Martine Franck, París, 1967

"La fotografía es, para mí, el impulso espontáneo de una atención visual perpetua que atrapa el instante y su eternidad", decía Henri Cartier-Bresson (1908-2004). La fotografía ofrece la oportunidad de capturar una esencia, un lugar y un momento concreto y suspenderlo en el tiempo, mantenerlo para siempre. La eternidad en una imagen. Apodado 'el ojo del siglo', siempre estuvo en la vanguardia. Rodeado siempre de artistas de todo tipo de calado, desde Luis Buñuel hasta Robert Capa o Julien Levy, fundó la agencia Magnum Photo junto a sus colegas y cultivó el fotorreportaje. Él no miraba, observaba. Ahora, a partir de este jueves y hasta el próximo 7 de septiembre, la Fundación Mapfre acoge la mayor retrospectiva del fotógrafo realizada en Europa tras su muerte con una exposición de más de 500 fotografías.



Imágenes, bocetos de sus primeras etapas, cuadros, vídeos, documentos y material de más de 20 colecciones completan la muestra que el Centre Pompidou de París ha configurado junto con la Fundación Mapfre y con la colaboración de Henri Cartier-Bresson Fondation bajo la mirada crítica del comisario Clément Chéroux. Una ruta que navega a través de más de 70 años de vida de uno de los testigos de la historia del siglo XX. La muestra está organizada tanto cronológica como temáticamente con tres ejes que sirven de hilo conductor a la vida del fotógrafo francés.



Comienza con el periodo comprendido entre 1926 y 1935, una etapa en la que el fotógrafo tenía gran relación y se vio influenciado por el movimiento surrealista, sus primeros pasos y sus viajes, cuando inicia su recorrido hacia el fotoperiodismo. El segundo eje lo conforma su compromiso político desde que en 1936 vuelve a Estados Unidos hasta su retorno a Nueva York en 1946. La última etapa arranca con la creación de la agencia Magnum Photo en 1947 hasta 1970 cuando Cartier-Bresson abandona el fotorreportaje. Y todo ello con un estilo propio que se puede definir con las palabras que empleó en su momento Peter Stepan, quien decía que su fotografía es la parte visual de la escritura automática surrealista.



Desde que se empezaran a exponer sus instantáneas en el año 1920, todos sus adeptos intentaron definir su estilo. Es así como se hizo famoso por el acuñado término 'instante decisivo'. Quiso alejarse del minucioso trabajo de estudio decimonónico que se había cultivado hasta entonces y se adentró en la captura de los momentos espontáneos paralizando un instante concreto presionando el obturador en ese específico segundo en el que transcurre esa nimia acción que marca la diferencia. Además, esta ambiciosa retrospectiva no solo invita a entender esta etapa sino que se remonta hasta sus inicios y desgrana toda su estética surrealista, el fotorreportaje y el estilo intimista de sus últimos años.



El fotógrafo cineasta



Rue de Vaugirard, París, Francia, mayo 1968.



Pero no siempre fue fotógrafo. Antes de experimentar con la cámara fue un aficionado de la pintura. Desde pequeño. En 1920 pintaba con Jacques Èmile Blanche y en sus primeros cuadros se puede ver una gran influencia de Paul Cézanne mientras que para el año 1926 y hasta 1928 sus pinturas engendran una complicada composición que terminan en collages al estilo de Max Ernst. Durante el primer estadio de su trayectoria estuvo marcado por las enseñanzas que le inculcó André Lhote con quien se sumerge en las artes de la composición y lo que extrajo de compañeros como Julien Levy, Caresse y Peter Powel quienes le enseñaron el trabajo de Eugène Atget y la Nueva Visión. Mediante Èmile-Blanche conoció los principios del surrealismo y no tardó en abrazar, durante la década de 1930, la ideología de la belleza de Breton, creando un espíritu subversivo, un gusto por el juego y el espacio cedido al subconsciente, azaroso. Y de esta misma corriente bebe el compromiso político. Lo sucedido en París en el año 1934 de mano de los grupos de la extrema derecha, que se configuraron como un peligro de expansión del fascismo europeo, hace brotar en él una necesidad de actuación, de cambiar la vida. De modo que se une a la postura comunista apoyando y defendiendo esta política.



Más adelante se interesaría por el cine en cuanto a que transmite un mensaje más directo que puede influir y llegar a un público más amplio. Aprendió el uso de las cámaras e intentó colaborar con Georg Wilhelm Pabst y Luis Buñuel, lo cual se tradujo en éxito nulo. Pero cuando volvió a París estableció una relación y colaboración con Jean Renoir que duraría hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces se introdujo en la corriente de la antropología visual planteando, siempre a través de las imágenes, preguntas sobre la sociedad de la mitad del siglo XX que se entienden como investigaciones. Así, para la década de 1970, con más de 70 años de edad, se vuelve más contemplativo y se aparta de los trabajos por encargo para dedicarse a sí mismo. Vuelve a su niñez. Retoma la pintura.



Todo esto, y más, es lo que se puede observar en la exposición Henri Cartier-Bresson y es que hay maneras y maneras de mirar. Los ojos de cada persona perciben de una manera diferente, particular, con una sensibilidad variable. Los más sensibles son los de los fotógrafos, quienes van más allá de la mirada usual como si tuvieran un filtro en el iris. Caminan un paso por delante y con la cámara siempre en mano para tomar la instantánea que marque la diferencia. No hubo tan solo un Cartier-Bresson, hubo muchos. Una cámara, un objetivo, una mirada, una imagen. Eterna.