En 1917 el sol que calentaba a la artista Sonia Delaunay, a su marido Robert y a sus hijos, era el sol peninsular. Durante cuatro años se afincaron en Madrid, atrapados por la Primera Guerra Mundial. Esta coyuntura hizo que paseara por el Rastro junto a Gómez de la Serna o que abriera su estudio de decoración y diseño Casa Sonia. Pero sobre todo significó una nueva etapa de vivencia de sus conceptos vanguardistas de arte total –para ella valía lo mismo una pintura que uno de sus vestidos– y del Simultaneísmo, traducción colorista, abstracta y vibrante de la modernidad que la pareja desarrolló junta.
El sol que ha encontrado Regina Gimenez (Barcelona, 1966) en la serie Encuentros, es el que alumbró una pieza posterior de Sonia, Costume de Sport (1925), parte de la Colección Arte Contemporáneo que alberga el Museo Patio Herreriano de Valladolid. La acuarela se convierte así en la primera letra de un vocabulario de referencias que Gimenez traza también con Miró, y el sol de hojas de palma de su estudio, las ilustraciones de libros educativos y manuales de astronomía y geografía y sus propias adquisiciones en mercadillos, como el sombrero que podía ser el del estudio mallorquín o semejante a los que hubiera llevado Delaunay.
Regina Gimenez y Sonia Delaunay comparten esa visión de lo tradicional y popular como materia prima de sus trabajos
Este diálogo, que es un viaje –la muestra se subtitula Iremos al sol–, ha servido para articular una exposición que indaga en lo que supone crear una gramática a través del signo abstracto y el color puro. Un lenguaje que permite analizar el entorno, estructurarlo mentalmente de una forma singular y abierta, y establecer una comunicación desde lo conceptual pero también desde lo simbólico.
La artista ucraniana actualizó el uso de gamas cromáticas y formas geométricas de los haceres artesanales, para crear uno de los vocabularios modernos más seductores visualmente. Es esta visión de lo tradicional y popular como materia prima la que comparten ambas creadoras. Llevan el hecho estético un paso más allá y plantean sistemas alternativos de conocimiento. La organización continua de las formas que Gimenez extrae de esos volúmenes de escuelas “viejas”, de esos saberes populares, inunda la sala: libros intervenidos, dibujos sobre papeles reutilizados, pinturas en lienzos reciclados. En su reiteración se constata ese ejercicio continuo de mirar, analizar y repensar desde estos nuevos parámetros dados en su lenguaje del color y la forma. Los gráficos se vuelven sucesiones, las esferas se transforman en soles, y se traducen en un universo de resonancias entre todas las piezas, acentuado por los juegos de escala y diagonales con el propio espacio.
Así, en la exposición se unen forma y fondo. Como en la programación actual del museo. La Colección Arte Contemporáneo es pública desde que se cedió al Ayuntamiento de Valladolid en 1987. Esto significa que un patrimonio común y vivo, el de la creación en España desde el siglo XX hasta ahora, puede ser disfrutado por todos. Pero además posibilita la reflexión del arte como un lugar de expresión de una idiosincrasia específica, así como de las relaciones abiertas que se pueden establecerse desde ella. Quizá una de las tareas pendientes que tenemos sea la de establecer nuestras genealogías culturales. Sólo se realiza en algunos centros, y serían contadas las políticas culturales que lo han comprendido, más allá de la creación de marcas o imágenes promocionales. Por ello, Encuentros y el resto de la programación, son ejemplos de una visión, ideada por su director Javier Hontoria, muy necesaria en el contexto español, que se convierte, más allá de modas, en una posibilidad de puesta en valor de la práctica artística, conjuntamente desde la colección y la nueva producción. Esta debiera ser una actividad desarrollada sin intromisiones. Parece que el ejercicio profesional independiente no pueda hacerse sin quemarse, simplemente desarrollado como parte de la sociedad, bajo un mismo sol.