Sevilla. Iglesia del monasterio de Santa Paula

El hispanista Richard Ford sentía afecto y desafecto hacia España a partes iguales. Amaba algunas cosas. Otras le producían un gran rechazo. El viajero inglés, tal vez uno de los más conocidos de la época y el mejor descriptor de nuestro país para su Inglaterra natal, vivió en Sevilla debido a que el clima aliviaba y aligeraba la enfermedad de su mujer Harriet. Recordemos que la fotografía en ese momento era un invento en vías de desarrollo (el daguerrotipo fue presentado oficialmente en el año 1839). De modo que, ¿qué hacer en los viajes? Ford cultivó la pintura a lápiz y tinta a modo de perfecto complemento para su conocida obra Manual para viajeros por España y lectores en casa. A pesar de que durante los tres años que vivió en la península (1830-1833) realizó diversas rutas por el país, las diferentes ediciones del Manual se publicaron sin imágenes. Ahora, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Fundación Mapfre acogen una exposición con 203 dibujos que el hispanista hispanófobo pintó.



Podemos echar la vista atrás y recordar cómo era España después de la invención de la fotografía, pero realmente desconocemos la imagen del país después de la guerra contra Napoleón y la creación de la ciudad decimonónica. Las imágenes que ahora se reúnen fueron muy apreciadas por el viajero y se han mantenido en el patrimonio familiar hasta ahora, de modo que se trata de un archivo inédito que recoge 203 piezas, entre más de 500, que nos muestra la España de Ford. La España de 1830, ese país "que oscila entre Europa y África, entre la civilización y la barbarie", en palabras del propio hispanista. Cuando en 1833 volvió a Inglaterra, donde se instaló en Exeter y mandó construir una casa de estilo neomudéjar, se llevó consigo todos los dibujos.



Mérida (Badajoz). Acueducto de los Milagros

Su prestigio radica en sus textos y nunca se dedicó a la pintura de manera profesional, como lo hicieron sus contemporáneos John F. Lewis y David Roberts, que también recorrieron parte de la península en esa misma época. Sin embargo, su faceta gráfica amplía su legado, herencia y crea un álbum prefotográfico de la España de comienzos del siglo XIX. Su imaginario iconográfico hace especial hincapié en dos de las ciudades que más visitó: Granada y Sevilla. Sus rutas son apuntes al natural de la Península Ibérica, un cuaderno de viajes. De hecho, el archivo anglosajón más importante sobre cómo acercarse al "Oriente cercano y confortable" que representaba España en la Europa de entonces.



Sus colegas, que ejercieron la pintura de manera oficial, aprovecharon sus excursiones para madurar sus técnicas mientras que para Ford, la pintura sirvió de enriquecimiento y de memoria. "Las cosas de España", le gustaba decir, de modo que sus limitaciones técnicas se suplían y se complementaban por algo de lo que Lewis y Roberts carecían: libertad por no depender de la obra. Es decir, no tenía que realizarla pensando en un futuro cliente. Por esta misma razón, pinta lugares menos comunes o menos atractivos para el imaginario artístico y pone su punto de interés en las vistas generales, la periferia y su gente llevando a cabo una vida cotidiana.



Detalle de un dibujo de Richard Ford. Granada. Alhambra. Nicho en la entrada del Salón de los Embajadores

Además, los dibujos a lápiz y papel, así como en acuarela que se recogen, muestran los dos pilares de la exposición. Por un lado la construcción de una mirada, por otro, cómo registrarla. Para ello, el hispanista empleó diferentes papeles, calidades y formatos para plasmar su realidad. Una realidad que muestra una faceta más desconocida de su figura. Viajero y dibujante del primer tercio del siglo XIX, el comisario de la exposición, Francisco Javier Rodríguez Barberán, busca ofrecer un perfil enriquecido de los textos del viajero.



Además, también se muestran algunos de los dibujos que su mujer Harriet realizó en la misma época. De esta manera, se trata de reconstruir la itinerancia de la pareja durante los tres años que les llevó a visitar todo el Levante, desde Almería a Barcelona, la Ruta de la Plata, Extremadura y Castilla, Toledo, Salamanca y Segovia hasta establecerse en Granada y Sevilla. Así pues, el curioso impertinente se adelanta a su momento y se convierte en el primer fotógrafo sin cámara que deja una herencia iconográfica que ayuda a revivir el pasado y conocer cómo era España en los años 30 antes de que surgiera la restauración y el orientalismo, tan propio de la cultura a partir de la eclosión del Romanticismo.