de miseria, pobreza y abandono total. Mary Ellen Mark desciende al infierno de esas personas, abraza su terror y convive con ellas de una manera casi mística”. De hecho, convive en la India con las prostitutas, con los enfermos del hospital o con los Damn, una familia que vive en un coche en mitad del desierto. Sin embargo, “su mirada nunca está por encima, sino que muestra compasión y una ósmosis casi corporal”.
Otra de sus series está tomada en Palm Beach, donde fotografía los clubs de baile de señoras mayores donde se invitaba a gigolós. En estas imágenes asistimos a esa “idea del sueño americano exuberante en las que captura estos aspectos exagerados que también tienen el rostro negro de ese sueño que no alcanza a toda la población”, admite Morin. Su compromiso con los más vulnerables y las personas que viven en los márgenes nunca es estético sino de denuncia. “Gracias a esto la sociedad americana ha podido comprobar que este sueño americano ha sido un fracaso y que las niñas de 13 años viviendo en las calles de Seattle era una cruda realidad”, denuncia Morin. Así es como la obra de Mary Ellen Mark visibiliza “a los infames, a esos seres demasiado abandonados por los gobiernos y que proceden de una larga trayectoria histórica de la imagen de la población americana que sufre mucha gente, entre ella las mujeres”.
En este sentido, “el viento feminista que sopló en los años 60 no fue una realidad para todas las mujeres”. Y ahora, en un momento en el que el #MeToo ocupa las escena, “es fundamental -concluye Morin- poner este trabajo en primera fila desde un punto de vista histórico”.