El ladrillo se ha colado en la obra de los artistas de manera persistente desde los años 70. Sol Lewitt registró con su cámara el mismo muro a distintas horas del día, Matta Clark intervino directamente sobre los edificios y a Hans Haacke casi le cuesta la exposición del Guggenheim su mítica obra sobre el negocio de la especulación inmobiliaria en Nueva York. Hace poco Damián Ortega colocaba mil setecientos ladrillos en Materia en reposo, Mona Hatoum los curvaba y Patrick Hamilton buceaba en el libro en el que se basó la política económica de Pinochet.
Algo tiene este paralelepípedo de arcilla cocida que hace que unos y otros vuelvan constantemente sobre él. Materia prima fundamental en la construcción, su nombre pasó hace una década a asociarse con la crisis financiera. Ese es el hilo del que tira Postcrisis, una exposición en siete espacios independientes de Madrid en la que participan nueve artistas. Las instrucciones de salida son sencillas: producir una obra nueva en diálogo con el lugar inspirada –física o simbólicamente– en el ladrillo. Detrás están Cati Bestard, Marta Sesé y Louis-Charles Tiar, equipo curatorial de la galería Dilalica que abrió hace escasos meses en Barcelona. Salen ahora de sus muros –lo hicieron también con Archivo Rastro en el Centro Complutense– con una Ayuda del Ayuntamiento de Madrid y con todas las obras a la venta.
La selección de los espacios no es casual. En los últimos años han florecido muchas propuestas independientes promovidas, en su mayoría, por artistas y comisarios desde sus estudios y entornos domésticos. Algunas después de diez años siguen en activo (hace poco hablábamos en estas páginas del ejemplo de Halfhouse en Barcelona) y otras han ido abriendo, cerrando o transformándose en otros proyectos. En Madrid se han concentrado en los barrios del sur de la ciudad, con Carabanchel a la cabeza, donde, además de talleres de artistas, empiezan también a abrir galerías (Sabrina Amrani tiene allí un local impresionante) y ya van tres ediciones del festival Art Banchel. “Los espacios son una capa más de Postcrisis –cuenta Marta Sesé–, nos interesaba que fueran lugares en los que se organizaran exposiciones y actividades con cierta continuidad, una vía de escape para producir cultura en un momento en el que las instituciones no pueden asumir toda la programación”. Otra de las capas son los propios materiales de construcción. “Conectamos a Francisco Hernández Olivares, de la Escuela de arquitectura de Madrid, con los artistas participantes para que pudieran ampliar su conocimiento sobre ellos y también visitamos una fábrica de ladrillos”.
De los nueves artistas seleccionados, la mayoría vienen del campo de la escultura. Iñaki Domingo, Marlon de Azambuja y Clara Montoya han trabajado directamente con el ladrillo. De Azambuja (Porto Alegre, 1978) tapiará el pequeño escaparate de Alimentación 30 en el que se asomarán plantas en los pequeños resquicios que deje el murete. Iñaki Domingo (Madrid, 1978) ha preparado en D11, cinco bloques de ladrillos unidos con cemento con los que hace un guiño a esa imagen cotidiana de las obras de construcción. La suya es una mirada fotográfica, cinco monolitos de color que apoyan en peanas diseñadas a partir de pallets, “leves intervenciones –señala el artista– para pensar: si antes esta acumulación de material apuntaba a la idea de posibilidad/futuro, ahora lo hace más bien a la de imposibilidad/bloqueo”.
Continúa con esta idea Clara Montoya (Madrid, 1974), que mediante un vídeo y una intervención escultórica hablará del antes (un solar vacío) y el después (la extracción de un ladrillo de la pared de Casa Banchel, que tasará teniendo en cuenta el precio total del inmueble). Y Mario Espliego (Guadalajara, 1983) aborda aquí de nuevo el tema central de su trabajo –la historia del monumento– recordando el memorial que se construyó a Pablo Iglesias en Madrid en 1934 ¡en ladrillo! (algo excepcional en esta tipología). Describe cómo fue desmembrado pocos años después y forma hoy parte de la valla perimetral de El Retiro. En Casa Banchel, Espliego colocará un molde (vacío, se entiende) de la escultura de la cabeza de Iglesias que presidía ese espacio fallido.
Reposar en telehamacas
Entre todos, son dos los proyectos que entablarán un diálogo más directo con la arquitectura que les acoge: el trampantojo de Tamara Arroyo y la celosía de Rafa Munárriz. Arroyo (Madrid, 1972) ha impreso en una lona las formas que dibujan los ladrillos en las fachadas por las que pasa diariamente. La cortina se instalará siguiendo la dirección de los rieles de la imponente puerta corredera que da acceso a Nigredo Espacio. Munárriz (Tudela, 1990) ocupa la ventana que separa Hiato de D11. Crea una retícula divisoria horadada en la que lo que faltan son los ladrillos. “Es una estructura de cemento, frágil –apunta–, que dibuja el muro y su construcción y a la vez rompe con su opacidad”. Fragilidad y ausencia que reaparecen en la obra sonora de Agnès Pe en El cuarto de invitados, una escultura invisible cincelada con los sonidos de derribos, ruinas y desahucios. Un acercamiento simbólico y reivindicativo al que volverán Esther Mañas (Madrid, 1974) y Arash Moori (Birmingham, 1977) con sus telehamacas, sacos de obra y de construcción comprados por internet. Los transforman en arquitecturas blandas para el descanso en Nadie Nunca Nada No, reivindicando el derecho a perder el tiempo, algo que los artistas, comisarios y espacios de Postcrisis, desde luego no hacen.