ISAAC JULIEN. UN MARAVILLOSO ENREDO. GALERÍA HELGA DE ALVEAR. Dr. Fourquet, 12. MADRID. De 40.000 a 200.000 E. Hasta el 11 de noviembre
Un maravilloso enredo, la última videoinstalación multipantalla de Isaac Julien es un potente reclamo para dinamizar al público en la Apertura madrileña. Presentada internacionalmente en la última edición de Art Basel Miami el pasado año, en esta ocasión el artista británico la ha adaptado de nueve a tres pantallas, sin que el relato pierda ni un ápice de la emoción, el rigor documental y el compromiso poético a los que nos tiene acostumbrados.
Desde el inicio, para reivindicar el legado de la identidad negra, Isaac Julien (Londres, 1960) mostró su admiración por la capacidad empoderadora de algunos personajes históricos: a su primer documental Looking for Langston (1989), le siguió el filme Frantz Fanon: Black Skin, White Mask (1996) y Derek (2008), dedicado al cineasta y activista por los derechos de los homosexuales D. Jarman. La saga de héroes masculinos –prolongada recientemente con Lesson for the Hour sobre el abolicionista Frederick Douglass, el primer afroamericano del que se erigió un monumento en Estados Unidos– se interrumpe ahora con este maravilloso enredo. Está dedicado a la arquitecta y diseñadora italobrasileña Lina Bo Bardi, cuyo trabajo de hibridación racial y de interpenetración entre alta y baja cultura fue popularizado hace poco en España con la exposición Tupí or not tupí (Fundación Juan March, 2018). Una figura que, a pesar de otros reconocimientos internacionales, para Isaac Julien continúa infravalorada.
De hecho, la reivindicación de Bardi como teórica cultural y pensadora política, proporciona a Julien una identificación excelente para plasmar su propia poética. La repetida frase de la arquitecta: “El tiempo lineal es una creación occidental; el tiempo no es lineal, es un enredo maravilloso en el que, en cualquier momento, se pueden elegir puntos e inventar soluciones, sin principio ni fin”, iconográficamente se desdobla en espejos que reflejan las personificaciones de Bardi en las actrices Fernanda Montenegro, y su hija, Fernanda Torres, para recrear esa actualización histórica característica de su obra.
Otro motivo iconográfico destacado en el trabajo de Julien (recordamos la fantasmagórica ascensión de ahogados en la escalera palaciega de Western Union: Small Boats) para subrayar los graves errores de la historia, vuelve aquí en los momentos de mayor dramatismo gracias a las escaleras diseñadas por Bardi, especialmente en Salvador de Bahía. Aunque también se muestran en vistas espectaculares algunos de sus edificios emblemáticos en São Paulo –como el Museo de Arte (MASP), el SESC Pompéia y el Teatro Oficina– son los edificios realizados en Salvador, donde la arquitecta residió cinco años, los que condensan el ajuste de cuentas de Julien con la historia del esclavismo que se prolongó allí desde el siglo XVII hasta finales del XIX.
Las escaleras de Bardi en el MAM, para cuyo diseño utilizó técnicas vernáculas, sirven de escenario para la interpretación del Balé Folclórico da Bahia, así como en las escaleras del Restaurante Coaty se dramatiza la ruina de este edificio. Desde sus “agujeros”, como vanos prehistóricos, se divisa la cuesta de la Ladeira da Misericórdia, camino de los destinados a las plantaciones y minas de oro en el principal puerto esclavista del país. Por ahí descienden cantando seguidores del candomblé y la macumba reivindicando dignidad, como los activistas del Black Lives Matter que hoy están cambiando el mundo. Un intenso relato en 45 minutos, que transcurren como una exhalación.