El arte experimental que se cultivó en España a partir de mediados de los años 60 es un periodo poco conocido y estudiado. Es un ámbito que trasciende disciplinas y, por ello, asegura Manuel Borja-Villel, complicado de explicar. Sin embargo, en nuestro país existe una figura fundamental que trabajó como catalizador entre los creadores nacionales e internacionales: Ignacio Gómez de Liaño, cuyo archivo, que ha donado al Museo Reina Sofía, podemos ver hasta el próximo 18 de mayo en Abandonar la escritura, una muestra que se compone de obras de arte, documentos, cartas y publicaciones de la época.

De todo el legado se expone un 90% de las obras y 15% de la documentación que permite bosquejar un mapa de la escena vinculada a la poesía y la escritura en una época en la que “el objetivo era llevar la lengua más allá de su uso burocrático y sacarla a la vida”, recuerda Gómez de Liaño. En aquel momento España vivía una tímida “apertura de la dictadura franquista y aún era difícil conocer lo que se hacía fuera”, comenta Lola Hinojosa, comisaria de la exposición. En este particular contexto Gómez de Liaño empezó a configurar una “tupida” red de relaciones (con tan solo 18 años tenía el contacto de cerca de 50 poetas de Japón, América y Europa) con artistas internacionales como Henri Chopin (que se convirtió, asegura el poeta, en su amigo tras un viaje a París), Julien Blaine, Max Bense o Arrigo Lora-Totino. 

Vista de la exposición. Foto: Joaquín Cortés / Román Lores

Su radicalidad la demostró, también, a través de varios manifiestos. Uno de ellos, precisamente el que da título a la exposición, es el que da la bienvenida al visitante. La lectura del mismo, que originalmente fue publicado en la revista francesa Ou que fundó el poeta Henri Chopin, se proyecta en un vídeo que da paso a una sala repleta de obras de artistas internacionales como Julio Campal, Adriano Spatola, Felipe Boso, Françoise Bory o Paul de Vree. 

La colaboración como estrategia fundamental

En 1966 creó la Cooperativa de Producción Artística y Artesana junto a Herminio Molero y Manolo Quejido. Algunos artistas, que, según indica Hinojosa “se consideraban poetas y la palabra era la base de su obra aunque la llevaran al grado cero de la abstracción”, empezaban su andaduras en estas fechas. Un ejemplo de esta red de relaciones se encuentra en una sala en la que se pueden ver las obras de creadores nacionales como Elena Asins, Julio Plaza, Eusebio Sempere, Lugar o Molero. 

Una tercera pata de la exposición es la obra propia de Gómez de Liaño que resulta, según Hinojosa, “céntrica y excéntrica” al mismo tiempo: “céntrica porque se encontraba en el centro de todo lo que sucedía y excéntrica porque porque su obra se mantuvo en la periferia”, ahonda. Durante la década de 1970 su trabajo se volvió más intimista y se ve “una evolución que va desde la levedad de la página a convertir en libro en collage, a desbordar la página, a salirse las paredes y, finalmente, a tomar la calle”, sostiene la comisaria.

Vista de la exposición. Foto: Joaquín Cortés / Román Lores

Algunas de esas acciones, en las que colaboró con artistas como Molero, Quejido o un joven Almodóvar, se reúnen en otra de las salas. Una de ellas se tituló La nube. Poema público y en ella el poeta experimental recorrió Madrid junto a otros artistas bajo un plástico transparente. “Nos hicimos fotos en el Retiro y en el Prado pero las del museo no se publicaron”, se lamenta. Gómez de Liaño también colaboró con el Centro de Cálculo de Madrid y con el Instituto Alemán para el que realizó “un laberinto con tubos en los que nos podíamos introducir y conducían al Salón de Actos donde Juan Hidalgo hizo alguna intervención”. Tampoco estuvo ausente en los Encuentros de Pamplona, cita para la que ideó “un poema aéreo”, acción tras la que se “refugió en Ibiza con Herminio Molero”. 

En aquellos primeros años de los 70, momento en el que Gómez de Liaño estuvo muy activo, realizó Orografía poética, una de las últimas obras plásticas. Siguió después con la creación de unas máquinas poéticas “de carácter lúdico que incitan al espectador a construir poesía a través de un juego de dados”. En definitiva, la muestra rastrea una vertiginosa época en la que la poesía se volvió objeto y acción. 

@scamarzana