El rebaño #23, 2013
El pastor, propone Juan del Junco, puede asimilarse al artista. Con esta exposición, ha dado un paso en firme en la 'flânerie' campestre a la que dice haberse hecho adicto.
El proyecto, en conjunto, podría describirse como una "deconstrucción" irónica del pastoreo caprino. Del Junco aísla sus componentes: cada una de las cabras, el pastor, sus herramientas (las tres piedas arrojadizas, en vuelo), el perro, el paisaje y la voz. Es un procedimiento que deriva de anteriores trabajos en los que, a emulación de las presentaciones científicas, componía polípticos de pájaros muertos (El sueño del ornitólogo) o piedras como las que vemos aquí (Paisajes): como lo ha definido él, sus "obsesiones clasificatorias". Con estas treinta y una cabras que retrata, retoma su reflexión sobre las relaciones entre lo genérico y lo individual. Aparecen, mirando a cámara -situación que, como pueden imaginar en estos seres de proverbial locura, se prolonga durante décimas de segundo-, con variaciones en la morfología y hasta en la "expresión", pero su mirada está vacía, hasta el punto de que podríamos imaginar, ayudados por el telón monocromo con el que el artista ha disimulado las sesiones fotográficas en el corral, que no son animales vivos sino especímenes disecados que forman tal vez parte de un diorama etnográfico. Es más o menos fácil que un perro "pose" para la cámara, pero una cabra...
Este control compositivo, que asoma también en el vídeo (en los simpáticos momentos de espera entre toma y toma que Del Junco ha retenido a traición) viene de lejos en su trayectoria, en la que son cruciales la cuidadosa colocación de los elementos, animados o inanimados, y la interrelación entre las unidades que conforman el todo. El enfilamiento de cabras constituye, en fin, una galería retratística al estilo de las de próceres u hombres célebres, e incluso pueden hacer pensar en un apostolario ampliado, por su formato de medio busto.
El pastor, propone Juan del Junco, puede asimilarse al artista. La fotografía en la que aparece recortado sobre un amplio celaje románticamente nublado y desde un punto de vista más bajo que lo engrandece y le otorga un aura heroica, se titula Autorretrato a veces. Látigo en mano, otea el horizonte. Se trata, como revela Juan Francisco Rueda, de una cita de un fotograma de Ordet (La palabra, 1955), de Carl Theodor Dreyer, que ha sido utilizado frecuentemente como cartel de la película. La palabra y El lenguaje. No sólo se compara al cabrero con el artista por su capacidad de absorción en el paisaje, por la importancia de la visión en su actividad, sino también porque habla un lenguaje que no todos comprenden. ¿Es la predicación de un iluminado, como en Ordet? En esta humorística metáfora, las cabras se convierten en connoisseuses, o, como solemos decir, entendidas o iniciadas. No sé en qué lugar nos deja eso como espectadores, como rebaño del artista-pastor. Pero sí sé que, con esta exposición Juan del Junco ha dado un paso en firme en la flânerie campestre a la que dice haberse hecho adicto.