Valentín Carderera (1796-1880). Biblioteca Nacional
Paseo de Recoletos, 20. Madrid. Comisario: Jose Mª Lanzarote. Hasta el 12 de enero
Valentín Carderera (Huesca, 1796 - Madrid, 1880) vio con sus propios ojos cómo el patrimonio artístico español, entre el fin del Antiguo Régimen y la consolidación del sistema liberal, se desmoronaba, se perdía o se exportaba. Las desamortizaciones, las guerras y la decadencia de algunas casas nobiliarias aceleraron la conversión, en sus palabras, de “el oro en polvo”. Y toda su actividad como artista, erudito y coleccionista estuvo orientada a intentar frenar esa pavorosa pulverización. La Biblioteca Nacional salda una deuda con Carderera, conocido ante todo como el mayor coleccionista que haya habido de dibujos y grabados de Goya, pero que hizo mucho más por el patrimonio español, como pone de manifiesto esta imprescindible exposición comisariada con juicio y estima por José Mª Lanzarote y organizada por el Centro de Estudios Europa Hispánica. El CEEH promovió también la estupenda muestra sobre Ceán Bermúdez en la BN (2016), hermana de la actual no solo en su calidad de reconocimiento a sendas figuras de referencia en el estudio del arte español sino también en su voluntad de esclarecer la historia de la propia institución. En esta, ambos aparecen entrelazados, pues entre las más de 45.000 obras que Carderera vendió al Estado en 1867 y que motivaron la creación el departamento de Bellas Artes y Cartografía en la BN, estaban muchas de las estampas que él había adquirido en la testamentaría de Ceán.
El museo que hasta ahora más se había esforzado en estudiar y dar a conocer a Carderera es el Lázaro Galdiano, a través de varias pequeñas exposiciones sobre los dibujos −conserva casi 700− que hizo en sus viajes de documentación patrimonial, como comisionado de la Academia de San Fernando para catalogar y seleccionar las obras desamortizadas que se trasladarían a los nuevos museos provinciales y luego en misiones de la Comisión Central de Monumentos, en la que tuvo gran protagonismo. Ese aspecto fundamental en su trayectoria se trata de nuevo ahora, pero se añaden otras perspectivas. En primer lugar, nos acercamos al hombre y a sus ideas. Su familia, de pocos recursos, tuvo que optar por el seminario para darle una formación −estudió Filosofía y hasta un año de Teología− lo que pudo influir en su carácter piadoso, conservador y un poco mojigato: lo comprobamos, divertidos, a través de los valiosos libros más o menos eróticos que regaló a la BN con recomendación de que se los ocultaran a los jóvenes y de las estampas antiguas que retocaba con esmero para vestir a diosas, ninfas y demás nudistas o para poner velos en los escotes de damas descocadas.
Aunque cosmopolita, ejerció siempre de aragonés y aprovechó las ventajas del paisanaje. Su primer valedor fue el general Palafox, que le empleó como delineador del ejército, le completó los estudios artísticos y le llevó a Madrid para que Goya lo tomase como discípulo, cosa que no sucedió. Pero su protector vitalicio fue el duque de Villahermosa, primo de dicho militar y también aragonés, que pensionó a Carderera en Italia durante casi una década, lo alojó en su palacio −hoy Museo Thyssen-Bornemisza− y le hizo algo así como conservador de sus bienes. Esta relación queda bien reflejada en la muestra, que incluye el retrato doble del XIV duque y su hermano, ejemplo de una faceta de su producción artística en la que tan solo cubrió el expediente. Ahí le daba cien vueltas Federico de Madrazo, del que se exhiben dos retratos de Carderera, muy cercano a la familia: con Pedro de Madrazo viajó por España, se encargó del montaje del Museo de la Trinidad y fue su subdirector en el Museo del Prado (estos quehaceres se obvian en la exposición). Fue hábil en política. Formó parte del círculo de la reina María Cristina en su exilio parisino −retrata a su corte en unas bonitas acuarelas del Museo del Romanticismo− y a su regreso recogió los frutos: fue Pintor de Cámara de Isabel II.
Carderera forma parte de la primera generación romántica. Compartió la chifladura del medievalismo, que impregna la pintura de historia de la época, y hay quienes le consideran autor del primer monumento neogótico, el catafalco de Fernando VII (1833), expuesto. Frecuentó la tertulia del Parnasillo y fue directivo luego en el Liceo Artístico y Literario, participando en sus proyectos editoriales más significativos, como El Artista, aspecto que se podría haber subrayado más aquí. Con su erudición y su extensa colección de antigüedades, Carderera se convirtió en asesor de sus amigos pintores en materia de “trajes y costumbres” para los cuadros históricos, género que practicó algo aunque con muy malas críticas (se ve en algunos dibujos de la exposición).
Y tuvo fijación por las caras. Coleccionó con especial dedicación retratos, en lienzo −reunió más de 300, en lo que el comisario propone denominar su “iconoteca”− y papel, y editó a su coste una ambiciosa Iconografía española con estampas y biografías, en español y francés, que vendió por suscripción y por entregas y que le arruinó: de ahí la venta al Estado. Se exponen algunos dibujos −vienen de la Hispanic Society− y grabados del proyecto, y el enorme tomo. El estilo de los dibujos documentales de Carderera no es tan preciso como el de Parcerisa ni tan fantasioso como el de Villaamil; su principal valor es la memoria de lo que ya no existe: tantos edificios y esculturas pero también escenarios urbanos o atuendos, como los del fascinante conjunto de monjas con extravagantes hábitos, repartidos entre el Prado y la BN.
Pero, como decía, su más conocido empeño es el de reunir los dibujos y grabados de Goya, que compró sobre todo al hijo y al nieto del artista pero también a la hija de Ceán Bermúdez. Y aquí es donde más cojea la exposición pues incluye ¡un solo dibujo! Lanzarote argumenta que no quería que Goya eclipsara a Carderera pero se le ha ido la mano (no así en el excelente catálogo). La ausencia se corregirá en el Palacio de Sástago, al que irá después la muestra, aumentada. Carderera no solo acaparó la obra sobre papel sino que sus artículos sobre Goya fundan la historiografía en español sobre el artista. En Francia, Matheron publicó la primera biografía de Goya y le envió un ejemplar, que se expone. En él, una anotación de nuestro hombre muestra su malestar por el hecho de que el francés no reconociera sus aportaciones, que le había hecho llegar por carta. Son, por cierto, las cartas que intercambió con intelectuales españoles y extranjeros de renombre, los diarios, los mapas y documentos originales varios, conservados con celo por los descendientes de Carderera, los que aportan un aire de cercanía a este gran personaje.