Hamman V, 1995
Con la enigmática potencia de Jardín Féerique (2009) comienza este recorrido por veinte años de labor artística de Laura Torrado (1967). Se diría que el comisario Mariano Navarro ha visto en este vídeo una pócima que condensa las propiedades esenciales de toda su obra. Rodeando el espacio central que ocupa su proyección, en los vanos de la planta baja, se han dispuesto múltiples fórmulas empleadas por la madrileña que dejan claro que la porcelana, el dibujo o la instalación vienen acompañando a las técnicas predominantes del video y a la fotografía.
Semejante presentación, fragmentada, de fuerte y aristada delicadeza, donde la narración no hace sino suscitar preguntas y donde se cifra un universo abierto pero en parte inaccesible, resulta sumamente afortunada. Después, la muestra va a dedicar el espacio de cada planta del edificio a un aspecto principal de la obra de Torrado. En la primera profundiza en fotografías y vídeos protagonizados por el autorretrato (de cuerpo o de rostro). En la segunda, lo hace con lo narrativo y el uso del vídeo. Mientras la tercera se dedica a las series El dormitorio y Hammam, ambas de 1995 y ya emblemas de la artista. El conjunto transmite algo teatral, casi operístico, y algo escultórico, circundable, poliédrico, tridimensional en un aspecto más conceptual que físico.
Quizá una manera de explicarlo sea empezar por el binomio entre artista y modelo. Aquí, la artista es a menudo la modelo: representación y artífice de la contra-representación, escenario, escenografía y escenógrafa. Apenas hay modelos masculinos y si lo hacen se encuentran en una situación violenta. Las mujeres aparecen ajenas, en un mundo tan autónomo como indescifrable. A veces parecen observarnos, como si los de fuera fuéramos las criaturas atrapadas en el otro lado. O bien se muestran burlonas, o acaso algo molestas, como si nuestra mirada no tuviera nada que hacer a la hora de intentar comprender sus códigos. Cuerpos y caras que siempre pueden verse como espejo en los que ver un reflejo huidizo de nosotros.
La vía ascendente aquí propuesta nos conduce desde el cuerpo y el semblante como soporte y escenario para la imagen y el relato a la dificultad de descrifrar el enigma de la narración. Ello para llegar hasta el que probablemente sea el problema más importante que trata la obra de Torrado: la representación de la identidad femenina como vínculo velado, jardín interior e íntimo y por momentos terrorífico para quien no conoce las claves del disfraz y la máscara. Finaliza en la planta superior con una instalación sonora de difícil esclarecimiento: una respiración pertenenciente al sueño. Caemos entonces en la cuenta que el próposito aquí no es desvelar la baudeleriana "oscuridad natural de las cosas" del título. Tal sombra es subrayada como misterio por el que pasar como en un rito de iniciación. La identidad es un ruido secreto.