Hans Rudolf Gerstenmaier (Hamburgo, 1934) llegó a España en 1962 haciendo autostop y casi sin dinero en los bolsillos. Tenía, según ha contado él mismo, 1.000 pesetas. Pero tenía ilusión y sus estudios en torno a los negocios comerciales le iban a ayudar. "Me decían que estaba loco, que por qué me iba a España si donde se triunfaba era en Alemania", recuerda. En Hamburgo había trabajado para una firma dedicada a la ingeniería eléctrica y al desarrollo de motores y en nuestro país comenzó representando a la firma de camiones MAN. Pronto se abrió paso entre las casas alemanas dedicadas al recambio de piezas de coches y pudo ver todo lo que este sector podía ofrecer. Tan solo dos años después de su llegada a nuestro país fundó su propia empresa, a la que hizo crecer hasta los 150 empleados repartidos en 30 delegaciones en todo el país.
En los años 70 empezó a sentirse atraído por la pintura flamenca, las artes decorativas y en seguida por el uso de la luz que hacen artistas como Sorolla, Anglada-Camarasa o Beruete. En este nuevo contexto y con una situación económica favorable Gerstenmaier comenzó su propia colección de arte español, cuyas piezas ha prestado a diferentes museos para ser expuestas en sus muestras temporales. Una de ellas pudo verse en la exposición que el Museo del Prado dedicó a Fortuny en 2017 y ahora este coleccionista ha donado 11 piezas de Anglada-Camarasa, Eduardo Chicharro, Ignacio Zuloaga, Joaquín Mir, Sorolla y Beruete a la pinacoteca.
“Todas las cosas tienen un fin y creo que los cuadros no deberían estar nunca guardados en una casa. Los coleccionistas debemos mostrarlos y el Museo del Prado es una magnífica manera de exhibirlos”, ha indicado en la rueda de prensa Gerstenmaier. Estas nuevas obras que llegan suponen un enriquecimiento de los fondos más modernos del museo, la apertura de una nueva vía de ampliación de sus colecciones y suple, en palabras de Javier Solana, nuevo presidente del patronato de la pinacoteca, "algunas carencias" que el Museo del Prado tiene de este periodo.
A Gerstenmaier "le atrajo el paisaje, que era el cruce de la modernidad en aquella época y para el coleccionista el medio para recordar la atracción que sintió a su llegada a España", apunta Javier Barón, jefe de Conservación de pintura del siglo XIX del Museo del Prado. A través de las obras de su colección, continúa, "se puede hacer un viaje por el país pero también hay escenas de Los Alpes, de Bruselas o París".
Entre las obras que estarán expuestas en el edificio Villanueva hasta el 12 de enero de 2020 destacan Alrededores de Bruselas, un cuadro de Regoyos, artista "esencial en el paisaje europeo que nos pone en contacto con el impresionismo", detalla Barón. Esta pieza, hasta ahora inédita, es un ejemplo de la primera etapa del artista, el más cosmopolita entre los artistas de su generación. De su madurez, en cambio, El pino de Béjar muestra su pleno dominio de los recursos de la pintura impresionista.
Su amigo Ignacio Zuloaga también está presente con Una manola, una interpretación de la sensualidad femenina característicamente española sobre un fondo azul de amplias pinceladas claras, trasunto de su conocimiento de la obra del Greco. El otro gran renovador que tuvo difusión internacional, Hermen Anglada-Camarasa, aparece con una obra del cambio del siglo, Interior de un café-concert, en la que su dominio del colorido se aplica a una personal visión de la luz artificial.
Joaquín Mir, "el gran paisajista postmodernista", está representado con una obra de su periodo en el Mollet, de ejecución franca y directa, Torre Solà. Montornès y Bayaderas indias, de Eduardo Chicharro, muestra su particular deriva en la década de 1920 hacia el ámbito de una pintura de sugestión exótica y sensual mientras que el artista Juan de Echevarría, "influido por Cèzanne y Van Gogh, nos acerca a la pintura étnica con Familia gitana". Además, en su obra se evidencia la fascinación por estos motivos y por la pintura del postimpresionismo, especialmente de Gauguin.
Gerstenmaier también ha querido regalar tres obras importantes de otros pintores ya representados en el Prado: Joaquín Sorolla, Aureliano de Beruete y Agustín de Riancho. De este último la pinacoteca sólo conservaba un lienzo del último año de su vida, y ahora se añade un paisaje muy anterior y de mayores dimensiones. De Sorolla, el Prado no contaba con ningún retrato de la década final de su pintura y el ahora identificado como de Ella J. Seligmann, esposa de un gran marchante establecido en París, es uno de los más sobrios y elegantes pintados por el artista, con una visión más sintética que en anteriores trabajos. En cuanto a Beruete, a pesar de que el Prado conserva la mayor colección existente del artista, no tenía ningún ejemplo de sus paisajes alpinos, motivo ausente también en la colección del siglo XIX a pesar de la atracción que despertó entre los artistas de aquella centuria.
Para el donante coleccionar es como un veneno y así lo define: "el coleccionismo es algo innato al ser humano. Todos en nuestra niñez hemos empezado a coleccionar con sellos o cajas de cerillas o cualquier cosa. Lo que a mí más me ha influido ha sido mi estancia en España, un país que tiene un contacto permanente con la historia y la cultura".