La Casa Amatller recupera su esencia modernista después de las exhaustivas obras de restauración efectuadas en el piso principal. La intervención, que ha contado con el apoyo de Fundación Montemadrid, ha durado cinco años y su culminación supone el inicio de una nueva etapa para la Fundación Instituto Amatller de Arte Hispánico, con el reto de gestionar un equipamiento cultural tan extraordinario como esta vivienda y ofrecer a los visitantes la oportunidad de conocer de cerca el contexto histórico, económico y social que dio origen al Modernismo.
Uno se siente transportado a otra época cuando entra en el suntuoso portal del n° 41 del Paseo de Gracia. Un espacioso vestíbulo, con una imponente escalinata decorada con barandillas de cerámica y azulejos de arista sevillana, da la bienvenida al visitante, hablándole a voz en grito de que ha entrado en un lugar único que le transporta a un momento histórico en el que la ciudad entera hervía de dinamismo y creatividad.El caso es que este inmueble no era tal y cómo lo vemos ahora cuando fue edificado por Antoni Robert en 1875, siguiendo las pautas marcadas por el Plan Cerdà. En sus inicios fue un edificio como tantos otros, de composición simétrica clásica y cuatro balcones en cada uno de sus tres pisos, con un extenso jardín de casi 1000 m2 en la parte trasera. Pero las cosas cambiaron radicalmente cuando el industrial chocolatero Antoni Amatller (1851 - 1910) compró esta finca por 490.000 pesetas en 1898. Su gran ilusión era vivir en pleno Paseo de Gracia, una de las avenidas icono de la ciudad, y ser el dueño del jardín más grande de toda la manzana. Cuestión de orgullo.
De manera que, ni corto ni perezoso, una vez se hizo con el inmueble habló con el arquitecto modernista Josep Puig y Cadafalch y le encargó la remodelación íntegra de la finca, que duró dos años y cuyo piso principal convertiría en su residencia, y la planta baja en las dependencias de su servicio. La intervención de Puig y Cadafalch dio lugar a una transformación radical del edificio que abarcaba el derribo y la recomposición de la fachada, la construcción de un estudio fotográfico en la azotea, la reestructuración y redecoración de la planta baja, la escalera principal y el piso principal, la incorporación de un ascensor eléctrico y la instalación de una plataforma giratoria para el automóvil del nuevo propietario. Pero, vayamos por partes.
La fachada, que significó una ruptura radical con los planteamientos arquitectónicos imperantes en el Ensanche barcelonés, se convirtió en uno de los atractivos del Paseo de Gracia y, desde su remodelación, aglutina frente a ella a gran cantidad de turistas, estudiantes y curiosos que la observan y fotografían hasta la saciedad. Puig y Cadafalch le dio un importante e innovador componente cromático a base de esgrafiados en blanco, ocre y almagre, y una profusa decoración con elementos escultóricos que configuran un rico discurso iconográfico que hace alusión al apellido de la familia (almendro) y a las aficiones del propietario (pintura, fotografía, viajes, música y escultura). Esta nueva tendencia decorativa se propagó rápidamente por la ciudad, de manera que varios arquitectos de la época empezaron a decorar profusamente las fachadas de los edificios que proyectaban. De hecho, las fachadas vecinas fueron trabajadas por otros dos arquitectos de renombre, Doménech y Muntaner y Gaudí, y desde entonces ese grupo de casas es conocido por todos los barceloneses como la Manzana de la Discordia.
Pero sin dudad lo que más sorprende al visitante es adentrarse en el magnífico interior de esta vivienda, y situarse de golpe y porrazo en lo que era la manera de vivir de una familia en la Barcelona de esa época. En su día Puig y Cadafalch supo dirigir y coordinar a un gran equipo de industriales, artistas y artesanos que interpretaron exquisitamente sus indicaciones, de manera que ahora nos encontramos con pavimentos de mármol, madera y mosaico, barandillas de madera, cerámica o terciopelo, techos artesonados y decorados con pintura, cristales emplomados y un mobiliario y enseres del hogar recuperados y restaurados con esmero.
Se sabe que Antoni Amatller se gastó más de un millón de pesetas en la remodelación y acondicionamiento de su vivienda, que entre otras cosas fue una de las primeras casas de Barcelona en tener un sofisticado aparato de aire acondicionado, que ha sido restaurado. Entre las estancias más llamativas para la curiosidad del visitante está la habitación de la hija del propietario, con un espléndido vestidor dónde guardaba cuidadosamente todos sus modelos.
Para saber más: www.casessingulars.com