Sin título, 1938
Henri Michaux (Namur, 1899 - París, 1984) fue uno de esos artistas inclasificables de la literatura y de las artes del pasado siglo. Durante su vida y su trayectoria tuvo una gran influencia entre los artistas y escritores de su tiempo, siendo a la vez "poeta de poetas" y "pintor de pintores". El artista, celebrado por figuras de ambos campos como André Gide y Francis Bacon, es el protagonista de la nueva exposición del Museo Guggenheim de Bilbao. Henri Michaux: el otro lado recorre su periplo a través de más de 200 obras dispuestas en tres salas.El poeta y artista produjo febrilmente miles de obras sobre papel que no se conocen en su totalidad. Esta exposición, organizada en colaboración con los Archivos Michaux de París, abarca sesenta años de actividad creativa y da cuenta de las series y periodos más importantes de su trabajo. A través de más de 200 piezas, entre documentos y objetos del artista, la muestra proporciona una mirada panorámica en torno a tres grandes bloques temáticos: la figura humana, el alfabeto y la psique alterada.
Sin título
Apariciones y "fantasmismo"
Experimentador y viajero inagotable, el artista accedió a la pintura gracias a las obras de Paul Klee y Max Ernst, con las que tuvo su primer contacto a principios de los años veinte. Las herramientas del escritor, tinta y papel, fueron sus primeros recursos en la aventura pictórica, aunque pronto desarrolló técnicas características de su trabajo como el gouache sobre fondo negro y el frottage, trabajando el óleo y el acrílico en su periodo más tardío. También utilizó la acuarela y la tinta sobre múltiples tipos de papel. Estas técnicas tenían el rasgo común de la fluidez y la propensión al accidente y el desbordamiento, deseables para un artista que siempre buscó la intervención del azar en su trabajo como una forma de colaboración con fuerzas desconocidas.Sin título, 1981
Siguiendo ese mismo impulso, y con espíritu ascético y sistemático, Michaux se acercó a las sustancias alucinógenas para observar el comportamiento de la consciencia en condiciones experimentales, llevando así los principios de su pintura a los sentidos mismos. Para él la pintura era ese otro lado del que el artista traza un mapa infinito.El artista pintó siempre, según sus propias palabras, "para sorprenderse". Nunca creyó en resultados predefinidos, sino que buscó provocar acontecimientos indefinibles en el material, haciendo emerger figuras, signos y paisajes ambiguos e inesperados. En una célebre declaración sobre "el fenómeno de la pintura", a la vez que renegaba de toda filiación o movimiento confesaba que el único movimiento al que podría adscribirse sería el fantasmismo: un arte de espectros y apariciones. Así, en toda su obra surgen seres indefinidos, abundando especialmente los retratos imaginarios. Incidiendo en este género clásico, la muestra ofrece una selección de obras en las que sus personajes acuden al encuentro con el artista y el espectador desde la profundidad infinita del papel.
La vida de los signos
Los experimentos caligráficos constituyen una vasta porción de su producción gráfica. Fascinado por las escrituras orientales y especialmente los ideogramas chinos, el artista trabajó desde sus inicios en la creación de alfabetos inventados, sin correlación fonética ni semántica. Estos signos son, a decir de Michaux, una poesía siempre incompleta, una literatura del gesto y del impulso y de la danza del trazo. Al mismo tiempo, el revoloteo de los trazos sigue un principio rítmico continuo: cada dibujo es a la vez explosión y corriente, un trayecto en múltiples direcciones.Sin título, 1938-39 y, a la derecha, Sin título, 1982
Manipular la psique
En 1955, a una edad ya madura, Michaux tomó parte por primera vez en un experimento con mescalina, un alcaloide extraído del cactus mexicano conocido como peyote. Para ello contó con la ayuda de médicos y científicos cercanos al mundo literario, entre ellos el neurólogo bilbaíno Julián de Ajuriaguerra. Deslumbrado ante las mutaciones psíquicas y sensoriales que generan esta y otras sustancias psicoactivas como la psilocibina y el LSD 25, y decidido a explorar sus efectos en detalle, Michaux llevó a cabo numerosas sesiones hasta principios de los años sesenta. De ellas dio cuenta en conocidas obras literarias, como Miserable milagro y El infinito turbulento. Al mismo tiempo, produjo gran número de minuciosos dibujos siguiendo una matriz gráfica ya intuida en años previos: un esquema de surcos y arborescencias, a menudo ascendente, saturado de simetrías y micrografías.Tanto estas obras gráficas como las literarias lo encumbraron como figura tutelar de la incipiente cultura psicodélica y la mística underground, aunque él siempre insistió en definirse como un sobrio "bebedor de agua" nada interesado por los paraísos artificiales. Durante los años posteriores a su abandono de la experimentación química, Michaux continuó desarrollando un estilo "mescalínico" a la vez que trabajó en otras series y grandes obsesiones artísticas. En todas ellas encontró un terreno fértil para la cartografía de la imaginación.