Nela Arias-Misson, la pintora que no quiso vender su obra
La historiadora del arte Alicia Vallina reivindica la figura de una artista mística, imaginativa y libre que se rodeó de grandes pintores abstractos como Rothko y de creadores españoles como Tàpies o Joan Brossa
1 julio, 2020 12:23Fue amiga íntima de Mark Rothko, se codeó con Lichtenstein, Tàpies, Miró o Ignacio Gómez de Liaño. Mantuvo correspondencia con Picasso, Manolo Quejido le dedicó algunas palabras y Joan Brossa se quedó en su casa de Madrid cuando en 1966 este quiso ver Las meninas en el Museo del Prado. La trayectoria de Nela Arias-Misson (La Habana, 1915 - Miami, 2015) empezó en Cuba, se desarrolló en Estados Unidos, continuó en Europa y se instaló en varias ciudades de España como Ibiza, Madrid y Barcelona. Aunque la vida artística de esta mujer de tres nacionalidades (cubana, española y americana) corrió en paralelo a la de sus colegas, Arias-Misson nunca quiso formar parte de ningún grupo y siempre reivindicó su individualidad. Sin embargo, su nombre no resuena tan alto como los de sus contemporáneos.
Entonces, ¿quién fue Nela Arias-Misson? Nació en 1915 en La Habana en el seno de una familia española con negocios en la industria del tabaco y el café. Antes de la Primera Guerra Mundial viajaban a menudo a Asturias, donde vivía parte de su familia, pero con el estallido de la contienda se afincaron en la isla caribeña. Desde niña mostró habilidad para el dibujo y en La Habana conoció a Armando Maribona, un pintor, periodista e intelectual pariente de Arias-Misson. “Se convirtió en su profesor en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro. Fue él quien estimuló su vocación, le dio clases de pintura y la introdujo, con unos 15 años, en los círculos artísticos de La Habana”, cuenta Alicia Vallina, experta en la obra de Arias-Misson que trata de reivindicar su figura y que ha sido la encargada, junto a Ladislao Azcona, de impartir la conferencia Nela Arias-Misson: la pintura del espíritu organizada por el Círculo Orellana, en colaboración con el Instituto Cervantes, en el marco del IV ciclo Españolas por descubrir.
Fue más tarde, hacia 1941 durante una estancia en Nueva York con su madre cuando conoció a su primer marido, con el que tuvo a su única hija. “Su marido, que era coronel, fue trasladado a Asia durante la Segunda Guerra Mundial y ella se quedó en Florida, en una zona donde residían las familias de militares de alto rango. La intención de él era que Nela y su hija se mudaran a Tailandia pero ella decidió quedarse en Nueva York y divorciarse”, cuenta Vallina. De modo que en 1945 se instaló en la ciudad y decidió continuar con su formación artística, una etapa marcada por los aprendizajes que obtuvo de Leo Lentelli, a través del que conoció a otros grandes artistas como Liechtenstein o Pollock. “A principios de los años 50 hizo grandes amigos y visitó con frecuencia los estudios de los artistas”, recuerda Vallina.
Sin embargo, fue cuando se trasladó a Provincetown en 1957, una zona de residencia de pintores, cuando entró en contacto con el pintor alemán Hans Hofmann, “quien llegó a decir que era una alumna fuera de serie”. Durante estos años conoció a otros artistas como Rothko, con quien entabló una relación de amistad muy estrecha”. Entonces, el expresionismo abstracto que Arias-Misson cultivó fue muy personal, se fue convirtiendo en una artista “procesual, estéticamente muy visual. Para ella la pintura era una experiencia íntima, espiritual y humana”, apunta Alicia Vallina.
Además, a Arias-Misson no le interesaba que su obra se interpretara pues lo que realmente quería era que “se sintieran sus cuadros”. En este sentido, la pintora era muy mística, muy imaginativa y, sobre todo, libre. Apreciaba y se dejaba asombrar por la obra de Rothko y jugó con el color y la luminosidad otorgando a sus lienzos unos toques mágicos y espirituales. También se dejó seducir por los colores terrosos de Antoni Tàpies, a quien conoció en Nueva York, “y su manera de mostrar la sensibilidad estética”, o por la pintura mágica de Joan Ponç.
No obstante, Vallina asegura que la pintura de Arias-Misson era “más amable y tenía su personalidad propia. Aunque se dejaba asombrar por la obra de otros artistas ella nunca se aferró ni participó en ningún movimiento artístico”. Sí renegó, por otro lado, del pop art, un género que consideró “aburrido, vacío y cínico”. Y se desmarcó desde el principio del mercadeo del arte, “no quería relaciones comerciales en las que hablar y negociar. Ella entendía la pintura como algo personal e íntimo que nace de dentro y es sagrado, una manera de expresarse a sí misma”. Arias-Misson era muy celosa de su obra y, por esa razón, quería que sus obras estuvieran en manos de quienes la apreciaran pero “sin vínculos comerciales y sin intereses espurios”. Por eso nunca aceptó encargos y se mantuvo libre, lejos de los cánones predominantes de cada época.
Su vínculo con España fue siempre muy fuerte (está enterrada en Asturias) y en 1961 se trasladó a Ibiza, donde vivió una temporada. También estuvo en Madrid y en Barcelona, donde entró en contacto con los artistas del grupo El Paso y Dau al Set. De hecho, su amigo Tàpies lanzó una invitación a que se uniera a ellos. Por supuesto, rechazó la oferta. En 1963 conoció al padre de la poesía concreta Alain Arias-Misson, con quien se casó y convivió durante treinta años. A partir de este momento su trayectoria discurrió paralela a la de su esposo y pudo ver cómo la galería Cult Art, donde expusieron Luis Eduardo Aute o el Equipo Crónica, le dedicó una exposición cuyo prólogo escribió Ignacio Gómez de Liaño y Paul De Vree clausuró la muestra con la lectura de algunos poemas. En 1970 un amigo de Alain escribió acerca de su misticismo y su obra mágica en el catálogo de una exposición que se pudo ver en la galería Céspedes de Córdoba. Sin embargo, en 1976 decidió poner fin a su aventura española y regresar a Estados Unidos.
La artista, muy exigente con una obra para la que siempre compraba los mejores materiales y la concebía en estudios muy luminosos, vivió una última etapa de poca actividad. En 1993 conduciendo camino a la residencia en la que vivía su madre se quedó dormida al volante y tuvo un accidente de tráfico que le dejó secuelas en uno de los brazos y aunque era ambidiestra poco a poco fue abandonando la creación artistica.
A pesar de su trayectoria, ligada a los grandes creadores de su época, su figura no es tan conocida como la de sus colegas. El problema, apunta Vallina, es que todo su legado está en Miami, ciudad a la que se trasladó en 2010 para vivir con su hija Carole, encargada de guardar su legado tras la muerte de su madre en 2015. Sin embargo, Carole Bird Arias murió tres años más tarde. En la actualidad, Vallina se encuentra inmersa en una labor de catalogación de una obra que primero darán a conocer en Estados Unidos. El siguiente paso, además de rematar un documental biográfico con testimonios de amigos cercanos a la artista que será dirigido por Samuel Fuentes, será reivindicar en nuestro país a esta artista que dejó muchos dibujos preparatorios, acuarelas y lienzos que no quiso vender.